Echarse a nadar

El mundo que nos ha caído en suerte está lleno de sorpresas.

Hace no mucho puse en Facebook un vídeo en el que se veían frente a frente unos tractores y unos policías. Enseguida fui informado de que ese vídeo había sido verificado por verificadores de postín y había sido hallado “falto de contexto”.

El hecho sorprendente de que todo el sector primario europeo esté luchando por sobrevivir frente a la agresión de la normativa que aprueba la Unión Europea (con el apoyo de todos los partidos menos uno) no parece suficiente contexto.

Podría ser. Pero también podría ser que se esté aplicando, a base de bien, eso que siempre se ha llamado censura.

Fue el comunista Antonio Gramsci quien señaló el modo de conseguir que las sociedades modernas se conviertan en totalitarismos. Más cínico que Maquiavelo, señala que todo consiste en controlar la “mentalidad hegemónica”, es decir, dirigir a las masas haciéndose con el monopolio de los medios de comunicación, la educación y las creencias.

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La muerte de Dios

Viernes Santo. Nietzsche tiene razón. Otra vez. Dios ha muerto.

Si la Semana Santa consistiera en airear este acontecimiento, tendríamos la parádojica situación de que los cristianos celebrarían estos días sin Dios. Y los ateos intransigentes desfilando molestos con que los capirotes tomen las calles para celebrar que Dios ha muerto, es decir, que ya no hay Dios. Celebraríamos que no hay nada sagrado, que nada escapa al poder y control del hombre. Que no hay límites o, como recuerda Dostoievski, que todo vale.

O no. Porque siempre que nos tuteamos con lo sagrado se producen situaciones paradójicas.

Tomemos distancia para intentar entender. Como es sabido, los mayas basaban su alimentación en la panocha; de ahí que Yum Kaax, dios del maíz, fuese uno de sus dioses más populares. Es un dios benévolo que bien podría llevar el ramal del burro que monta Jesús el Domingo de Ramos.

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Cuentos de ayer para entendernos hoy

Entender lo que pasa, saber lo que nos ocurre, no siempre es fácil.

Estaba estudiando un día en la facultad. De pronto me sentí bloqueado, mareado, con sudor… Síntomas evidentes pero, por ir a nuestro asunto, no entendía qué me pasaba. Que una cosa son los síntomas y otra el diagnóstico. Entender algo es dar con una organización coherente de los datos: lo que viene siendo un buen relato.

Viendo lo que nos pasa estos días, me vienen a la cabeza un par de relatos. Por si interesan.

Ahí va el primero. Es un relato básico, fundamental. De hecho lo encontramos en el libro del Génesis y se refiere a una de las primeras cosas que hay que saber para andar por la vida. Podíamos denominarlo “el relato de las lentejas”.

Recordarán que en un aprieto, un momento de necesidad… Podíamos decir también “Había una vez un lugar muy muy lejano donde algunos pasaban estrecheces (qué se yo, por el precio de la luz, gasolina, impuestos…)” pero no: lo dejamos en que el hermano mayor, destinado a heredar todo, estaba necesitado, hambriento. Y hay que comer, claro: las lentejas son las lentejas. Y eso pensó el astuto hermano menor quien le preparó un plato de lentejas, se lo puso delante. Esaú, que así se llamaba el heredero, se hartó de lentejas. Y perdió todo. ¡Pobre Esaú!

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Consejo de ancianos

Alguno de los jóvenes no conocerá a Violeta Parra. Qué se le va a hacer.

Otros recordamos su canto de gratitud. A la vida. Que nos ha dado tanto.

La canción, voz sobria y guitarra, va desgranando mansamente motivos cotidianos para el agradecimiento (la vista, el sonido, las palabras “que pienso y declaro madre, amigo, hermano”, la luz y el cielo estrellado…). El 8 de octubre de 2021 cumplo 60 años. Estos días me ha acompañado el runrún de Violeta.

Yo también fui joven. Pero la vida me invita a ingresar en el milenario Consejo de ancianos donde reina la sensatez, sabiduría y sosiego. Incorporarse a una institución tan ilustre supone pronunciar un discurso de ingreso. Valgan estas líneas a tal efecto.

