Cualquier película de terror comparada con la rutina del trabajo se convierte en una sesión para niños.
La mayoría de los trabajos en nuestras sociedades modernas no dejan de ser rutinarios y repetitivos. Los días se amontonan y la expresión deja vù deja de tener sentido para un hombre encerrado en los muros de una fábrica, una oficina o un aula.
Como sostiene Albert Camus, los trabajadores no dejan de ser una variante del héroe griego Sísifo, condenado por los dioses a un castigo eterno: Subir una piedra hasta la cima de una montaña y dejarla caer para volver a subirla una y otra vez, en un ciclo eterno de rutinarias repeticiones.
¿Qué piensa Sísifo mientras vuelve a la parte baja de la montaña para empezar de nuevo? Piensa lo mismo que cualquier profesor cuando acaba el curso: “Todo está bien”. A pesar de la conformidad y de la rutina, cada promoción no deja de ser única y cada adolescente una nueva oportunidad para comprender el mundo a través de su mirada rebelde.
Mientras espero llegar de nuevo a la falda de la montaña, recuerdo (a modo de discurso de clausura en el instituto Dr. Pedro Guillén de Archena, donde trabajo), lo que hace unos meses pensé cuando caminaba por su parte baja.
Los profesores son piezas clave en la educación de nuestros hijos. Menudo típico tópico, además de poco original.
Los alumnos son la pieza clave en la docencia. El ejercicio de mi vocación como profesora de Filosofía es posible sólo por vosotros y por ello, quiero daros las gracias. Sin vuestra existencia, dedicarme a la enseñanza sería una labor bastante difícil.
Si vuestra vida fuese la serie más alabada y querida por la crítica, al acabar el Bachillerato y abandonar el instituto, finalizaría su primera temporada.
Algunos de vosotros os incorporaréis al mercado laboral, otros iniciaréis estudios superiores: ciclos formativos o grados universitarios. Sin lugar a dudas, comenzaréis a fabricar recuerdos clave para construir vuestras biografías.
Mientras tanto, la vida en el instituto no sufrirá grandes vaivenes. Otros vendrán a ocupar las sillas que dejáis vacías. Continuaremos con las clases, la rutina propia del curso y, antes de darnos cuenta, ya estaremos celebrando otra graduación. De este lado, todo cambiará menos que vuestros cambiantes futuros.
Cuando para este acto me disteis el papel de madrina, no pude evitar pensar en la Disney y en los cuentos clásicos. Caí en una especie de ensoñación y me preguntaba si podría desempeñar la noble función de las hadas de antaño. ¿Podría a golpe de varita hacer cumplir todos vuestros deseos?
No dediqué mucho tiempo a tales especulaciones, pues a la vista está que mi naturaleza es mortal y carezco de las artes necesarias para lanzar conjuros y hechizos. En cualquier caso, gracias a estas imaginativas disquisiciones caí en la cuenta de que a través de la educación habéis recibido las herramientas necesarias para vivir bien en el mundo de los adultos. No necesitáis recurrir a artimañas y conjuros para alcanzar vuestras metas.
Hoy por hoy se ha producido una democratización del saber. Internet pone el conocimiento al alcance de un clic, en cualquier momento y en cualquier lugar. Sin embargo, hay algo que Internet jamás os podrá dar y ese algo solo se adquiere a través del día a día en el aula. Me refiero a la humanización.
Los contenidos de nuestras materias son de fácil acceso para unos jóvenes capaces de aprender complejas habilidades a través de vídeos de YouTube.
Ahora bien, la educación ha de servir para humanizarnos y esta humanización no se aprende a través de la red, se aprende compartiendo momentos con otros humanos. Por eso la humanización ha de ser bidireccional: del alumno al profesor y del profesor al alumno.
Convertirse en ser humano puede llegar a ser un duro proceso y por eso unas veces he sido vuestra confidente y otras vuestra juez. Nos hemos querido y odiado a partes iguales.
Como hombres y mujeres que sois tenéis un valor, y éste es independiente de vuestro estatus socioe-económico y del trabajo que desempeñéis. Todo eso son extras y bonustrack que no alteran vuestro valor de personas.
Vivimos en un entorno cada vez más cambiante. El filósofo Zygmunt Bauman le daba el calificativo de líquido. Nosotros, los que pertenecemos al siglo pasado, provenimos del mundo de los sólidos, de los grandes valores y las grandes empresas. Mundo sólido frente a mundo líquido.
No seré yo quien idealice el pasado, lo pasado, pasado está. Tenemos presente y es de lo que hay que hacerse cargo. Sin embargo, todos necesitamos un sólido al que agarrarnos.
Ningún hombre es una isla, afirmó John Donne. Vuestra familia y vuestros profesores son esa roca, esa península a la que podéis volver siempre que necesitéis apoyo y solidez para seguir adelante, para recordar quienes sois.
¿Cuántas veces habéis oído y leído frases motivadoras sobre los sueños? Sueña a lo grande, sigue tus sueños, no hay sueño pequeño. Estáis en el momento ideal para dejaros influir por esos reclamos de corte publicitario. No caigáis en la trampa.
Los sueños y la realidad poseen naturaleza distinta. No se puede negar el valor de los sueños. Los sueños se miman, se protegen, se cuidan, pero tenerlos no es garantía de cumplirlos. Además, en los sueños hay líneas rojas. No se puede pasar por encima de los demás con la excusa de que se sigue un sueño, pues por encima de los sueños está la dignidad de los otros.
Tampoco se puede vivir obcecado con un sueño y olvidar por ello la realidad más inmediata. Debemos de hacernos cargo de ella y ser responsables de nuestro presente. Los sueños se pueden o no se pueden cumplir. Cuando sucede lo último, no pasa nada porque nuestros sueños son también los motores de nuestra vida.
Sed, pues, bienvenidos a esta nueva etapa, donde recibiréis las clases de dos grandes maestras: Alegría y Decepción.
Todos querréis recibir las enseñanzas de Alegría y todos pasaréis por las manos de Decepción. La Decepción os abrirá facetas de la realidad ocultas y os ofrecerá una manera nueva de mirar las cosas.
Las posibilidades para crecer tanto en lo personal como en lo profesional serán muchas en esta etapa. Aprovechad estas oportunidades al máximo y disfrutad de aquello que os apasione. Las pasiones de juventud perduran toda la vida y nunca caen en el olvido, son grandes compañeras.
Queridísimos alumnos, a pesar de los disgustos, de las broncas y de la dureza del día a día, es un placer servir a vuestro lado y lo haría las veces que hicieran falta.
Nos vemos en el camino, nos vemos en la trinchera.
Publicado en La Opinión de Murcia .