La buena educación

Doñaá, ¿de qué sirve que vendas tu enseñanza y tu lengua?

Ignoro si la portentosa Celaá guarda o no buenos recuerdos de sus años infantiles y juveniles de estudio en un colegio privado religioso de San Sebastián, aunque imagino que muy malos no serían cuando repitió experiencia en la universidad privada de los jesuitas en Deusto y sus propias hijas han estudiado en otros tantos centros de similares características. Recuerda a esos políticos independentistas que obligan a los hijos de las clases populares catalanas a estudiar exclusivamente en catalán mientras ellos envían a los suyos a los mejores centros privados internacionales de Barcelona, conscientes como son de que su lengua materna no sirve para casi nada fuera del histórico principado, por hermosa y respetable que sea esta lengua del levante español.

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Aprendices de tirano

La tiranía surge de forma natural a partir de la democracia (Platón)

Es un hecho que existen personas a las que les parece bien enseñar el bolso a la cajera en el supermercado, encantadas de que las traten como presuntos delincuentes y no como clientes, como también existen quienes dando un saltito y con expresión bovina piden perdón al ciclista cuando éste les sobresalta por detrás en la acera o en la calle peatonal en vez de soltarle cuatro frescas.

Últimamente andan felices porque esa nueva especie surgida al calor de la COVID19 que son los concejales de drones, termómetros y parcelas playeras ha decidido medirles la temperatura corporal para entrar al mercadillo semanal o a cualquier otra actividad al aire libre, aunque no sirva para casi nada y ni siquiera se haga con soporte legal que lo justifique ni constancia de la habilitación del material ni de quienes realizan la actividad. Estas personas son combustible y catalizador de cuantos aprendices de tirano van perfeccionando la técnica que denunciaba Montesquieu: que no hay peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes.

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Doscientos mil millones de bulos

“Las promesas de hoy son los impuestos de mañana”.

William L. Mackenzie.

Soy autónomo. Esta característica, como todas las que me acompañan (de sexo, raza o estado civil) no me otorga condición social de víctima o vulnerabilidad en grado preventivo. Más aún, ese conjunto de caracteres son determinantes en clave política para que mi cuota de autónomo que he pagado en marzo, abril y mayo sin obtener ganancia alguna y las de otros cientos de miles sufrague parte de los gastos corrientes de un Estado que con ellas abona nóminas, pensiones y subsidios y ayudas sociales indispensables para que España siga funcionando y otras que quizá no lo sean tanto, como las nóminas de decenas de miles de personas ocupadas en el sector público o amparadas por él en situación de empleo activo que llevan dos meses sin trabajar (ni teletrabajar) pero que los días 1 de cada mes tienen su dinerito en la cuenta del banco. Por decirlo de otro modo: en este partido de fútbol en el que se mezclan profesionales y aficionados soy de los que llevan el botijo al árbitro para que éste reparta el agua a su conveniencia. Quizá deba ser así.

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¿Qué piensa un padre del pin parental?

Mis hijos han tenido suerte con los profesores y educadores que han pasado por sus vidas. Éstos también, pues su madre y yo tenemos la costumbre de conocerles para transmitirles aquello que consideramos importante: que ellos son la prolongación de nuestra autoridad durante las horas que nuestros hijos pasan en el colegio, que les exijan el máximo que por su capacidad puedan pedirles y que los niños saben lo que sus padres hablan con sus maestros.

Cuento esto porque el primer paso para que la escuela sirva a su propósito (transmitir conocimiento humanista y científico consolidado y aceptado por la mayoría social, con el fin de crear individuos útiles a la sociedad) es tejer una relación de confianza entre educadores y familias. Y la premisa básica para conseguirlo es conocer de antemano hasta dónde alcanza esa confianza. Por eso, a la profesora de matemáticas y al profesor de lengua española se les exigen los conocimientos correspondientes, que quedan convenientemente acreditados y que los padres no ponemos en duda. Así se crea una relación de confianza: estando seguros del papel de cada cual en el sistema.

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La ínsula de Pedro Panza

Pedro “Sanchopánzez”

Dicen los amos de esta incipiente legislatura que la ínsula llamada España nunca existió. Que es una invención (una imposición, conceden a veces) mantenida durante más de quinientos años por reyes malvados y espadones, ignorando una historia común europea en la que tarde o temprano una inmensa mayoría de estados han adoptado la democracia como forma de gobierno tras siglos de tránsito por monarquías, repúblicas y gobiernos absolutistas. Y sabe bien el recién nombrado presidente que, en esta ínsula, como en la de Sancho, no habrá más gobierno ni capacidad que la que sus verdaderos señores, malversadores de dinero público y sediciosos, proetarras, recogenueces y vaciados de lógica quieran concederle. Tiene Pedro Panza sueños pequeños, en los que gobernar a otros no es sino un estado del ánimo que ha de catapultarle hacia una vida cómoda y regalada, como también le sucedía a Sancho que, sin embargo, tras comprobar la superioridad de las hieles frente a las mieles en el gobierno de los hombres decide que las noches al raso y el ayuno merecen más la pena que el roce permanente con bribones.

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