Cuando la gente era dueña de sus tiempos, había tiempo para todo. Y había un tiempo para la sabiduría, que era la edad en la que voy entrando. Los ancianos (no confundir con los viejos) han tenido ocasión de aprender. De aciertos y tropiezos, propios y en cabeza ajena. En las culturas sabias los ancianos son la parte de la sociedad donde las nuevas generaciones pueden encontrar la sabiduría.

Hay quien insiste en permanecer en la juventud. Que está bien pero que, al decir de Aristóteles, es la época de la vida en que se vive más según la pasión y el sentimiento (esos ámbitos que nos acercan a los animales) y menos según la razón (ese ámbito que nos orienta a nuestra propia grandeza).

Hay quienes se molestan con la realidad de la edad y pretenden negarla calzándose un chándal de vestir y tiñéndose la canas. Pienso que si no estamos donde corresponde (madurez), tampoco estamos donde no corresponde (juventud) y, por tanto, estamos desubicados, fuera de nuestra realidad. Y eso no es bueno para nadie.

Cumplir años, ingresar en este Consejo, es también un motivo para celebrar. Sabemos que las fiestas son más entrañables cuando nos sentimos acompañados, acogidos, valorados. La proximidad física no siempre es posible. Estará Isabel, mi mujer. De los cuatro hijos que nos ha dado la vida, dos no estarán. Javier anda por Lituania, de Erasmus; Marta por América, conquistando lo mejor de sí misma; Jaime y Alberto sí me verán soplar las velas.

En el camino de la vida, quien es un forofo del fútbol encuentra compañeros de viaje futboleros; y así con todo. Yo he encontrado gente estupenda. Especialmente gratos son aquellos con los que he emprendido batallas que sabíamos perdidas. Y se perdieron casi todas; pero ganamos la certeza de no haber peleado junto a mercenarios sino junto a gente magnánima que se empeñó por vivir según lo mejor y más noble del ser humano. Y me alegra mucho decir que ellos saben quiénes son. También yo.

Quienes no conocen a Violeta ignoran también su suicidio. Poco después de esta canción, además. Porque invita a la gratitud pero no es alegre. Porque señala fragmentos pero no ve el todo, no ve el sentido.

Cuando estamos ante aspectos o fragmentos, podemos superponerlos o elegirlos. Y también revocar la elección. Hay también un plano de la vida en el que no hay nada que elegir, cuando nos enfrentamos a lo absoluto sólo nos cabe acoger, aceptar ser tocados por la gracia: ahí todo nos es dado, todo es regalo, todo es gracia. Esa suele ser la relación con los hijos. Los hijos no se escogen: son acogidos, aceptados sin matices, como un regalo total. Luego descubrimos aspectos, algunos desagradables. Da igual: han sido acogidos.

Las disputas por la custodia de los hijos muestran que los hijos han sido acogidos mientras que la pareja fue escogida. Lo que se escoge en un momento podría ser rechazado cuando cambien las circunstancias.

¿Y si fuésemos capaces de acoger a nuestro cónyuge con la misma gratitud y radicalidad con que acogemos los hijos? Habría que superar los miedos autodefensivos. Y educar la mirada para ver el mundo y la familia bajo otra luz. Es difícil, que no hay altura sin cuesta. Hay que escoger; claro. Pero desde la luz que acoge lo elegido como un don y una tarea.

Quizá sean cosas de ancianos.

Publicado en La Verdad de Murcia (8/10/2021)

El respiracionismo y sus enemigos

Él también ha descubierto que es respiracionista.

Soy respiracionista.

No lo sabía. Lo descubrí el otro día. Fue así: iba en el tranvía, con la mascarilla calada. Al bajar en mi parada, me quité la careta. Sentí la brisa. Disfruté respirando a todo pulmón. Ahí caí en la cuenta: soy respiracionista.

Esto es lo que los pensadores finos llaman “concepto” o “idea” para referirse a un conjunto de cualidades comunes: unos constructos mentales que nos permiten comprender las cosas. Los conceptos no hacen que las rosas huelan bien ni nos permiten gozar de su colorido. Sirven para entender o incluir en un mismo grupo a las rosas. Y, como diría el poeta, bastante hay con entender, dejémosla, que así es la rosa.

De modo que dar el nombre de respiracionista a quien goza de respirar sin trabas permite entender a distintas personas según ese preciso rasgo común. Es, por tanto, algo trivial, normal. Ya saben: pensando se entiende la gente.

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