La boda que acabó en funeral

Mucho se ha escrito ya sobre la responsabilidad del gobierno en la propagación de la epidemia del coronavirus, y no solo por los errores, dilaciones y extralimitaciones en la gestión de la crisis, sino por haber permitido y animado a participar en las manifestaciones del 8M, cuando ya había indicios suficientes y advertencias de organismos internacionales sobre lo que se nos venía encima, y tan solo 24 horas antes de reconocer la urgente necesidad de tomar medidas excepcionales para evitar la propagación de la epidemia.

El gobierno tiene una responsabilidad política evidente por aquella actuación. Pero no pienso que actuara así por anteponer sus intereses políticos a la vida de las personas. Más bien creo que se produjo una negligente falta de previsión, que llevó a minusvalorar la gravedad de la pandemia, porque el éxito de las manifestaciones del 8M era algo de vital importancia para el gobierno. Y voy a aventurar una posible explicación a esta falta de sentido de la realidad, que ha contribuido a que la crisis sanitaria haya sido mucho más grave en España que en el resto de los países europeos.

Es bien sabido que todo gobernante se ve expuesto a la crítica, y toda acción de gobierno conlleva un desgaste, ya que no es lo mismo ilusionar con promesas que cumplir lo prometido una vez se tiene la responsabilidad de gobernar. Y particularmente, es la juventud la que tiende a ser más contestataria con el poder, por la misma razón que los adolescentes se enfrentan a sus padres como parte del proceso madurativo.

Este gobierno, sin embargo, se las prometía muy felices antes de la crisis sanitaria. Habían hallado la piedra filosofal de la política; habían conseguido la cuadratura del círculo: los mismos que gobernaban encabezarían el movimiento contestatario al poder establecido, apoyándose en la propaganda de unos medios de comunicación solícitos y bien nutridos de subvenciones. Habían logrado así el sueño de todo gobernante: canalizar el descontento juvenil hacia sus propios intereses, unirse a las protestas y presentarse como el adalid de la resistencia contra los poderes fácticos, aunque ellos fueran los que ostentaran el poder en ese momento.

El ardid consiste en inventarse un oponente, abstracto e indefinido, contra el que poder conducir la frustración, y colocarse a la vanguardia de las protestas (es algo parecido a lo que ha hecho el gobierno echando la culpa de la falta de previsión a unos imprecisos “expertos”, sin destituir a los máximos responsables de la gestión de la crisis sanitaria).

De esta manera, se pusieron a la cabeza del movimiento estudiantil cuando organizaba huelgas por el clima, y del movimiento feminista cuando protestaba contra el machismo. Aunque las huelgas siempre se organizan contra alguien, y no a favor de algo, estas protestas no iban dirigidas contra nadie en concreto. Si hubiéramos realizado una encuesta el 8M, habríamos comprobado que nadie se sentía personalmente aludido por las consignas feministas. El famoso “tú”, de “el violador eres tú”, en realidad no es nadie. Para algunas feministas ese “tú” son todos los hombres, sí, pero en la práctica la mayoría de los hombres no solo no se sentían concernidos por el eslogan, sino que muchos corearon las mismas consignas dirigidas contra un ente abstracto y ambiguo llamado hetropatriarcado, y participaron alegremente en las manifestaciones para demostrar que ellos eran tan feministas como aquellas mujeres. Al igual que ninguna persona se atribuye la responsabilidad en la destrucción del medio ambiente, ya que el enemigo imaginario es el liberalismo salvaje y despiadado del que nadie se considera particularmente responsable, aunque todos participemos con avidez del consumismo que alimenta al mercado.

Así, una vez superada la decepción de no poder gobernar en solitario, el propio Sánchez se contagió del entusiasmo de Podemos. Habiendo dejado atrás la crisis, esta iba a ser la legislatura de la alegría en el gasto, en contraposición a los impopulares recortes de épocas recientes, y de profundizar en la agenda ideológica progresista (federalismo asimétrico, ley del “solo sí es sí”, ley de memoria histórica…). Con los movimientos contestatarios convenientemente controlados y dirigidos contra esos entes indefinidos, los adversarios políticos correrían a contrapié a sumarse a las manifestaciones del 8M y del 28J para evitar ser acusados de connivencia con los malvados poderes fácticos (pero sin la más mínima posibilidad de ser admitidos en el paraíso de lo políticamente correcto, que es patrimonio exclusivo de la izquierda).

En fin, como alguien ha dicho ya, el gobierno esperaba organizar una boda, sin imaginar que le tocaría gestionar un funeral. Y eso fue lo que le nubló el juicio. El recién constituido ejecutivo no podía aceptar que su mayor acto propagandístico de exaltación ideológica, con el que se iniciaban los fastos de la nueva era, pudiera cancelarse por exigencias de la realidad. Por eso reaccionaron tarde y mal. Y por eso las palmaditas en la espalda, en Quintos de Mora, dejaron paso a las puñaladas entre los socios de gobierno.

Pero la difícil convivencia en el seno de la coalición aún se pondrá peor cuando tengan que explicar a su electorado el más que previsible rescate de nuestra economía, con las draconianas medidas económicas que ello traerá.

Publicado en La Opinión de Murcia

Alfonso González

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