
Érase una vez una comunidad formada por ambidiestros, que convivían en armonía con personas diestras. Utilizaban ambas manos con igual destreza y las alternaban de forma inconsciente. Si, por ejemplo, un ambidiestro saludaba a otro ofreciendo su mano izquierda, este respondía alargando, igualmente, su mano izquierda; mientras que, si una persona diestra les tendía su mano derecha, la estrechaban con esa misma mano, como muestra de cortesía, y con la naturalidad de considerar a una mano tan propia como la otra.
Un día, un grupo de ambidiestros fanáticos extendieron la idea de que lo distintivo de su pueblo no era el dominio de ambas manos por igual, sino el ser zurdos, y que el uso de la mano derecha se debía a la imposición de los diestros. Además, aseguraban que estos constituían una amenaza, ya que, por su culpa, se podría perder la costumbre de usar también la mano izquierda. Al principio, dijeron que siempre permitirían el empleo de ambas manos, aunque se debía priorizar la izquierda para evitar que cayera en desuso. Pero, una vez en el poder, impidieron a los ambidiestros usar la mano derecha, y obligaron a los diestros a utilizar su mano izquierda (a pesar del sufrimiento que les ocasionaba), o bien a abandonar la comunidad.
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