La situación es desesperada, pero no grave

Un Boeing 747, con quinientos pasajeros a bordo, ha perdido el control y cae en picado hacia el océano. El comandante, un piloto experimentado con miles de horas de vuelo a sus espaldas, lucha por hacerse con el control del aparato. La situación es desesperada; sólo la pericia de la persona que está a los mandos podría evitar el desastre. En el centro de control del tráfico aéreo lo saben. Allí están reunidos los mayores expertos del país pensando de qué modo pueden ayudar al comandante. Desde el ministerio de Fomento se da la orden de que se haga lo necesario para evitar la catástrofe. Algunos creen que el problema está en uno de los motores, otros piensan que el problema es electrónico. Pero saben que desde la torre de control poco se puede hacer, salvo confiar en el piloto; todos contienen la respiración. De repente, el máximo responsable del tráfico aéreo, aunque nunca ha pilotado una aeronave, encuentra la solución. ¡Cómo no se le había ocurrido a nadie antes! Estaba al alcance de la mano y no la veían. La mejor ayuda que se puede ofrecer es poner al piloto a evaluar doscientos ítems sobre seguridad aérea, mientras intenta evitar la tragedia. Todos gritan alborozados y se abrazan, el júbilo se apodera de la sala de control. Alguien descorcha una botella de cava. Al otro lado del teléfono, el ministro respira aliviado.

Sirva este ejemplo para ilustrar lo que está pasando en el mundo de la educación con el sistema de evaluación por estándares.
Si usted piensa que el problema de la educación en España está en la falta de inversión para reducir el número de alumnos por aula y contratar profesores de apoyo que atiendan a los alumnos con dificultades, o cree que se ha perdido la disciplina en las aulas y que la solución pasa por fortalecer la autoridad del profesor, o se decanta por elaborar un nuevo plan de estudios que vuelva a poner el énfasis en el esfuerzo y la exigencia? se equivoca completamente. La clave no es ninguna de estas; el quid de la cuestión se encuentra en el modo de evaluar a los alumnos. ¡Cómo no lo vimos antes! ¡Cuántos premios Nobel perdidos para siempre!

Para los que no son profesionales de la enseñanza, intentaré explicar cómo se evalúa ahora en los colegios e institutos, comparándolo con el sistema anterior.
Antes, el profesor explicaba la materia y realizaba un examen para medir los conocimientos adquiridos por sus alumnos (porque se entendía que enseñar consistía en eso: en transmitir conocimientos). De entre todos los contenidos trabajados en clase, el maestro elegía unos cuantos con los que confeccionaba una prueba. Puesto que los alumnos no conocían de antemano las preguntas, tenían que estudiar (y aprender) toda la materia. El profesor corregía y puntuaba el examen. Después, teniendo en cuenta otros aspectos, como el trabajo en clase, ponía una calificación a cada alumno. Si el alumno había suspendido, debía presentarse a la recuperación. Este procedimiento no solo era conocido por todos, sino suficientemente claro para padres, alumnos y profesores. ¿Ocurre así en la actualidad? ¿Entienden los padres las notas que sacan sus hijos ahora?

Actualmente, la evaluación de los conocimientos es secundaria. En cada materia existen una serie de estándares que los profesores han de calificar para cada alumno. Muchos de ellos son del tipo «respeta el turno de palabra» o «muestra interés por las opiniones ajenas», cuestiones que antes se daban por supuestas y, en todo caso, el alumno que no las cumplía era sancionado, pero que en ningún caso constituían méritos para aprobar una asignatura, porque de lo que se trataba era de que los alumnos adquirieran conocimientos. Otros son tan generales como «utiliza las diferentes fuentes de información para formarse una opinión propia» y otros, tan elementales como «respeta las normas de seguridad en el laboratorio». Sin embargo, en algunos casos, toda la materia impartida a lo largo de un mes se engloba en un solo estándar, lo que reduce mucho su importancia en la nota final (por ejemplo, uno de los estándares de la asignatura Biología y Geología de Tercero de ESO dice así: «Conoce y explica los componentes de los aparatos digestivo, circulatorio, respiratorio y excretor y su funcionamiento»; la mitad de los sistemas corporales evaluados en un solo estándar).

Con semejante enfoque, y el elevado número de estándares que evalúan actitudes frente a los que miden conocimientos, no extrañará a nadie que este sistema haya contribuido a bajar el nivel de exigencia de las asignaturas y, en definitiva, a que los alumnos aprendan menos. Y como muchos estándares no se pueden calificar mediante una prueba escrita y objetiva, el profesor tiene que estar continuamente evaluando en clase a los alumnos, lo que reduce el tiempo dedicado a trabajar la materia. Ocurre, en definitiva, que este sistema es ineficaz porque se articula sobre planteamientos de burócrata en la torre de control, y no sobre la experiencia viva de quien pilota la clase. Pero, además, está mal aplicado: la selección de los estándares es tan deficiente, que muchos profesores deciden explicar aspectos de su asignatura que consideran importantes, pero no pueden evaluarlos porque no existe ningún estándar que se corresponda con ellos.

En resumen, si nos empeñamos en mantener un sistema de evaluación ineficiente, complejo y en el que, mayoritariamente, los profesionales de la enseñanza no creen, estaremos dificultando la labor de los pilotos que pueden impedir que el avión de nuestro sistema educativo se estrelle en la fosa del fracaso y en el océano del descrédito, al que irremisiblemente nos dirigimos en caída libre.

Publicado en La Opinión de Murcia

Alfonso González

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