Los países más poderosos siempre han ejercido una influencia notable. Durante los últimos tiempos hemos sufrido una invasión cultural de los Estados Unidos de América en dos fiestas que hemos asumido sin filtros: Halloween y las graduaciones.
El virus nos ha librado este año de la primera. La segunda amenaza con repetirse a final de curso, haya o no vacuna. Las graduaciones tienen su origen en las Universidades del noreste de Estados Unidos: Harvard, Yale, Princeton… como un acto en el cual los jóvenes que acaban su estancia universitaria se mostraban ante la élite social con sus nuevas responsabilidades.
Alumno de 2º de ESO inmerso un proyecto de alta innovación educativa.
Al
margen de pudiera o no preverse, hemos vivido una situación inédita
en el pasado reciente. Acierto y eficacia es lo que se pide de
quienes son responsables.
Junto
con el sanitario, el ámbito de la enseñanza, al que me dedico, ha
sido de los más afectados. Cientos de centros educativos, miles de
profesores, cientos de miles de alumnos, y las familias de todos.
Total, que lo que ocurre en el entorno escolar afecta directamente a
un elevadísimo porcentaje de la población.
Ante
la novedad que viene apretando, hay que salvar los muebles. Es un
tópico que los españoles somos muy de improvisar; y nos han dado la
oportunidad de oro para lucirnos.
Se
entiende que hayamos ido a golpe de ocurrencias, máxime teniendo en
cuenta que el “mando único” iba soltando sugerencias y dando
volantazos. Pero lo que quiero subrayar es que, de hecho, el peso de
toda esta improvisación ha recaído en el profesorado. A falta de
orientaciones fiables y claras, han sido algunos (muchos) profesores
concretos quienes han salvado del caos total esta contrariedad del
trabajo en casa de los alumnos. Han puesto su empeño en sortear las
nuevas dificultades, en aprender nuevas estrategias, nuevos modos de
transmitir conocimientos a los alumnos, de incorporar vídeos e
impartir clases online,
de seguir la evolución,
de corregir las tareas.
En
la gran mayoría, si no en todos, los centros de enseñanza
secundaria de nuestro país, hay un tipo de alumnos, que podríamos
llamar objetores escolares, cuya única dedicación es no hacer nada,
y si hacen algo es casi peor, puesto que no suele ser nada bueno.
Actitudes desafiantes hacia el profesorado, conductas inapropiadas
hacia sus compañeros, inadaptación a las normas de los centros,
desprecio a lo que representa la cultura… son los patrones que se
repiten en este tipo de alumnos.
La
LOGSE creó los orientadores en los centros para, entre otras cosas,
tratar este tipo de conflictos y en la medida de lo posible encauzar
a estos alumnos hacia una actitud más positiva. Posteriormente,
surgieron los profesores técnicos de servicios a la comunidad, cuya
función, entre otras, también es tratar a estos alumnos y, además,
desde siempre han existido los servicios sociales de los
Ayuntamientos, que también tratan estos temas, puesto que sus
familias son, en muchos casos demandantes de estos servicios.
Está
en boca de todos la cuestión de la procedencia o improcedencia de
que los padres puedan objetar ciertas actividades o ciertos
contenidos que se imparten en los centros escolares.
No
falta quien quiera reducirlo a que se trata de decidir si es
obligatoria la asistencia a una excursión para ver la floración de
Cieza en todo lo suyo. Y viéndolo así, no parece razonable tanta
polémica. De hecho, en los centros escolares siempre ha habido gran
variedad de actividades que iban desde conferencias, visitas a
museos, paellas y chocolatadas hasta representaciones teatrales y,
sin necesidad de precisar si eran complementarias, curriculares,
optativas, en horario escolar, dentro o fuera del centro, nunca ha
habido especial problema.
Por
tanto, si el debate está justificado, debe haber alguna novedad,
algo que antes no estaba y ahora sí. Y, en ese sentido, aparecer
como objetor al Pin Parental cuando se hace lo que se ha hecho
siempre sin problema, no es más que una maniobra de distracción,
pura propaganda aireada por los medios afines a una cierta opción.
En la primera semana de diciembre se ha publicado el informe PISA, en el que obtenemos unos resultados nefastos, como viene siendo habitual. Ya se ha convertido en tradición el rasgarse las vestiduras cuando se conocen los resultados y no hacer nada más hasta la siguiente publicación, eso sí, dejando todo como está.
Lo lógico sería buscar las causas y obrar en consecuencia. La educación en España funcionó razonablemente bien hasta la LOGSE, una ley que supuso una ruptura con todo lo anterior y que nos ha llevado a este auténtico desastre.
Nuestros políticos se pelean por temas como la educación concertada o los recortes en el gasto educativo, pero parecen no darse cuenta de que el problema es mucho más profundo. ¿Por qué no empezamos por hacer una enmienda a la totalidad a las últimas leyes educativas? ¿Por qué no empezamos por establecer que enseñar es transmitir conocimientos y no configurar actitudes? A lo mejor así, hasta dejaríamos de hacer el ridículo a nivel mundial. Sin ánimo de exhaustividad, señalaría tres aspectos en los que habría que incidir.