A la busca del tiempo perdido

Viernes. Seis y cuarto de la mañana. Preparar y dar el biberón, 16 minutos. Cambiar pañal y ropa, 7. Volver a dormir al bebé, 32. Ducharme, 4. Vestirme, 2. Pasear al perro, 10. Desayunar, 9. Ir al gimnasio, anulado. Preparar las cosas para el trabajo, 3. Ir a trabajar, 12 minutos. Lo siento mucho si también les falta pero hoy hablamos del tiempo. Serán unas 850 palabras. Aproximadamente 5 minutos leyendo y hasta dentro de unas 1500 horas no me verán por aquí de nuevo.Habrá a quien estas 1500 horas se le pasen deprisa. Otros, las sentirán como hacer la Marathon Des Sables por el desierto sin agua (no por la espera, sí por sus circunstancias). Y es que el tiempo es lo que tiene. A veces vuela. Otras se arrastra. Nunca a gusto de todos. ¿Es oro? Sí. Igual que inalterable y homogéneo. Como San Agustín, sabemos lo que es, pero si nos preguntan, no sabríamos cómo explicarlo.

Los palos que regala la vida nos enseñan que además el tiempo es finito. Al menos el nuestro. Con fecha de caducidad. Aunque muchos aún no lo han descubierto y viven como si no fuera con ellos. Deberían ver la película In time, de Andrew Niccol. O mejor les cuento de qué va y les ahorro 109 minutos. Una sociedad futura donde gracias a los avances médicos no se envejece y el tiempo del que disponemos se convierte en la única moneda de cambio: ganamos y gastamos de nuestro saldo de tiempo, de forma que, al llegar éste a cero nuestra vida termina.

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Aceptación y libertad

La aceptación y el rechazo social condicionan muy mucho nuestra manera de ver y estar en la vida. El juicio de los demás contribuye notablemente a la integración social, al crecimiento personal, y, por ello, a la propia estabilidad emocional, al desarrollo de la autoestima y al uso de nuestra libertad.

Es un hecho que necesitamos sentirnos importantes y parece que sabernos alguien para los demás, de sentirnos aceptados y aprobados por los demás, es el modo habitual en que los seres humanos satisfacemos esta necesidad, pagando un alto precio por esta servidumbre.

Esta obviedad, derivada de nuestra condición de seres sociales, está sometida a la misma ambigüedad que es el signo de lo humano, siempre en tensión entre la grandeza y la miseria, entre la gravedad y la gracia, como invoca la obra de Simone Weil.

Por un lado, nos vemos como hijos de la Ilustración que pisan fuerte, que construyen mundos y conquistan universos. Y algo de eso hay. Pero no es menos cierto que nos define más la vulnerabilidad y la debilidad que la autosuficiencia ególatra: basta, a veces, un comentario peyorativo o un “no me gustas” en las redes sociales y nuestro ego automáticamente se desinfla.

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Creacionismo lingüístico

“Un íbero tuiteando”, por Marco @subetealanutria

No hay ciencia que no tenga una pseudociencia que la parasite. La alquimia, la astrología o la frenología son el reverso prerracional de la Química, la Astronomía y la Psiquiatría, y se vuelven irracionales cuando, pese a ser superadas y refutadas por las auténticas ciencias, perviven junto a ellas. Uno de los parásitos de la Geografía, y por supuesto de la Astronomía, es el terraplanismo, que hoy experimenta un desopilante revival de la mano de los fundamentalistas protestantes y los teóricos de la conspiración de internet. La excéntrica excrecencia de la Filología y la Lingüística, increíblemente resucitada en los últimos años, es el tubalismo. Continuar leyendo “Creacionismo lingüístico”

Hay aeropuerto

 Pocas infraestructuras tan deseadas, necesarias y esperadas en esta Región como el Aeropuerto Internacional de la Región de Murcia que, de momento, es su nomenclatura oficial. Y digo bien cuando digo necesaria. Disculpen la grosería de citarse a uno mismo, porque me remito a lo publicado en estas mismas páginas el día 8 de enero de 2015. Creo que los murcianos hemos pecado siempre de no valorar nuestras necesidades en infraestructuras como la oportunidad de prosperar en un entorno que también es competitivo, como el territorial, y ejemplos tenemos en España del mercadeo presupuestario a cuenta de las inversiones en las diferentes autonomías. Continuar leyendo “Hay aeropuerto”

La nación no existe, ¿o sí?

Christophe Gowans Illustration

Al igual que determinadas estructuras corporales permanecen en nosotros como órganos vestigiales que ya no cumplen ninguna función biológica, algunos comportamientos instintivos, seleccionados evolutivamente porque en un pasado cumplieron una importante función adaptativa, persisten en nosotros como una onerosa herencia que dificulta nuestra convivencia actual. Este es el caso de las emociones que subyacen bajo el sentimiento nacionalista. El modo instintivo en que concebimos a los más próximos como un “nosotros” que se opone a un “ellos” fue útil para la supervivencia de los grupos humanos; pero actualmente amenaza la estabilidad política en muchos países y dificulta la construcción de entidades supranacionales, como se ha visto recientemente con el Brexit.

Los movimientos separatistas no constituyen un problema de convivencia exclusivo de España. Por el contrario, se da en casi todos los países del mundo (hasta en Estados Unidos existen movimientos ciudadanos para impulsar la secesión de varios Estados). Así, hay regiones que quieren independizarse del país al que pertenecen, comarcas que quieren separarse de su región, municipios que aspiran a formar una comarca y pedanías (o barrios) que quieren constituirse como municipios. Precisamente esta es la razón por la que las autoridades europeas se muestran tan reacias a realizar cualquier concesión a los nacionalistas: si Cataluña se independizara, se abriría la espita para que el fenómeno se extendiera como la pólvora, dando lugar a una balcanización de Europa. Además, enseguida surgirían movimientos disgregadores dentro de los nuevos mini-estados, y acabaríamos por volver a establecernos en aldeas independientes, como al comienzo del Neolítico. Continuar leyendo “La nación no existe, ¿o sí?”