“¡Oh, capitán, mi capitán!”

La paternidad es una etapa única, maravillosa. Pero, como casi todo, también tiene sus daños colaterales. Inevitablemente nos va a cambiar. ¿El matrimonio? No tiene por qué. ¿Ser padre? Definitivamente, sí. Más o menos. A mejor o a peor. Antes o después. Pero nos va a hacer diferentes de aquel cada vez más desconocido y lejano “yo sin hijos”.

Aunque mi pequeño Javier me sirve para engañarme e intentar justificar esas canas y kilos que han aparecido por arte de magia, el cambio, como la procesión, se lleva por dentro. Ahora, entre pañal y biberón, siesta y paseo, lavadora y recoger la casa, a veces, cuando me queda batería (y ganas), hago un poco de introspección y me doy cuenta que desde que firmé este contrato indefinido mi vida ha cambiado mucho.

Mi nuevo yo se siente afortunado cuando duerme más de cuatro horas seguidas. Ya no padece de envidia sana cuando ve un deportivo de lujo, sino que automáticamente piensa en el espacio del maletero. Ya no busca Estrellas Michelín, sino restaurantes con zona infantil y sufre de atención selectiva involuntaria para encontrar 2X1, segunda unidad al 70% u otras ofertas de la categoría “cosas de bebé”.

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“…las cosas del votar”

Si queremos recoger sandías no conviene sembrar alfalfa. Se recoge lo que se siembra. Luego intervienen muchos factores: el clima, el suelo, los cuidados del agricultor y hasta la buena o mala fortuna. Pero hay un factor que no interviene para nada: la intención del sembrador. Si ha sembrado alfalfa con la intención de recoger sandías, podemos decir no sólo que no tendrá sandías sino que es idiota.

Al margen su intención, quienes han votado socialismo recogerán lo que siempre, inevitablemente, produce la izquierda: miseria económica (repunte del paro, vamos a tributar hasta por los regalos de boda, las empresas huirán y los más pobres perderán sus herencias). Sin irnos a Venezuela o Cuba, en España fue así con Felipe González que dejó la enseñanza iniciando su descenso a los infiernos y un paro brutal. Fue así con Zapatero quien casi quiebra el país (acuérdense de la prima de riesgo). Y será así con Pedro Sánchez. Y cada vez que se apliquen políticas socialistas.

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Sufrimiento empático

El ser humano está sometido a muchas limitaciones. Nos sabemos frágiles, vulnerables. Y con capacidad de sufrir y de hacer sufrir.

El sufrimiento, personal o ajeno, provoca en nosotros respuestas que van del agobio al estrés pasando por la sensación de impotencia. La actitud con la que nos enfrentamos al sufrimiento es una cuestión que depende fundamentalmente de nuestra personalidad, de nuestra educación cultural y de nuestra libertad.

Hay quienes consideran que se tolera mejor el sufrimiento propio que el de los demás. De hecho, ver a nuestros semejantes padecer algún tipo de dolor físico, emocional o social, puede producir en nosotros una sensación empática de apropiación que nos hace vivir su sufrimiento como si fuera nuestro, sobre todo cuando el que sufre es un ser querido o cuando el otro es, en palabras del filósofo y médico norteamericano Tristam Engelhardt, un cercano moral, que conoces y ves, y no un extraño moral, a quien desconoces o cuya existencia no afecta en nada a la nuestra.

El sufrimiento ajeno nos sitúa en una posición de espectadores que nos invita a reflexionar sobre nuestra acción o inacción ante el mismo. Puede suponer, para nosotros, una recreación de la experiencia que padece el otro que nos haga posicionarnos de manera indolente o doliente frente a dicho mal ajeno. En definitiva, el sufrimiento del otro produce una gran paradoja en nuestro interior. Por una parte irremediablemente nos afecta pero, por otro lado, tenemos la posibilidad de poder gestionar el nivel de afectabilidad que este puede provocar en nosotros.

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Se busca mentor

Imagina un frasco, en su interior hay un número determinado de bacterias. Un segundo después, cada bacteria se duplica, y tendremos el doble. Cada una de las bacterias resultantes se vuelve a duplicar en cada segundo, y así sucesivamente. Pasado un minuto, el frasco está lleno. ¿En qué segundo las bacterias ocupan la mitad del frasco?

