La ínsula de Pedro Panza

Pedro “Sanchopánzez”

Dicen los amos de esta incipiente legislatura que la ínsula llamada España nunca existió. Que es una invención (una imposición, conceden a veces) mantenida durante más de quinientos años por reyes malvados y espadones, ignorando una historia común europea en la que tarde o temprano una inmensa mayoría de estados han adoptado la democracia como forma de gobierno tras siglos de tránsito por monarquías, repúblicas y gobiernos absolutistas. Y sabe bien el recién nombrado presidente que, en esta ínsula, como en la de Sancho, no habrá más gobierno ni capacidad que la que sus verdaderos señores, malversadores de dinero público y sediciosos, proetarras, recogenueces y vaciados de lógica quieran concederle. Tiene Pedro Panza sueños pequeños, en los que gobernar a otros no es sino un estado del ánimo que ha de catapultarle hacia una vida cómoda y regalada, como también le sucedía a Sancho que, sin embargo, tras comprobar la superioridad de las hieles frente a las mieles en el gobierno de los hombres decide que las noches al raso y el ayuno merecen más la pena que el roce permanente con bribones.

Nuestro Pedro Panza quiere hacer siempre de la necesidad virtud, y por eso dice que la política no puede judicializarse. Ojalá tuviera un quijote cerca para recordarle que no es el delito el que persigue al hombre, sino al contrario. También llama progreso a que el lugar de nacimiento en una misma nación sea motivo de diferencia, de desigualdad y por último, de discriminación. Y elige compañeros de progreso a los representantes de la ideología totalitaria más sanguinaria, ecocida y homófoba de la historia: el comunismo. “El trabajo os hará hombres”, se leía en los campos de reeducación para homosexuales construidos por Ernesto “Ché” Guevara, imitando el triste Arbeit macht frei de los nacional-socialistas. En Chernobyl y en el Mar de Aral ni siquiera se leía nada. En el gulag siberiano sí, pero sólo lo que mandaba el progreso, para intentar matar el tiempo antes que el tiempo, el hambre, el frío y el olvido lo mataran a uno.

Por eso le han dicho a Pedro Panza que su ínsula necesita de un orden nuevo para un tiempo nuevo. En la ínsula progresista la igualdad entre hombres y mujeres se consigue castigando con desigual dureza y norma un mismo acto y sus mismos efectos según el sexo de quien lo cometa. En la ínsula progresista es muy importante el sexo a la hora de dictaminar discriminación salarial. Por eso nadie nunca explicará por qué el conjunto de mujeres trabajadoras en las provincias vascongadas ganan al año de media un 20% más que los trabajadores y trabajadoras de, pongamos, Murcia. Para esto hay un montón de razones. Lo otro sólo es machismo, claro. En la ínsula progresista, querer saber por medio de una estadística oficial cuántas mujeres asesinan a sus parejas, o cuantos niños y ancianos mueren a manos de sus padres y madres para tomar las correspondientes medidas preventivas es algo reaccionario. Dicen que saber más es menospreciar a las mujeres asesinadas por hombres y negar esa violencia. Si no lo llamas como dictamina el progreso eres responsable y cómplice porque niegas. Apocalíptico, que diría Pedro Panza. Y lógico por otra parte, pues la dignidad de la víctima en la Barataria sanchista se mide siempre por el sexo de aquella. Y por si vota o no. Que para eso nos lo hemos currado nosotras, que diría el ama Calvo.

En definitiva, en la ínsula de Pedro Panza al ejercicio del poder le llaman libertad. Como en la Ínsula Barataria y en todas las ínsulas que han sido producto de la imaginación de sus soñadores. La diferencia entre estas y la sanchista está en que Pedro Panza no sabe que el ejercicio del poder necesita de algo más que voluntad. Sancho Panza fue capaz de descubrirlo. Después, abandonó.

Publicado en La Opinión de Murcia

José María Riquelme

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