Políticos al poder

Políticos ollando.

Asistimos en las últimas décadas a un baile constante de políticos, a una pasarela de caras nuevas en gobiernos nuevos, a un desfile incesante de gentes que quieren o deciden dedicarse a lo público, no tanto para servir a lo público, sino para vivir de lo público. Hasta tal punto ha llegado la pasión por la política que en nuestro país la cifra de personas que viven de la política y para la política superan el medio millón. Esta proliferación numérica, que para muchos puede parecer alarmante y para otros necesaria, hace pensar que la política es algo que atrae y seduce a muchos, no sólo por lo que representa de ostentación social, sino por lo que entraña de poder económico y personal.

Tanto es así que poder y política suelen ser conceptos convergentes. De hecho, cuando hablamos de poder a muchos les viene inmediatamente a la mente la idea del poder político y, más en concreto, del poder de quienes representan al Estado o ejercen el gobierno en los distintos estamentos (presidente, vicepresidentes, ministros, diputados, senadores, alcaldes, concejales, consejeros, órganos de gobierno de la administración central y autonómica, puestos de libre designación, etc.). Este poder político, que a muchos ennoblece y a otros corrompe y envilece, puede emplearse para hacer o deshacer, para construir o destruir, para unir o desunir, para servicio de uno mismo o de los demás, pero sobre todo se utiliza para el gobierno o desgobierno de los bienes, recursos y servicios de los ciudadanos.

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La ínsula de Pedro Panza

Pedro “Sanchopánzez”

Dicen los amos de esta incipiente legislatura que la ínsula llamada España nunca existió. Que es una invención (una imposición, conceden a veces) mantenida durante más de quinientos años por reyes malvados y espadones, ignorando una historia común europea en la que tarde o temprano una inmensa mayoría de estados han adoptado la democracia como forma de gobierno tras siglos de tránsito por monarquías, repúblicas y gobiernos absolutistas. Y sabe bien el recién nombrado presidente que, en esta ínsula, como en la de Sancho, no habrá más gobierno ni capacidad que la que sus verdaderos señores, malversadores de dinero público y sediciosos, proetarras, recogenueces y vaciados de lógica quieran concederle. Tiene Pedro Panza sueños pequeños, en los que gobernar a otros no es sino un estado del ánimo que ha de catapultarle hacia una vida cómoda y regalada, como también le sucedía a Sancho que, sin embargo, tras comprobar la superioridad de las hieles frente a las mieles en el gobierno de los hombres decide que las noches al raso y el ayuno merecen más la pena que el roce permanente con bribones.

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Sostenibilidad

Lo que unos llaman democracia otros lo llaman demagogia. Y es que hemos entrado en una dinámica tal que, sea lo que fuere y el uno por el otro, la casa se queda sin barrer. Entre todos la mataron y ella sola se murió, como el Mar Menor se está muriendo. Esta época pasará a la Historia, y si no, al tiempo.

Lejos de entrar a valorar técnicamente tanto las causas como las posibles soluciones que devuelvan al Mar Menor su esplendor de otras épocas, cosa que me atrevo a hacer por mi falta de conocimiento al respecto, sí puedo aprovechar para poner sobre la mesa un concepto que, no exclusivamente por el estado del nuestro mar, pero además de ello, está siendo llevado en boca por muchos como otrora lo fueron conceptos tales como por ejemplo lo fue la prima de riesgo. Me refiero al concepto de sostenibilidad. Ahora tenemos que ser sostenibles, a saber, ser capaces de satisfacer necesidades actuales sin comprometer las capacidades del futuro. ¿Acaso no lo hemos sido anteriormente? ¿En qué momento dejamos de serlo? Y si no lo hemos sido ¿Por qué tenemos que serlo ahora?

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Informe PISA. Y, ¿ahora qué?

En la primera semana de diciembre se ha publicado el informe PISA, en el que obtenemos unos resultados nefastos, como viene siendo habitual. Ya se ha convertido en tradición el rasgarse las vestiduras cuando se conocen los resultados y no hacer nada más hasta la siguiente publicación, eso sí, dejando todo como está.

Lo lógico sería buscar las causas y obrar en consecuencia. La educación en España funcionó razonablemente bien hasta la LOGSE, una ley que supuso una ruptura con todo lo anterior y que nos ha llevado a este auténtico desastre.

Nuestros políticos se pelean por temas como la educación concertada o los recortes en el gasto educativo, pero parecen no darse cuenta de que el problema es mucho más profundo. ¿Por qué no empezamos por hacer una enmienda a la totalidad a las últimas leyes educativas? ¿Por qué no empezamos por establecer que enseñar es transmitir conocimientos y no configurar actitudes? A lo mejor así, hasta dejaríamos de hacer el ridículo a nivel mundial. Sin ánimo de exhaustividad, señalaría tres aspectos en los que habría que incidir.

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Fines que justifican medios

Resulta que Alfonso Guerra se ha atrevido a decir que el rey estaba desnudo, y toda la izquierda se ha desgarrado las vestiduras ante semejante traición. ¡Quién podía imaginarse que el vicesecretario del partido socialista durante los años gloriosos del socialismo era, en realidad, un fascista camuflado y un machista partidario de la violencia contra las mujeres!

Por supuesto, la reacción no ha sido tan virulenta como lo ha sido con otros que se han atrevido a decir lo mismo (a fin de cuentas, Guerra es “uno de los nuestros”). Pero los colectivos más próximos a su ideología se han escandalizado porque uno de los suyos haya cuestionado uno de los dogmas oficiales de la izquierda.

¿Cómo se atreve uno de los líderes históricos de un partido de izquierdas, que presume de ser progresista y feminista, a decir que la Ley Integral de Violencia de Género es anticonstitucional? Muy sencillo: porque lo es. Lo saben los líderes del PSOE, de Podemos y de los demás partidos políticos, lo sabe el Tribunal Constitucional, lo saben todos los periodistas y lo saben las organizaciones feministas. Lo sabe, de hecho, cualquier persona con un mínimo de formación. Pero hay que fingir que no, para evitar ser señalados con el iracundo dedo delator de fascistas.

Pero si es algo tan obvio, ¿por qué extraña razón se ha logrado un consenso tan amplio que abarca desde Podemos al PP, pasando por el PSOE y Ciudadanos, y por casi todos los medios de comunicación y asociaciones de todo tipo para fingir que no lo es?

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