Entre la grandeza y la burocracia

El desastre educativo español actual arranca, desde mi punto de vista, desde la LOGSE promulgada en 1990. Hasta ese momento, hubo una sorprendente continuidad desde la Ley Moyano de 1857 y las leyes de educación posteriores, incluida la Ley General de Educación de 1970, con las actualizaciones necesarias para adaptarlas a cada época histórica. Con la LOGSE se rompe esa continuidad ya que se modificaron aspectos
sustanciales, como la fusión de las redes de institutos de Bachillerato y de Formación profesional, así como, la más importante, sin duda, que los alumnos podrían pasar de curso por edad y no por la adquisición de conocimientos: lo importante no era que supieran lo mismo que sus compañeros de pupitre sino que en el recreo jugaran con los de su misma edad. Y así desembarcó el igualitarismo en la escuela: que estén juntos los
de igual edad, aunque sus conocimientos no sean los mismos. ¿A alguien le extraña que con esos cimientos hayamos llegado a un derrumbe del saber de los alumnos españoles sin precedentes?

Las leyes posteriores han mantenido una continuidad ininterrumpida con los ruinosos principios que introdujo la LOGSE, parcheando continuamente el desastre que se iba haciendo cada vez más evidente. Lo dicho incluye la ley educativa actualmente en vigor, la LOMCE: la única ley de educación impulsada por el PP desde que el PSOE perpetrara la LOGSE. La LOMCE no sólo no va a los cimientos del sistema educativo, sino que es puro continuismo, un parche más del ruinoso modelo educativo que padecemos.
Y eso se nota hasta en la forma: ni siquiera es una ley “completa”, es una ley que mantiene la LOE de Zapatero, un simple remake de la LOGSE, modificando algunos detalles de los que ya Celaá se ha encargado de decir que nos vayamos despidiendo.

Cuando, por cobardía o ignorancia, se emplea este método de “redacción” no puede esperarse nada bueno. De ahí, por ejemplo, que aunque cada año podemos comprobar que los presupuestos otorgan más dinero a educación, eso no se traduce en una mejora proporcional de los resultados académicos.
No obstante, alguno de los parches que pone la LOMCE hace referencia a aspectos interesantes. Plantea, por ejemplo, un cambio sustancial en la evaluación de los alumnos. Una de esas modificaciones, actualmente en el limbo, son las pruebas externas en 4º ESO y en 2º Bachillerato para la obtención del título. Cualquier sistema educativo tan descentralizado como el nuestro necesita una prueba para garantizar que el sistema
sea homogéneo, es decir, para que un notable en Orihuela sea más o menos lo mismo que en Beniel. Sólo hay que observar que los mejores sistemas educativos del mundo tienen pruebas externas, a veces muy exigentes, como en Singapur, China o Corea del Sur. Y eso que no son tan descentralizados como el nuestro.

Otro aspecto de la LOMCE que merece la pena destacar son los estándares de
evaluación, asunto bien planteado pero fatalmente resuelto. Pongamos un ejemplo para entender la magnitud del problema. Un profesor de una asignatura como Matemáticas o Lengua tiene como mínimo cuatro grupos de clase, con una ratio de 30 alumnos por clase, el profesor medio tiene unos 120 alumnos. Y los estándares en cualquier nivel de alguna de estas materias ascienden a una media de 80, si bien en cada evaluación sólo se califican unos 40. Con estos parámetros, tenemos que un profesor medio de este tipo de asignaturas tiene que calificar 30*4*40=4.800 estándares. Eso es en el mejor de los casos: en asignaturas con menor carga horaria, se incrementa el número de cursos, el número de alumnos y, por tanto, el número de estándares: una locura tan imposible como inútil y desanimante. Desde luego, cualquier profesor de Secundaria que sea capaz de calificar siguiendo los parámetros de los estándares de evaluación es digno de
recibir un complemento de productividad elevado. Pero lo peor del tema es que si un profesor dedica tanto tiempo a esta labor mecánica, el tiempo dedicado a otros menesteres más creativos como la preparación de las clases o las actividades complementarias, queda mermado.

Es bastante evidente que tanto el legislador como los encargados de desarrollar estos aspectos de la LOMCE hace tiempo que abandonaron las aulas, si es que alguna vez estuvieron en ellas. Sin embargo, por eso sostengo que está bien planteado y mal resuelto, sí es necesaria una estandarización de la evaluación, para que todos nuestros
alumnos sean evaluados de las mismas cosas con criterios homogéneos. De esta manera se atenuaría esa anarquía típicamente española, que también se da entre los profesores, de hacer más hincapié en los aspectos curriculares que les gustan y menos en los que les disgustan. Pero esta estandarización de la evaluación se puede llevar a cabo a través de
los instrumentos de evaluación que deberían ceñirse a los estándares de evaluación, y que deberían ser vigilados por la Administración.
Tal como está desarrollada actualmente la evaluación por estándares en Murcia, se convierte al profesor en un mero rellenador de formularios, un administrativo. Y la docencia no es una tarea burocrática, no debe serlo si queremos contribuir a que los alumnos den lo mejor de sí mismos.

Publicado en La Opinión de Murcia.

Andrés Nieto

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