Leyes, ¿para qué?

Trabajo en un instituto de secundaria. Desde hace poco tiempo llevo las redes sociales de mi centro. Como parece natural en estos tiempos, muchos de nuestros alumnos son nuestros mayores seguidores en esos medios.

De vez en cuando he observado un mensaje que me llamaba la atención y que me avisaba de que un alumno cumplía años y me invitaba a felicitarlo. Lo asombroso era que su edad era siempre entre los veinte y treinta años, cuando nuestros alumnos tienen, en general, entre doce y dieciocho años. No he consultado la ley, ni pienso hacerlo, pero tiene toda la pinta de que para ser aceptados en esas redes se necesita tener una edad mínima. Y, como siempre, la sociedad mirando para otro lado.

Ante lo dicho, hay dos opciones. Si queremos hacer valer que los menores de edad no puedan abrirse una cuenta, habrá que obligar a todas estas mastodónticas corporaciones a que no valga con una simple declaración para poder acceder a sus servicios. La otra opción es asumir que cualquier persona, independientemente de su edad, pueda disfrutar de esas redes sociales. Lo que no parece de recibo es que el legislador piense que al ser menores de edad no son maduros para ese tipo de cosas y, simultáneamente, se tolere el acceso de menores de edad a esas redes. Continuar leyendo “Leyes, ¿para qué?”

¿Quién decide?

He seguido con atención y perplejidad dos casos de bebés enfermos muy similares que han tenido lugar en Inglaterra en estos últimos tiempos, el de Charlie Gard en Londres el pasado mes de julio y el de Alfie Evans en Liverpool esta última semana.

Al leer la información me han venido a la cabeza diferentes conductas que han seguido distintos pueblos a lo largo de la historia. La primera de ellas, Esparta. Según Plutarco, los espartanos eran de la opinión de que dejar con vida a un ser que no fuese sano y fuerte desde el principio no resultaba beneficioso ni para el Estado ni para el propio individuo. Por lo tanto, a estos desgraciados niños les esperaba un futuro poco afortunado, ser abandonados o arrojados al vacío desde el monte Taigeto.

En segundo lugar, Roma, en el que, a pesar de ser la cuna del Derecho tal y como hoy lo conocemos, las prácticas no eran especialmente civilizadas. Las Doce Tablas de la ley romana obligaban a matar al niño que naciera deforme y a ello se añade la permisividad que existía con el infanticidio de niños recién nacidos, sobre todo niñas, que eran consideradas una carga por lo que muchas familias sólo tenían una. Continuar leyendo “¿Quién decide?”

Prohibido prohibir

Ha pasado mucho tiempo desde que este lema de mayo del 68 francés irrumpió en nuestras vidas. En general, la mayor parte de las sociedades occidentales están de acuerdo con el principio general de que las prohibiciones deben ser las menores posibles y que la libertad debe ser uno de los principios básicos sobre los que se asienten las relaciones sociales.

Sin embargo, hoy día, una de las libertades fundamentales en cualquier sociedad democrática, que es la libertad de expresión, está amenazada. Desde luego que tampoco nadie en su sano juicio discute que esta libertad de expresión no es absoluta, sino que debe tener ciertos límites. Estos límites deben estar relacionados con la generación de odio y de violencia a través de las palabras. Pero ya está. El resto de temas, que son la gran mayoría, pueden y deben ser discutibles y discutidos desde la moderación, el respeto hacia el que no opina igual y la escucha atenta de los argumentos planteados. Continuar leyendo “Prohibido prohibir”

La autoridad perdida

Cuando Montesquieu, hace varios siglos, propuso uno de los principios esenciales en los que se basan nuestros sistemas democráticos actuales, como es la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del Estado, tenía un problema muy diferente al actual. En aquella época el poder ejecutivo, detentado por monarcas absolutos, invadía las competencias de los otros dos. Pero en la época actual el problema es el contrario, legislar e impartir justicia resulta sencillo, puesto que con escribirlo en un papel es suficiente.

Ahora lo que resulta realmente complicado es que la autoridad se ejerza. Los ejemplos son numerosos, uno de ellos es Cataluña, donde el Gobierno ha sido finalmente arrastrado a aplicar el artículo 155 de la Constitución a regañadientes y casi pidiendo perdón por ello, además de la impunidad con la que ha contado el Gobierno catalán los últimos años para incumplir sistemáticamente las leyes de todo tipo sin que ningún poder del Estado actuara. Otro ejemplo del problema es el tema de la llegada del AVE a Murcia, donde una turba minoritaria es capaz de paralizar unas obras de vital importancia para Murcia y obligar a sentarse a dialogar al Gobierno, so pena de ser calificado de autoritario y poco dialogante, palabras que en la jerga progresista son el mayor pecado que se pueda cometer. La lista de casos sería interminable. Continuar leyendo “La autoridad perdida”