“Estoy desbordada. No doy abasto. Estoy defraudando a mis hijos. No puedo más…”.
¿Quién no ha oído o dicho alguna vez algo parecido? Recientemente, a la salida del colegio, una madre se lo decía a otra. Me dio pena porque se notaba que lo estaba pasando mal. Estaba realmente agobiada.
Es una obviedad que en el siglo XXI los hombres se han incorporado a las tareas del hogar y la crianza, pero no es menos cierto que las mujeres se han incorporado al mundo laboral con el consiguiente estrés y sensación de que siempre hay algo que se les escapa. Porque todos hemos incorporado (unos dentro, otros fuera del hogar) más trabajo a nuestro día. Y las agendas de ministro que se gastan los hijos no contribuyen en nada al sosiego de los “padres-taxistas”.
El cuadro no mejora si miramos a ciertos padres que ven a su hijo como el próximo Cristiano Ronaldo. En el partido de los sábados pierden por completo los papeles y montan unos espectáculos tremendos, llegando a insultar al árbitro, que suele ser un adolescente, e incluso a pelearse con otro padre que también ande caliente esa mañana.
Como cualquier otro padre me encuentro continuamente con situaciones de este tipo. Y por mi condición de maestro, no falta quien me pregunte por la solución, como si las relaciones humanas fuesen tan sencillas como las tablas de multiplicar y sólo fuese cuestión de estudiar un poco. Pero algo sí se puede decir o, más bien, recordar. Porque, en el fondo, todos sabemos qué hay que hacer aunque a veces se nos olvide por estrés, deseos de cumplir nuestros sueños, de que a nuestros hijos les vaya bien en la vida…
Así, por ejemplo, al padre hooligan habría que recordarle que aunque su hijo tuviese las cualidades de Ronaldo, tiene una vida distinta del futbolista y, lo que es más importante, de su propio padre. Los hijos no tienen como objetivo en la vida cumplir los sueños de sus padres. Y presionándolos se corre el riesgo de abrumar al chico. Asunto distinto es que orientemos, animemos, a nuestros hijos a hacer deporte en plan profesional o como simple actividad extraescolar.
Por su parte, reconocemos la queja de la madre de la que hablaba al principio por un motivo muy sencillo: es una madre normal, como cualquier otra, como cualquiera de nosotros. No es una Supermother de la factoría Marvel. No se da cuenta, no nos damos cuenta, de que carece de superpoderes, no puede salvar el mundo ella sola. ¡Salvar el mundo!… si a veces no logramos ni ser puntuales al llevar o recoger a los niños del colegio. Esas elevadas expectativas y esas realidades tan ajustadas no contribuyen al equilibrio y el sosiego.
Hay que ser consciente de que el mundo en que vivimos tiene tantos requerimientos, tantas ofertas de diversión y de formación que necesitaríamos varias vidas. Por eso, se impone tomar distancia. O planificamos nuestras vidas, nuestras actividades y las de nuestros hijos, o los Superparents estallan. Sin necesidad, además.
Es cuestión de recordar que no somos superhéroes, que necesitamos planificación, orden. Y ayuda. Ahí cada uno sabe sus circunstancias: los abuelos, los amigos, las actividades extraescolares (del colegio, del ayuntamiento…).
Si los padres logramos centrarnos, si somos capaces de organizar nuestro día, será más fácil dedicarles tiempo a nuestros hijos, no en las materias que son competencia de los maestros, sino en lo que nos corresponde que es transmitirles lo que hemos aprendido de la vida. Entre otras cosas, la gran verdad de que no es sano que un niño tenga agenda de ministro. Recuerdo, porque ya lo sabemos, que los niños necesitan jugar, descansar, perder el tiempo y dormir tanto como leer un libro o ver la tele. Porque todo eso, bien distribuido, forma parte de una vida familiar sana donde padres e hijos conviven cada uno con su trabajo, sus sueños, sus agobios pero situando cada cosa en su sitio.
Publicado en La Opinión el 20 de octubre de 2017.