Hubo una moción de censura no hace mucho tiempo. Para censurar al gobierno, a Sánchez, a su mismidad y su banda.
El sentir mayoritario de los medios de comunicación es rotundo: Pablo Casado ha mostrado un talante moderado, centrado, moderno. Ha cuajado, entre aplausos de propios y ajenos, como un líder indiscutible. ¿Abascal?, un idiota.
Líder e idiota son etiquetas. Por palabras no va a quedar. Sugiero que, en vez de repetir palabras, miremos los hechos.
Cuando
los ojos de los hombres aún miraban el mundo con asombro y los
dioses se paseaban entre nosotros, ocurrieron hechos que aún hoy
suscitan nuestra admiración. Y dan qué pensar, que es de lo que se
trata.
Corría el siglo VII aC cuando Giges mató y sucedió al rey
Candaules inaugurando una dinastía que
gobernaría el reino de Lidia durante más de cien años.
Dos
siglos después Heródoto escribió la crónica. Sostiene el
historiador que Candaules, “como enamorado, creía firmemente tener
la mujer más bella del mundo” y logró convencer a Giges para que
la viese desnuda y pudiese así constatar la verdad del asunto. Giges
fue descubierto y la mujer le hizo elegir entre matar al rey o ser
denunciado por ella y morir: matar o morir, no había más salida.
Si
ojeamos un libro de historia no será raro que nos encontremos
pinturas de ilustres varones con su peluca, maquillaje, medias y
tacones. Y cada complemento tiene su razón de ser.
Voy
a centrarme en la peluca y el maquillaje. Se ha señalado que la
incipiente calvicie del Rey Sol le animó a cubrirse y el efecto de
la imitación de su graciosa majestad extendió la costumbre entre
sus distinguidos súbditos. Podría ser.
Pero
las pelucas pueden ser de diferentes colores. Hay un momento de la
historia en que se impone el blanco, haciendo conjunto con el
maquillaje que aclara el tono del rostro. El color blanco del pelo
es, sin más, el propio de las canas. Ocurre que hay un esfuerzo en
los hombres de esa época para aparentar vejez.
Diversos
acontecimientos recientes me han hecho pensar sobre la cortesía.
Cuando está presente, agrada sin apenas notarse y su ausencia
chirría.
Sólo
la palabra ya dice mucho. Remite directamente a “usos de la corte”.
El término francés para cortesía es “politesse”, es decir,
“usos de la polis o de la ciudad” y, en ese sentido, se
parece más al español “urbanidad” o “usos de la urbe o
ciudad”.
Hay,
en definitiva, una referencia al comportamiento cuando estamos con
otras gentes (en la corte, en la ciudad), es decir, un comportamiento
que hace posible la convivencia civilizada. Por eso la cortesía
remite a un trato tan cordial como formal, tan afectuoso con las
personas como atento a las reglas (de urbanidad, tacto, elegancia).
La
cortesía hace amable la vida junto a otros, porque la cortesía, más
que poner el acento en un conjunto de reglas que dirigen nuestro
comportamiento se centra en los demás. Cortesía es, sobre todo,
miramiento, respeto, atención a la otra persona. La persona cortés
mira a los ojos y sonríe, ¿qué más se puede pedir? Mirar a los
ojos, tratar a los demás con miramiento crea, en efecto, el campo de
juego que permite que los demás se relajen y haya una apertura
mutua, confianza de los unos en los otros, respeto y otros tantos
nombres para esa actitud esencial.
La
muerte, como un rayo, ha segado de un duro manotazo la vida de
Peligros Nicolás.
Joven,
con una marcada vocación de servicio, entendió siempre que lo bueno
tenía que compartirse y su dedicación a la informática la llevó a
ser una entusiasta de las nuevas tecnologías en cuanto que
permitían, precisamente, ser cauce para la difusión de
conocimientos, proyectos y experiencias. Tenía una visión
entusiasta de la gente y de la vida. Quizá eso explique lo que
probablemente sea su don más genuino: poner siempre su enorme caudal
de inteligencia y capacidad al servicio de los demás.
Peligros
era siempre una buena noticia. Irradiaba su pasión y dinamismo a
quienes tuvimos la suerte de compartir proyectos con ella.
Ha
disfrutado de la vida, daba la impresión de estar muy contenta,
satisfecha. Se ha ido llena de felicidad.
Cuando
la invité a participar en el grupo Giges, aceptó inmediatamente. Ya
la conocía de antes, habíamos compartido varios proyectos juntos.
Recuerdo uno que fue particularmente mal, al borde del desastre.
Quedamos para ver qué había pasado, qué podíamos hacer. Peligros
insistió en que el proyecto valía la pena y, por tanto, aunque
hubiese que empezar desde cero, adelante, porque la idea era
excelente aunque hubiésemos tenido un tropiezo.