
Muchos psicólogos se han planteado si se puede ser una persona normal y cometer crímenes horrendos, o si es posible ser una buena persona y colaborar por acción u omisión con la injusticia y la maldad. Como puso de manifiesto la filósofa Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, subtitulado La banalidad del mal, sí se puede. Y como demostraron numerosos experimentos (como el de Milgran o el de Zimbardo) este comportamiento es, de hecho, el más habitual.
Eichmann fue un militar de las SS condenado a muerte por su colaboración en el genocidio judío durante el régimen nazi. Pero, al contrario de lo que cabría esperar, este sujeto no era una mente perturbada que disfrutara con el sufrimiento ajeno. Ni siquiera se consideraba antisemita. Simplemente, fue un eficaz cumplidor de su deber; un capataz que cumplía órdenes con gran eficacia, sin cuestionarse la validez ética de las mismas. Pero sin llegar a tal extremo, es fácil comprobar que muy pocas personas se cuestionan la validez ética de sus acciones, y que una gran mayoría estaría dispuesta a colaborar con una injusticia, amparándose en la coartada psicológica de que ellos no son los responsables, sino meros cumplidores de las órdenes de sus superiores (lo que en psicología social se denomina “la trampa del peón”).
Continuar leyendo «La trampa del peón»