No es novedad para nadie que durante estos últimos tiempos estamos asistiendo a un empacho de informaciones que tienen como eje central el llamado cambio climático.
Otro de los nuevos dogmas del pensamiento actual que presenta bastantes lagunas, con aspectos discutidos y discutibles, como era el concepto de España para ese gobernante socialista de hace pocos años.
Discutido: hace unos años se llamaba calentamiento global y ahora lo llaman cambio climático en su versión light y apocalipsis climático en su versión heavy, pero, como no saben si subimos o bajamos, lo del calentamiento ha desaparecido del enunciado. Además, el clima en la Tierra siempre ha ido cambiando a lo largo de su historia, véase las glaciaciones, el nombre de Groenlandia cuando se descubrió (tierra verde) o la pequeña edad de hielo que hubo en los siglos XVII-XVIII, y así muchos más hechos que corroboran que el clima en nuestro planeta es dinámico.
Y discutible si somos los seres humanos los (únicos) que tenemos algo que ver con esos cambios, o bien se debe a un proceso natural que sucede con cierta regularidad en nuestro planeta. Y en el caso de que (sólo) los humanos fuéramos los causantes de esta cambio por las emisiones de gases de efecto invernadero, resulta paradójico que este teatro surja en los países occidentales, que son precisamente los que han tomado medidas para ir eliminando los combustibles fósiles, que presuntamente son los causantes de este mal, y no en países como China e India, que son los mayores emisores de CO2 del planeta.
Este movimiento presenta, por otra parte, aspectos inquietantes. El primer aspecto es la manipulación de nuestros niños y adolescentes, cuya coherencia deja mucho que desear. Su preocupación reivindicativa en este punto sería más creíble si estuviesen más preocupados por ordenar sus habitaciones, arrojar menos desperdicios en las aulas y en los patios de los colegios e institutos, comer nuestra magnífica dieta mediterránea y dejar de celebrar cumpleaños en McDonalds o Burger King sitios que, como todo el mundo sabe, son ideales para generar una montaña de desperdicios. Ocurre, curiosamente, que en vez de mostrarles su falta de coherencia entre lo que dicen y hacen y ayudarles a ser responsables y madurar se les anima a ir a manifestaciones y huelgas que organiza una adolescente sueca con carteles como “Mi tortuga come plástico”.
Otro aspecto que produce más pavor que el primero viene dado por la respuesta a la célebre cuestión Qui prodest? ¿A quién beneficia todo esto? Por un lado a la extrema izquierda que, habiendo fracasado en su interpretación de la economía y la política tras la caída del muro de Berlín, tiene que buscar nuevas banderas que le permita seguir con su ilusión de la lucha de clases, y aquí ha encontrado un filón, como con la ideología de género. Por otro lado, las grandes multinacionales, que desde hace tiempo hacen todo lo posible por controlar nuestras vidas, y cuyos dueños tienen la desfachatez de celebrar, como este verano último en Sicilia, una cumbre para hablar del cambio climático, a la que acuden en sus aviones particulares y luego nos intentan concienciar al resto de la maldad de la contaminación para el cambio climático. Y por último, la ONU, embrión de lo que podría ser el gobierno mundial, y organismo totalmente prescindible hoy día, al menos en el formato actual. El gran objetivo de todos ellos parece ser, con la excusa del cambio climático, construir un nuevo totalitarismo neomalthusiano, del que ya se habla sin tapujos. Por un lado, se intenta controlar la población mundial planteando abiertamente la limitación de nacimientos, la implantación del aborto en todos los países del mundo y en sus versiones más duras directamente el infanticidio y por otro lado, se recortan derechos y libertades de las personas, como la limitación de vuelos por persona y año, el acceso a las grandes ciudades en vehículo privado e impuestos verdes por doquier. Las limitaciones son lógicamente para los demás, ya que los políticos o los CEOs de las grandes multinacionales no tendrán limitación de movimientos ni pagarán impuestos, y si no se lo creen, vean a nuestro presidente que toma el Falcon hasta para ir al cuarto de baño.
Lo que está en juego es nuestra libertad, la de las personas normales. Azaña escribió: “La libertad no hace felices a los hombres, los hace, sencillamente hombres” Ante tantos enemigos que nos rodean, lucharemos por ser hombres.