Al igual que determinadas estructuras corporales permanecen en nosotros como órganos vestigiales que ya no cumplen ninguna función biológica, algunos comportamientos instintivos, seleccionados evolutivamente porque en un pasado cumplieron una importante función adaptativa, persisten en nosotros como una onerosa herencia que dificulta nuestra convivencia actual. Este es el caso de las emociones que subyacen bajo el sentimiento nacionalista. El modo instintivo en que concebimos a los más próximos como un “nosotros” que se opone a un “ellos” fue útil para la supervivencia de los grupos humanos; pero actualmente amenaza la estabilidad política en muchos países y dificulta la construcción de entidades supranacionales, como se ha visto recientemente con el Brexit.
Los movimientos separatistas no constituyen un problema de convivencia exclusivo de España. Por el contrario, se da en casi todos los países del mundo (hasta en Estados Unidos existen movimientos ciudadanos para impulsar la secesión de varios Estados). Así, hay regiones que quieren independizarse del país al que pertenecen, comarcas que quieren separarse de su región, municipios que aspiran a formar una comarca y pedanías (o barrios) que quieren constituirse como municipios. Precisamente esta es la razón por la que las autoridades europeas se muestran tan reacias a realizar cualquier concesión a los nacionalistas: si Cataluña se independizara, se abriría la espita para que el fenómeno se extendiera como la pólvora, dando lugar a una balcanización de Europa. Además, enseguida surgirían movimientos disgregadores dentro de los nuevos mini-estados, y acabaríamos por volver a establecernos en aldeas independientes, como al comienzo del Neolítico. Continuar leyendo “La nación no existe, ¿o sí?”