Aprendices de tirano

La tiranía surge de forma natural a partir de la democracia (Platón)

Es un hecho que existen personas a las que les parece bien enseñar el bolso a la cajera en el supermercado, encantadas de que las traten como presuntos delincuentes y no como clientes, como también existen quienes dando un saltito y con expresión bovina piden perdón al ciclista cuando éste les sobresalta por detrás en la acera o en la calle peatonal en vez de soltarle cuatro frescas.

Últimamente andan felices porque esa nueva especie surgida al calor de la COVID19 que son los concejales de drones, termómetros y parcelas playeras ha decidido medirles la temperatura corporal para entrar al mercadillo semanal o a cualquier otra actividad al aire libre, aunque no sirva para casi nada y ni siquiera se haga con soporte legal que lo justifique ni constancia de la habilitación del material ni de quienes realizan la actividad. Estas personas son combustible y catalizador de cuantos aprendices de tirano van perfeccionando la técnica que denunciaba Montesquieu: que no hay peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes.

Los lectores saben que cuando existe estado de derecho, sea este democracia, dictadura o remedo de ambas, lo normal es que uno se levante por la mañana sabiendo lo que está o no permitido y las consecuencias de incumplir las normas, sea en circunstancias normales o extraordinarias como esta maldita pandemia. No ocurre así cuando se ejerce la tiranía de actuar como acólito de quien necesita el voto al tiempo que se niega el pan al discrepante. Por eso el tirano siempre lleva ventaja: quiere que todos piensen que lo controla todo, que lo ve todo, que lo escucha todo, que todo lo puede. Hace creer, con todo el mando y potestad posible, que a todos nos gobernará por igual, pues ese y no otro sería el sentido de acaparar el poder que corresponde a otros. Pero al poco se descubre que la esencia tiránica no está tanto en cómo se acapara poder sino en cómo se usa a favor de unos y en contra de otros. Lo hace, además, amparándose en entes abstractos (la ciencia, por ejemplo, aunque no se sepa quienes administran tal arcano o emiten tales opiniones) y si un día la distancia social determinada para impedir un contagio es de dos metros, al día siguiente pasa a ser de metro y medio con tal de seguir acaparando el poder, convirtiendo en objeto de mercado persa lo que hace cinco minutos eran verdades incuestionables de la ciencia.

El tirano no quiere gestionar los derechos de todos, sino proyectar el interés de unos pocos para que el respeto y consideración que debemos al conjunto de la sociedad usando protección y extremando la higiene personal y pública se convierta en miedo que sirva de aturdimiento social por medio de la emisión de normas ineficaces y contradictorias. Se excusa en el bien común para convertir nuestra existencia en un sinsentido que facilita el caos y propicia que ese mismo pueblo al que somete no pueda pasar sin su medicina de consejos, advertencias, obligaciones, sanciones y tantas rectificaciones como la totalidad de lo anterior. El tirano se convierte en origen y solución al caos que él mismo provoca, y dice saber cuántos muertos ha evitado con su gestión, pero no cuántos han sido y se han provocado bajo la misma. Cuidado con los tiranos, han vuelto con la intención de quedarse. Y acabarán con nuestra conciencia democrática hasta que, gordos como pavos en Navidad, voceemos felices hasta llegar a su mesa.

Publicado en La Verdad de Murcia el 3/7/2020

José María Riquelme

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