Estoy a favor de bajar los impuestos bajo cualquier circunstancia, por cualquier excusa y por cualquier razón, siempre que sea posible. Y es posible bajar impuestos manteniendo e incluso incrementando el grado de bienestar.
Como saben, la idea es del Nobel de Economía Milton Friedman. Y yo la suscribo. Pero antes de hacer un breve repaso a las condiciones de posibilidad de la afirmación anterior permítanme centrar el debate. Bajar, o subir, impuestos no es revolucionario, por lo tanto el anuncio de bajar impuestos, aunque se refiera a bajar absolutamente todos los impuestos, no debe catalogarse como “revolución fiscal”. El concepto escogido para anunciar la bajada de impuestos, a mi modo de ver, es un error mayúsculo por parte de quienes lo acuñaron, primero porque bajar impuestos no constituye tal revolución si no viene acompañado de otras cosas y, en segundo lugar, porque revolución significa algo así como “cambio brusco” y, por lo tanto, estás dando la oportunidad a los de enfrente para que esgriman todo tipo de calificativos asociados a ese cambio, tales como peligroso, suicida, injusto, etc.
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