La brecha digital

En la gran mayoría, si no en todos, los centros de enseñanza secundaria de nuestro país, hay un tipo de alumnos, que podríamos llamar objetores escolares, cuya única dedicación es no hacer nada, y si hacen algo es casi peor, puesto que no suele ser nada bueno. Actitudes desafiantes hacia el profesorado, conductas inapropiadas hacia sus compañeros, inadaptación a las normas de los centros, desprecio a lo que representa la cultura… son los patrones que se repiten en este tipo de alumnos.

La LOGSE creó los orientadores en los centros para, entre otras cosas, tratar este tipo de conflictos y en la medida de lo posible encauzar a estos alumnos hacia una actitud más positiva. Posteriormente, surgieron los profesores técnicos de servicios a la comunidad, cuya función, entre otras, también es tratar a estos alumnos y, además, desde siempre han existido los servicios sociales de los Ayuntamientos, que también tratan estos temas, puesto que sus familias son, en muchos casos demandantes de estos servicios.

A pesar de los ingentes recursos públicos que se gastan en este tipo de alumnado, se han obtenido muy pocos resultados. El sistema ha fracasado en la integración de estos alumnos en el sistema educativo, probablemente, por la inercia natural del Estado en burocratizar cualquier ente que crea.

Ahora los políticos, en su infinita capacidad de crear nuevos vocablos para su neolengua, se han inventado un nuevo concepto: la brecha digital, para hacernos creer a los ciudadanos su preocupación por los más desfavorecidos de la sociedad. Si se hace un estudio no sesgado por los centros, se podrá observar que el caso de alumnos que quieran seguir con aprovechamiento su paso por los centros de secundaria y no tengan recursos digitales son muy escasos. En estos casos funciona perfectamente la simbiosis entre el profesorado y las familias, que hace que los posibles problemas derivados del acceso a las tecnologías de la información se resuelvan por el interés de las partes sin la intervención de nuestra esclerotizada administración. No hace falta ningún término más en esta ecuación.

El problema no es la brecha digital, sino que desaparezcan de nuestro sistema educativo aspectos extraídos del mito del buen salvaje de Rousseau, que nos quieren hacer creer que nuestros alumnos son maravillosos y que el que no quiere estudiar es porque no puede y que si un niño se porta mal la culpa no es suya, sino de la sociedad que lo rodea. Buena parte de los problemas que se perciben en la educación hoy día tienen que ver con estas filosofías que nuestras leyes educativas han desarrollado desde los años noventa, independientemente de quien haya gobernado.

Las familias de los alumnos con menos recursos económicos aspiran a que la enseñanza sea, como ha sido en España hasta hace poco, un ascensor social, que permita la meritocracia. El sistema actual, impulsado por una izquierda que hace lo contrario de lo que dice, es un sistema aristocrático, en el cual está vedada cualquier expectativa de mejora social para alumnos procedentes de familias desfavorecidas, condenándolos a vivir como sus padres en la mayoría de ocasiones. Al mismo tiempo, las familias de mejor nivel socioeconómico tienen más opciones de conseguir que sus hijos puedan mantener su estatus social. Por tanto, en términos de lucha de clases, los ricos siempre ricos y los pobres siempre pobres. Más que de la brecha digital, se debería hablar del foso social.

La solución a esta injusticia es muy fácil y encima no hacen falta más recursos económicos, solo voluntad política.

En primer lugar, un sistema educativo en el que se prime la transmisión de conocimientos sobre todo lo demás. Además, puesto que las sociedades hoy día son tan complejas y diversas, nadie tiene derecho a imponer a los demás sus formas de pensar ni ideologías. Sólo a las familias les asiste ese derecho a educar a sus hijos según sus convicciones de acuerdo a la Constitución.

En segundo término, se debe eliminar la comprensividad, es decir, que convivan aquellos alumnos que quieren estudiar con aquellos que no quieren hacer nada y que encima son los que generan conflictos en los centros. Todo lo que nos escandaliza, acoso escolar, agresiones físicas,… se ve potenciado en la mayor parte de ocasiones en esta perversa convivencia entre alumnos de muy diferentes expectativas en el mismo aula.

Y, por último, la cultura del esfuerzo. Para que nuestros alumnos aprendan a valorar lo que la sociedad les da gratis es necesario que sus títulos no les salgan gratis, sino que sean fruto del esfuerzo de años. Solo se valora lo que cuesta.

Entre el sistema educativo de Venezuela y el de Singapur, yo me quedo con el de Singapur, igual que la gran mayoría de familias de este país, sin necesidad de hacer ninguna encuesta del CIS. Y si es así, la pregunta es por qué nuestros políticos se empeñan en ir en la dirección equivocada de la Historia.

Publicado en La Opinión de Murcia

Andrés Nieto

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