En un mundo global no es extraño que productos y servicios, usos y costumbres, se extiendan y arraiguen en partes geográficas muy lejanas a su lugar de origen. Del País del Sol Naciente nos llega el fenómeno del hikikomori, nada menos. Y en formato de síndrome, cuando no de pandemia, que impone más todavía.
La creciente adicción a las pantallas afecta a todos: desde los más pequeños hasta los más mayores. Y se salda con enorme dedicación de tiempo que va acompañada de entretenimiento y compañía virtual, junto a aislamiento social y soledad personal reales. Y, como es sabido, la soledad no tiene buena prensa.
No obstante, la experiencia humana de la soledad tiene una doble cara. Hay soledades buscadas, como esas de las que iba y venía Lope de Vega cuando quería estar consigo retozando en sus pensamientos. Es cosa seria y querida esa soledad sonora que recrea y enamora. Pero hay también otras. Soledades indeseadas o impuestas que se sufren como un mal, que hacen daño y atormentan. Continuar leyendo «¡Hikikomorismo! No, gracias»