Apunten la fecha: primavera de 2021. La próxima crisis vendrá causada por la mala planificación fiscal de los gobiernos. Y existe una alta probabilidad de que los gobiernos tomen malas decisiones de política fiscal, dada la corriente populista que invade el ADN de los todos los partidos políticos. Bajadas de impuestos, incremento de subvenciones, ocultación de déficits, mantenimiento de redes clientelares y errores en políticas sectoriales van a derivar en un tsunami de cuidado, así que mucho ojo con las promesas electorales. Y los bancos centrales sin subir los tipos de interés.
No seré yo quien se niegue a bajar los impuestos, es más, todos estamos de acuerdo en que cuanto menos nos quiten mejor, si bien entiendo que para que esto suceda se deben asumir determinados compromisos. Desde hace algunos años el protocolo de elaboración de los presupuestos públicos ha adquirido una dinámica preocupante. Con la justificación del establecimiento del Estado del Bienestar y la necesidad de financiar los gastos que esto conlleva hemos pasado de procurar disponer de fondos para su consolidación a hacer de los presupuestos públicos una suerte de saco financiador de ocurrencias y disparates. De ahí que se necesiten ingentes cantidades de dinero, que sale de nuestros bolsillos, hasta el punto que ya no se prevé la consolidación de un modelo de Estado que provea determinados servicios sino que se consolida, a toda costa, la premisa de mantener al Estado, sean cuales sean (cuantos más mejor) los servicios que presta. Ni qué decir tiene que este modelo consolidado incluye subvenciones a cascoporro que mantienen redes clientelares y perjudican las ganancias de productividad de la economía. Esto, aunque vestido de legalidad, se llama corrupción y la corrupción lastra el crecimiento.
No seré yo quien niegue que algunos subsidios son escasos y deberían incrementarse. Pero de la misma forma que deben incrementarse, se deben seleccionar de manera adecuada cuánto, cuándo y cómo se incrementan. Si se incrementa el gasto por un lado, debe rebajarse por otro y esta rebaja se debe realizar mediante el aprovechamiento de la información gestionada y de los recursos tecnológicos disponibles en el mercado. En definitiva, para gastar más hay que gestionar mejor.
Este coctel consistente en gastar más y bajar los impuestos bajo la promesa de recaudar más puede llegar a convertirse en algo así como apagar fuegos con gasolina si no viene acompañado de determinadas políticas de liberalización de la actividad económica, apertura a mercados exteriores y racionalización del gasto público tal que permitan compensar, no con más ingresos sino con más ahorro, la financiación de cuantos caprichos presupuestarios se nos pasen por la cabeza.
Cuando hablamos de crisis todos nuestros pensamientos se dirigen hacia el bolsillo, hacia la economía, pero no sólo de pan vive el hombre. Por esta razón, las decisiones de política y de economía deben atender en todo momento a criterios de moralidad. Ninguna crisis ha sido causada exclusivamente por motivos económicos. Como en nuestro país no se puede mencionar la palabra religión, porque te crucifican, ni la palabra social porque automáticamente el subconsciente te lleva a la subvención y dado que nuestra confianza en la justicia está bajo mínimos que mejor que un buen ejemplo para que vean a qué me refiero:
Andamos por Murcia renovando el estatuto, incorporando artículos para hacerlo “moderno”. Además, estamos concentrando los esfuerzos legislativos en el establecimiento de normas que discriminen positivamente a aquellas minorías sexuales que otrora fueron hasta incluso perseguidas. No escatimamos dineros en planes de acción y (des)información: charlas escolares, subvenciones a colectivos que promocionan actividades de ensalzamiento del género neutro, etc. sin embargo, después de todos esos planes, las violaciones en la Región de Murcia se han incrementado más de un 70% en el año 2018 y observamos, impertérritos, las cada vez más continuas violaciones y agresiones sexuales en grupo, en manada. A ver si va a resultar que esos planes no valen para nada o incluso perjudican.
Puestos a jugárnosla haciendo depender nuestro crecimiento exclusivamente del gasto público, a través de la consolidación de déficits estructurales en las cuentas públicas y del crecimiento sistemático de niveles de endeudamiento que nos dejan sin margen de maniobra en caso de que vengan mal dadas, bien podríamos pensar en dedicar nuestros esfuerzos y gastos públicos a capacitar adecuadamente a las generaciones del futuro. El mundo está cambiando a pasos agigantados, los trabajos del futuro dependerán altamente de la tecnología y tendremos a robots como compañeros, en cambio, nuestros jóvenes no saben gestionar la cantidad de información disponible en el mundo de internet y eso deriva en complejos de inferioridad, hedonismo ilimitado y falta de formación demostrada a través de perniciosas trivializaciones y prácticas observadas con el uso de redes sociales.
Menos planes chuchi pirulis, modernos y más formación. Tenemos que promocionar la cultura del esfuerzo para forjar personas libres, iguales, que respeten al prójimo más que a uno mismo y que sepan vivir en comunidad. Esto también es economía, pero es que somos eso, modernos.
Publicado en La Opinión de Murcia.