¿»Quo vadis», transhumanismo?

Bebé transhumano (imagen generada con Stable Diffusion Demo 1)

El ideal de la perfección, al igual que el de inmortalidad, ha fascinado a los hombres de todos los tiempos, pero especialmente está resultando apasionante para el homo contemporáneo, que sueña -a través de la revolución quimérica del transhumanismo- con superar todas las vulnerabilidades y debilidades de su condición natural para mejorar exponencialmente sus capacidades físicas y psíquicas hasta límites inimaginables.

En este primer cuarto del siglo XXI estamos asistiendo a importantes desafíos geopolíticos y biotecnológicos, movidos por ideologías filantrópicas estratégicamente planificadas, que nos invitan a deliberar sobre la cuestión dilemática entre seguir siendo lo que somos, seres humanos imperfectos y mortales, o, por el contrario, transformarnos, mediante la ciencia, la bionanotecnología, la robótica y la inteligencia artificial, en seres transhumanos más perfectos y duraderos. Esto nos conduce a una visión antagónica entre los partidarios del conservadurismo tecnofóbico y los defensores del progresismo tecnofílico.

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¡Que viene la bichoburguer!

¡Comer insectos!, qué repugnante y asqueroso resulta escuchar esta expresión y, más aún, si tratan de convencernos de que son saludables, sabrosos y nutritivos. Pero igualmente repulsivo e inusual resulta encontrar productos en los supermercados, bares o restaurantes preparados en base a insectos, algo que nunca hubiésemos llegado a imaginar y que en la última década está causando furor entre algunos forofos de la cocina innovadora. La ingesta de invertebrados está creciendo a un ritmo vertiginoso en países subdesarrollados, pero se está haciendo un hueco en Europa y USA hasta el punto que algunas hamburgueserías están empezado a elaborar y vender la “bichoburger”.

El consumo de artrópodos (hormigas, moscas, mosquitos, escarabajos, arañas, escorpiones, cucarachas, avispas, hormigas, ciempiés, milpiés, grillos, gusanos, etc.), sobre todo los que poseen exoesqueleto, constituye para muchos habitantes de Asia, África, Suramérica y Oriente Medio, un auténtico manjar gastronómico. Aunque no hace falta irse tan lejos en la geografía, pues en el famoso mercado de La Boquería de Barcelona ya podemos encontrar piruletas de escorpión, hormigas caramelizadas, gusanos macerados o saltamontes braseados, como productos culinarios para gourmets o con supuestas propiedades terapéuticas o afrodisiacas.

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Pandemia o «plandemia»

El coronavirus, ese peligroso y contagioso virus, conocido científicamente como SARS-CoV2, ha traído consigo muchos problemas, amenazas y desafíos a nuestras vidas. La pandemia o “plandemia” (en terminología contraria) ha escindido radical y paradójicamente a la ciudadanía mundial, hasta el punto de que se han creado dos bloques identitarios con visiones divergentes: el de los covidianos y el de los anticovidianos. Los primeros, aferrados a la evidencia del cientifismo y obsesionados por la prevención e inmunización provacunal contra el Covid-19, actúan subyugados al cumplimiento de las normas y protocolos sanitarios impuestos por los gobiernos (confinamientos domiciliarios, mascarillas faciales, distancia social, pasaporte sanitario, toques de queda nocturnos, limitación de desplazamientos, etc.). Los segundos, también llamados negacionistas, posicionados en la teoría conspiranoica basada en el espeluznante argumento de que una supuesta organización secreta, que opera en la sombra de un gobierno mundial, ha planificado esta falsa “plandemia” con el objetivo de diezmar y someter a la sociedad, actúan negando la existencia del fatídico virus y mostrando su rechazo total a lo que ellos llaman vacunas experimentales.

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Adicción a la teleficción

La televisión ocupa un papel esencial en nuestros hogares. Forma parte del imaginario doméstico y hasta se ha convertido en el rey de la casa. Pantalla prodigiosa que reproduce todo cuanto puede ser captado y permite tele-evadirnos y tele-transportarnos a lugares, situaciones o personas que interpelan la distinción entre la ficción y la genuina realidad.

Vivimos en la era de la comunicación (o de la incomunicación, según se mire), en la aldea global de la sobreinformación (o de la desinformación) donde las imágenes se han convertido en un bien de uso y consumo, en un producto que nos permite estar interrelacionados e interconectados con cualquier asunto de cualquier lugar.

Consumimos televisión de manera compulsiva, ya sea para distraernos, sentirnos acompañados o satisfacer nuestros egos, sin cuestionarnos apenas la veracidad de lo que vemos y la finalidad ideológica de los magacines, reality show, talk show o series que se emiten, muchas veces dirigidos por políticas televisivas sensacionalistas dependientes de índices morbosos de audiencia.

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Covidcaricias

Parece que los trigales sí podemos acariciarlos sin peligro…

Habitamos en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, con gente muy diversa por su procedencia y manera de vivir, por lo que estamos obligados a relacionarnos, a entendernos y a tratar de convivir, unos con otros, de la mejor manera posible y de eso, hoy más que nunca, hemos adquirido una clara conciencia. De la salubridad de unos depende la de los otros, sin diferencias de ningún tipo, vivas donde vivas. Ahora bien, las relacionas humanas han sufrido un cambio vertiginoso en las últimas décadas, motivadas por el avance de las tecnologías de la comunicación y por factores de desarrollo socioeconómico que, unido al problema del coronavirus, hacen que el gesto comunicativo del contacto entre humanos se haya deteriorado o esté perdiendo su auténtica esencia.

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