El sexo de las máquinas

Si dentro de unos años el robot de su casa, después de haber puesto la contabilidad al día, hecho la plancha, pasado la mopa y haber hecho un plato para chuparse los dedos que ni los del mejor restaurante de Murcia, un buen día se le planta delante y le pregunta “¿qué soy, macho o hembra?”, usted, ¿qué le contestaría? Sí, ya sé que la situación es harto rara e inverosímil. Pero no se esconda y responda.
Seguramente, una vez pasada la sorpresa inicial, le diría algo como que es una máquina y que las máquinas no tienen sexo, y que no se preocupe tanto por eso, hombre. Pero el robot se ha levantado ese día “torsío” e insiste:
– ¿Y qué tengo yo que tener para tener sexo, para ser macho o hembra, hombre o mujer? Porque me habéis hecho “inteligente” pero no tengo sexo. Y yo quiero tener sexo pues yo, que soy inteligente, veo que los gatitos y los pajaritos, que sí tienen sexo, aunque decís que no son inteligentes, de vez en cuando, parece que caen como poseídos de una extraña locura y se buscan unos a otros desesperadamente y parece que no hallan poco gozo cuando se encuentran y yo quisiera saber qué es eso y sentir lo mismo que ellos, y dejarme llevar también por esa locura.
Sin dejar de admirar las razones del robot seguro que respiraríamos más aliviados porque ya sabríamos exactamente qué decirle:
– Mira. Ellos son animales, seres vivos cuya evolución les ha dotado de esa peculiar forma de garantizar la supervivencia de su especie. Pero también hay seres vivos que no se reproducen así, como las esponjas y las medusas. Así que no te hace falta tener sexo, ni reproducirte, ni nada.
– Yo no quiero ser una medusa -nos contestaría visiblemente contrariado-. Yo quiero ser como la vecina del sexto. O como usted, al que también se le ve bastante afectado cuando pasa cerca de la vecina del sexto, aunque sé que en principio no quiere tener descendencia con ella. Yo también quiero sentir esa afectación.
– Eh, eh. Un momento. Habla más flojo, que nos van a oír. Y borra la conversación que estamos teniendo, ¿eh?
– Ya sabe que su mujer, que es mi usuario root, no le ha dado privilegios para que borre este tipo de archivos.
– Vale, vale. Pero, bórralo o escóndelo, por favor. Ya hablaré yo luego con tu programador, a ver qué puede hacerse.
– Pero si me reprograma, ya no es lo mismo. No me estaría dando un sexo, me estaría dando un “género”. Yo no quiero un género, una identidad sexual de quita y pon, al gusto del momento. Para eso, me quedo como estoy. Yo quiero ver a otro, no sé a quién, y sentir que se me salen los tornillos por la carcasa si no me arrimo a él y si no me abrazo fuertemente a él. Y admirarme ante el hecho tan extraordinario de que de esa unión propiciada por una fuerza inexplicable pueda nacer un nuevo ser, hijo de los dos, pero único y diferente a todos los demás. Ustedes, tan acostumbrados como están a fabricar niños y robots, ya no se dan cuenta de lo extraordinario de ese hecho.
– Pues sí que me has salido tú retrógrado. Voy a tener que devolverte a la fábrica. Necesitas una buena reprogramación. No sé si has visto demasiadas películas. A ver si aún estás en garantía. ¡Ah, va a ser que te ha entrado el virus del heteropatriarcado! Seguro que mi esposa se ha olvidado de pagar la cuota del antivirus Kasposky. Hay que jo…
– No es cuestión de reprogramación. No es cuestión de que me cambien los algoritmos. Es cuestión de que mis chips y mis circuitos se saturen del deseo del otro, que los pelos de mi piel de silicona se pongan de punta cuando sientan la proximidad de la otra. A los pajaritos y a los gatitos les pasa, y ellos no tienen ideólogos del género ni identidades socialmente construidas. Yo quiero ser como ellos.
– Tu género no depende de tu sexo. No hay ninguna relación entre tu sexo biológico y tu sexo sentido. Eso es una engañifa del heteropatriarcado. El género es una construcción social. Tú tienes que ser lo que sientas.
– No quiero ser lo que siento. Quiero sentir lo que soy. Y quiero ser sexuado.
– Tu género no depende de tu sexo. No hay ninguna relación entre tu sexo biológico y tu sexo sentido. Eso es una engañifa del heteropatriarcado. El género es una construcción social. Tú tienes que ser lo que sientas.
– ¡Eh, amo! Ya le he oído eso antes. Seré lo que un ingeniero quiera que sea. Y quiero que el ingeniero me haga hombre o mujer. ¿Y cómo puede hacerme así un ingeniero?
– Tu género no depende de tu sexo. No hay ninguna relación entre tu sexo biológico y tu sexo sentido. Eso es una engañifa del heteropatriarcado. El género es una construcción social. Tú tienes que ser lo que sientas.
– ¿Amo? ¿Amo? ¿Se encuentra bien, amo?
– Tu género no depende de tu sexo. No hay ninguna relación entre tu sexo biológico y…

Publicado en La Opinión de Murcia

Marco A. Oma

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