Hablando del lenguaje

El genial pueblo griego es la matriz de nuestra civilización. Allí cuajó la idea de que el hombre es un ser vivo dotado de logos.

El logos, gran cosa. Lo ponemos como apellido de casi todo lo que hacemos con seriedad y rigor, ya sea uno un bió-logo o un psicó-logo y hasta un politó-logo o un teó-logo. El hombre es un ser vivo pero si en esa vida falta el logos, ya no es tan humana.

El logos tiene que ver con el pensar y el decir, con el sentir y expresar las cosas al modo humano. Por eso el logos es lenguaje. Es más, por supuesto, pero también lenguaje. El hombre es un ser que necesita a otros humanos: de ellos recibe el lenguaje y con ellos habla. El lenguaje nos humaniza.

El lenguaje es asunto colaborativo; tanto como la humanización.

Nací en el milenio pasado. No había entonces nada de esa cacharrería electrónica que hoy nos inunda. Un buen día apareció un aparato cuyo nombre sonaba algo así como “Kompiuter” y se españolizó como “computador” y “ordenador”, indistintamente. Cada uno lo llamó como le dio la realísima gana, sin tener que justificar su elección. Y así, cada hablante un voto, se ha ido decantando. Sin impedir que nadie, por las razones o sinrazones que cada uno considere oportunas, use otro término.

Porque el lenguaje es democrático: cuenta con todos sin discriminar, incluso, si están vivos o muertos. Tengan presente que nuestra lengua es patrimonio nuestro pero los que hoy la usamos (es la lengua materna de más de 550 millones) somos una minoría: también la tuvieron como propia los hablantes de hace unos siglos y también “votaron”, también optaron por unos términos y unas estructuras lingüísticas frente a otras, y eso transmitieron a sus hijos, humanizándolos.

Una vida sin logos sigue siendo vida, claro. Pero no tan plenamente humana. El hombre tiene sus enemigos, que son aquellos que erosionan o agreden lo que les facilita su plenitud. Y una lengua tiene, fundamentalmente, dos enemigos, dos modos de dificultar su realidad de vehículo de encuentro y entendimiento. Dañan gravemente a la dignidad humana tanto quienes quieren imponer una lengua cuanto los que quieren prohibirla. Y no sabemos que es peor.

Pudiera ser, incluso, que prohibir e imponer sean dos caras de la misma moneda, dos formas de violencia, dos modos de atentar contra lo naturalmente humano.

Que esto es así podemos verlo en los territorios en los que se han hecho fuertes quienes han intentado imponer el gallego, euskera o catalán. Ahí la lengua no ha servido de vehículo de encuentro y entendimiento sino que la han convertido en instrumento de dominio. Y el dominio divide, separa, en dos grupos antagónicos: los oprimidos y los opresores.De ahí que lo inhumano, es decir, el odio, la crispación y el enfrentamiento haya crecido en esos lugares. En esas dinámicas hay quienes quieren imponer, quienes son oprimidos y quienes miran para otro lado, como si no fuese con ellos. Decía Zapatero que les conviene que crezca la crispación. Pero entonces todos sufrimos.

Con el mismo fuste que en Baleares u Orihuela se impone el catalán y se prohíbe el español, se quiere imponer el llamado “lenguaje inclusivo”. El esquema es el mismo. Se impone un modo de hablar (niño, niña, niñe) y se prohíbe el lenguaje no ideologizado, libre, natural, democrático, es decir, el logos.

Esa Neolengua, que diría Orwell, no es una tontería de pijoprogres. Es una estrategia totalitaria en la que perdemos todos. Pueden parecer payasos ridículos pero consiguen coaccionarnos instalándose en el mismo momento en que optamos por “computadora” o por usar el masculino genérico. Nos hacen temer si al decir “niño” estaremos pisoteando todos los derechos desde Hammurabi hasta la ONU. Equivale, en suma, a sentir en la nuca el aliento totalitario.

El peligro está en lo que el marxismo llama “tonto útil”. Son los que no quieren follones, dicen que eso no va con ellos, no les molesta el catalán, ni el niñe ni los noñis. Sumisos de distinto pelaje.

Así gana el totalitario. Así perdemos todos. Que el logos es cosa seria.

Publicado en La Verdad de Murcia (23/4/2021)

Manuel Ballester

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