Este conocido problema, que aparece en el libro de Dimitri Formin, es el que utilizamos en el Círculo Matemático para dar la bienvenida a “los nuevos”.

Sí, aquí en nuestra Región tenemos un Círculo Matemático. Empezó en enero y está formado por una constelación de personas fantásticas. Se formó por casualidad en navidades, cuando Fabi comentaba que tenía que recuperar las mates y en la cocina de casa le dimos un buen tute. A partir de ese día, quedábamos de manera informal, y en lugar de repasar currículo, nos pusimos a resolver otro tipo de problemas. Nos reuníamos en casa hasta que decidimos formalizarlo. Ahora el Circulo Matemático se reúne los miércoles en el espacio municipal La Nave en Puente Tocinos y cada uno de los participantes es un diamante que aún no sabe cuánto puede brillar.

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Bufé libre (por fin)

Hoy no es viernes 3. Cuando escribo estas líneas son las nueve de la noche del domingo 28. Supongo que las televisiones y radios hierven con datos de sondeos, valoraciones de tertulianos y conexiones con las sedes de los partidos políticos. No tengo ni idea de cómo quedarán repartidos en un par de horas los escaños del Congreso, aunque me puedo hacer una idea, y he querido redactar este artículo en estas condiciones deliberadamente. Porque no me interesa hablar de victorias o batacazos o de posibles pactos, sino de la vivencia de una sensación que he disfrutado esta mañana en mi colegio electoral y que hace diecinueve años hubiese considerado impensable. Digo diecinueve años porque fue en el 2000 cuando por primera vez pude votar en unas elecciones generales.

Recuerdo que fui a esos comicios con la ilusión que puede tener un comensal en un restaurante en el que sólo sirven ensalada o sopa. Es decir, ninguna. Evaporado el CDS y convertida IU en algo irrelevante, España padecía un frustrante bipartidismo político (reflejado también en un feroz bipartidismo mediático), y se asumía con tristeza que en este país nos teníamos que conformar con la alternancia entre dos grandes partidos estatales que, de no conseguir mayoría absoluta, tenían que hacer todo tipo de acuerdos y concesiones a mezquinos y egoístas partidos nacionalistas regionales que sólo velaban por los intereses de sus respectivas satrapías. Es cierto que el modelo bipartidista fue el que dio a España, destrozada por un siglo XIX sangriento (Guerra de Liberación y las tres carlistadas), años de bienestar y paz durante el reinado de los dos Alfonsos. Y también que el modelo bipartidista que se diseñó durante la Transición, ideado para instaurar una democracia estable cuyo parlamento no fuese una jaula de grillos, no era del todo malo. Pero que la bisagra política pasase por entenderse con dos señores de la calaña de Pujol (el de las cuentas en Andorra y Suiza) y Arzalluz (el que recogía nueces de árboles ensangrentados) era algo desmoralizador y deprimente.

España, para bien o para mal, ha acabado pareciéndose cada vez más a las homólogas democracias occidentales (valga la redundancia) no anglosajonas, y por suerte en el restaurante de las elecciones ya no hay que elegir entre ensalada o sopa. Hemos pasado a un bufé libre en el que se puede optar por cinco proyectos distintos de país, seguramente muy criticables todos desde distintos puntos de vista, pero al menos cinco proyectos nacionales. Que a la pareja socialdemócrata y liberal de las dos décadas anteriores se hayan sumado dos opciones más por los extremos, y una quinta que ha hecho de su indefinición su gran virtud (y también su gran defecto) es algo extraordinariamente positivo. No quiero para mi país ni el monolitismo del parlamento británico ni el caos del italiano. Pero sí que se oigan más de dos voces hablando de los intereses de todos los españoles, y espero que cada vez menos voces exigiendo prerrogativas y privilegios mediante el chantaje de la gobernabilidad.

Ahora son las nueve y cuarto. Cuando ponga el punto y final a este artículo me enteraré de los datos provisionales del escrutinio. Más allá de mis filias o mis fobias políticas, espero que estos datos nos encaminen a un gobierno encabezado por un partido estatal apoyado por otros partidos estatales, y que en las Cortes los partidos separatistas, nacionalistas y regionalistas queden condenados a la más absoluta irrelevancia. Si esto se cumple, sean cuales sean esos partidos estatales, los españoles sentiremos con más convicción que en el Congreso está realmente representada la soberanía nacional.

Publicado en La Opinión de Murcia.