Una nación de mancos

Imagen de Fernando Santiago, del Diario de Cádiz

Érase una vez una comunidad formada por ambidiestros, que convivían en armonía con personas diestras. Utilizaban ambas manos con igual destreza y las alternaban de forma inconsciente. Si, por ejemplo, un ambidiestro saludaba a otro ofreciendo su mano izquierda, este respondía alargando, igualmente, su mano izquierda; mientras que, si una persona diestra les tendía su mano derecha, la estrechaban con esa misma mano, como muestra de cortesía, y con la naturalidad de considerar a una mano tan propia como la otra.

Un día, un grupo de ambidiestros fanáticos extendieron la idea de que lo distintivo de su pueblo no era el dominio de ambas manos por igual, sino el ser zurdos, y que el uso de la mano derecha se debía a la imposición de los diestros. Además, aseguraban que estos constituían una amenaza, ya que, por su culpa, se podría perder la costumbre de usar también la mano izquierda. Al principio, dijeron que siempre permitirían el empleo de ambas manos, aunque se debía priorizar la izquierda para evitar que cayera en desuso. Pero, una vez en el poder, impidieron a los ambidiestros usar la mano derecha, y obligaron a los diestros a utilizar su mano izquierda (a pesar del sufrimiento que les ocasionaba), o bien a abandonar la comunidad.

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La trampa del peón

Muchos psicólogos se han planteado si se puede ser una persona normal y cometer crímenes horrendos, o si es posible ser una buena persona y colaborar por acción u omisión con la injusticia y la maldad. Como puso de manifiesto la filósofa Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, subtitulado La banalidad del mal, sí se puede. Y como demostraron numerosos experimentos (como el de Milgran o el de Zimbardo) este comportamiento es, de hecho, el más habitual.

Eichmann fue un militar de las SS condenado a muerte por su colaboración en el genocidio judío durante el régimen nazi. Pero, al contrario de lo que cabría esperar, este sujeto no era una mente perturbada que disfrutara con el sufrimiento ajeno. Ni siquiera se consideraba antisemita. Simplemente, fue un eficaz cumplidor de su deber; un capataz que cumplía órdenes con gran eficacia, sin cuestionarse la validez ética de las mismas. Pero sin llegar a tal extremo, es fácil comprobar que muy pocas personas se cuestionan la validez ética de sus acciones, y que una gran mayoría estaría dispuesta a colaborar con una injusticia, amparándose en la coartada psicológica de que ellos no son los responsables, sino meros cumplidores de las órdenes de sus superiores (lo que en psicología social se denomina “la trampa del peón”).

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Educación y derecho a decidir

El adoctrinamiento ideológico de los menores es un medio muy eficaz para dominar una sociedad: es una manipulación “a futuro” que ninguna ideología totalitaria descuida.

Junto con la manipulación descarada o sutil desde los medios de comunicación y la farándula (tan generosamente abonadas con dinero público), la que se lleva a cabo a través del sistema educativo es de lo más profunda y persistente.

Respecto a la que se intenta en los centros educativos, afortunadamente no es una tarea fácil debido a la propia heterogeneidad de las familias y de los profesores que están a cargo de la educación. Sin embargo, no es en absoluto imposible, como han demostrado los gobiernos nacionalistas en Cataluña. Para ello, es esencial neutralizar dicha pluralidad imponiendo un modelo educativo lo más homogéneo posible. Y por eso debemos estar atentos a cualquier injerencia del poder político: y eso es, precisamente, lo que intentan hacer cuando pretenden limitar el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos.

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El deber de los niños

«El Mundo Today», ojo.

La próxima semana comienzan las vacaciones de Navidad, y muchos alumnos de Primaria, tras recoger sus boletines de notas, se llevarán a casa una buena cantidad de deberes para hacer en vacaciones, a pesar de haberlo aprobado todo.

Curiosamente, nuestro país se sitúa a la cola de los países avanzados, en cuanto al rendimiento escolar se refiere, a pesar de que nuestros alumnos son los que tienen más días de clase y, también, los que más tiempo dedican a las tareas escolares en casa. De hecho, no hay ninguna evidencia científica de que los deberes mejoren el rendimiento académico. Incluso, algunos sostienen que los deberes son inútiles, antipedagógicos e injustos, y lo que es más importante, defienden que son perjudiciales porque impiden a los niños realizar otras actividades más importantes para su crecimiento y maduración.

Pero analicemos con detalle los argumentos que suelen esgrimirse en defensa de las tareas escolares:

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El triunfo de la mediocridad

En el espléndido final de la película Amadeus, un Salieri encerrado en un manicomio (al que le ha llevado la locura desatada por el odio que siente al saberse un mediocre, frente a la genialidad de Mozart) pronuncia estas palabras: “Mediocres de todo el mundo, yo os absuelvo…”. En realidad, precisamente por saberse inferior, Salieri no podía ser un mediocre, sino una persona de gran talento, capaz de reconocer la diferencia entre él y el genio de Salzburgo. En otra película, El indomable Will Hunting, encontramos un caso parecido: el insigne profesor de matemáticas atormentado por los desaires que le prodiga su joven y brillante alumno le dice: “Tú me desprecias…, pero apenas hay en todo el mundo un puñado de personas capaces de apreciar la diferencia entre tú y yo; y yo soy una de ellas…”.

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