La Navidad y el lado oscuro

Escribir hoy sobre no importa qué distinto al consejo de ministros parece una osadía condenada al fracaso. Lo concreto, lo que está en el candelero, tiene tirón y pegada. Luce y su brillo deslumbra y deja en penumbra todo lo demás.

Es el juego de luz y sombras, de noche y día, que se da en tantos ámbitos. La luz, cuanto más brilla, con más severidad traza el contorno de las sombras.

Basta fijarse en cómo brillan nuestras ciudades estas noches. Porque los días de Navidad son, sobre todo, noches. El simbolismo tiene eso: para que la luz brille, tiene que irrumpir en medio de la oscuridad; cuanto más negro sea el asunto, más poderío muestra la llama.

Y por eso mismo, quien perdió a un ser querido o no se acaba de llevar con el cuñao plasta, no se ve asaltado por la morriña ante un mojito en pleno agosto mediterráneo; no, la melancolía y el disgusto se ceban más bien en el ánimo navideño. Porque en estos tiempos el lado oscuro de nuestra vida es más oscuro. Y eso no acaba de gustar. Somos más del rutinario mojito que de la ruin rutina de comprar regalos, comer con los del trabajo, cenar con los primos y volver a comer con los de la promoción del instituto: comer como si no hubiese un mañana y beber y beber como los peces en el río. Continuar leyendo “La Navidad y el lado oscuro”

Cultura abierta o gregarismo

Hasta los individualistas más entusiastas saben que el hombre vive en colectividades. Sea para solventar las necesidades de la vida, que diría Aristóteles, sea para irse de parranda.

Y no deja de ser curioso que esa enorme ganancia cultural que es la individualidad y, por tanto, la subjetividad, la libertad o la autonomía individuales tenga que trenzarse con la sociabilidad. Porque ambos aspectos resuenan positivamente pero, al mismo tiempo, se intuye que son piezas de difícil encaje.

El modo en que los individuos se relacionan para construir una estructura social no es inocuo. Ahí tenemos a hormigas, abejas, ovejas y demás ganado: todos individuos integrando sociedades que funcionan como la seda. Diríamos que cada individuo se limita a ser un engranaje del mecanismo o, lo que es lo mismo, cada individuo es prescindible, sólo interesa por la función que desempeñan en su sociedad. Bergson, al hablar de este tipo de agrupaciones, las denomina sociedades cerradas. Continuar leyendo “Cultura abierta o gregarismo”

El mono, el águila y la pecera

La primera condición de un sistema es ser creíble. Puede ocurrir que, al atender a un aspecto, se desatienda otro. Incluso con desajustes es lógico pedir paciencia y comprensión.

Hay una imagen que se me ha atravesado en varias ocasiones. En plena selva un profesor se halla ante diversos alumnos: un mono, un elefante, un pez en una pecera, un águila y algún otro que no viene al caso. Para que haya imparcialidad, todos han de enfrentarse a la misma prueba: trepar a un árbol.

Es frecuente que quien usa la imagen pretenda mostrar una evidencia, una moraleja, una verdad y sólo una. Algo así como que la enseñanza que valora los resultados (lo que saben o son capaces de hacer los alumnos) comete una tremenda injusticia al ignorar las diferencias individuales. La conclusión a la que se nos pretende llevar es que el sistema educativo debe mirar menos a los resultados y mimar más a los alumnos, sus capacidades y necesidades. Así de simple. Continuar leyendo “El mono, el águila y la pecera”

Peter Pan, internauta

Los millennials son lo más. Las cosas como son. No faltarán gentes ignorantes del inglés o simples socarrones que no atinen a ver la diferencia entre un noble millennial y un simple mileurista. Y no. Mileuristas los hay de distintas generaciones pero el millennial (mileurista o no) tiene caché, es palabra distinguida que refiere a gente fina e ilustre: son toda una generación.

En mi etapa escolar estudiábamos la generación del 98 o del 27, gentes que habían nacido más o menos en la misma época y entre las que se apreciaba unas características semejantes ante un quehacer común (la poesía, el ensayo). Coincidencia en el tiempo pero sobre todo similar enfoque o talante viene a ser, en definitiva, lo que permite hablar de una generación determinada.

Cuando las vidas eran ríos que iban a dar mansamente al mar, la generación de los abuelos coincidía con la de sus hijos y veía alborear la de sus nietos. Y los abuelos eran venerados porque sabían más de la vida. Hoy la cosa va más rápida: las ciencias adelantan una barbaridad y las aguas del río de la vida bajan briosas y turbulentas. De modo que los de mi generación hemos visto desfilar ya a los muchachos de la generación X, la Z y la T, aparte de los millennials (la generación Y) que, como todo el mundo sabe, se sitúan entre la X y la Z. Continuar leyendo “Peter Pan, internauta”

El homérico aburrimiento de Homer

Nuestros niños se aburren. Disponen de más juguetes, más espectáculos, más al alcance de un clic que nunca. Nunca lo han tenido tan fácil. Nunca se han aburrido tanto.

Es verdad que hay ocasiones en que la bien provista faltriquera de Papá Noel, el trío real o de unos papás obsequiosos mitiga un tanto el tedio. Pero es como rascar la sarna, cuando más cachivaches, más implacable resurge el hastío. En definitiva, sabemos que se puede entretener o enmascarar pero que por ahí debajo, en los repliegues del inconsciente acecha el tedio.

Y no es buen síntoma.

No parece originarse en una dolencia física (salvo que somaticemos, que todo podría ser); más bien apunta a un trastorno de tipo cultural.

Tiene que ser algo que hay en la cultura europea reciente. Reciente, porque los niños de mi infancia (era el milenio pasado, es verdad) no nos aburríamos (y eso que no teníamos cacharrería electrónica, ni tele y, a veces, ni siquiera balón). Y europea u occidental, porque no consta que los niños de otras latitudes se aburran, ni siquiera cuando viven en un contexto occidental. Piensen, si no, en los hijos de las denominadas ‘madres tigre’ según la fórmula puesta en circulación por el libro Madre tigre, hijos leones: una forma diferente de educar a las fieras de la casa: los hijos leones de las madres tigre no se aburren. Tendrán otros problemas con otros síntomas, ¿y quién no tiene algún achaque? pero no se aburren, que es el tema en el que estamos. Continuar leyendo “El homérico aburrimiento de Homer”