
Vivimos tiempos locos, revueltos, frenéticos, caóticos y terriblemente estresantes. Los quehaceres diarios nos devoran, las preocupaciones personales nos corroen, las exigencias interpersonales nos asfixian y los trabajos, en muchos casos, nos esclavizan. Ocupaciones, todas ellas, que provocan un estilo de vida opresivo, alienante y de innegable desgaste vital.
Este desgaste o síndrome del “burn out” vital puede convertirse en un elemento desestabilizador de la persona y afectar notablemente a la percepción de las cosas, a las relaciones con los demás y a la autocomprensión de uno mismo. Tanto es así, que el malgasto sin sentido de la vida podría abocarnos a la infelicidad o al vivir por vivir, impidiéndonos alcanzar eso que Séneca llamaba el ideal del “bien vivir” (bene vivere), bien pensar y bien actuar.
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