El genial pueblo griego es la matriz de nuestra civilización. Allí cuajó la idea de que el hombre es un ser vivo dotado de logos.
El logos, gran cosa. Lo ponemos como apellido de casi todo lo que hacemos con seriedad y rigor, ya sea uno un bió-logo o un psicó-logo y hasta un politó-logo o un teó-logo. El hombre es un ser vivo pero si en esa vida falta el logos, ya no es tan humana.
El logos tiene que ver con el pensar y el decir, con el sentir y expresar las cosas al modo humano. Por eso el logos es lenguaje. Es más, por supuesto, pero también lenguaje. El hombre es un ser que necesita a otros humanos: de ellos recibe el lenguaje y con ellos habla. El lenguaje nos humaniza.
El lenguaje es asunto colaborativo; tanto como la humanización.
Nací en el milenio pasado. No había entonces nada de esa cacharrería electrónica que hoy nos inunda. Un buen día apareció un aparato cuyo nombre sonaba algo así como “Kompiuter” y se españolizó como “computador” y “ordenador”, indistintamente. Cada uno lo llamó como le dio la realísima gana, sin tener que justificar su elección. Y así, cada hablante un voto, se ha ido decantando. Sin impedir que nadie, por las razones o sinrazones que cada uno considere oportunas, use otro término.
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