El dinero, ese artificio cultural que vino a sustituir al trueque comercial y al intercambio de bienes, nos permite simbólicamente otorgar valor económico a un papel o a una moneda, llámese como se llame, con el fin de servir de medio de pago para comprar o vender cualquier producto o propiedad a un precio determinado. De hecho, el vil metal o el servil papel-moneda, se ha convertido desde hace siglos en el mejor instrumento fiduciario, representativo, mercantil o financiero para realizar cualquier transacción, por su valor intrínseco y su valor de mercado.
Actualmente, con la irrupción de internet, de los teléfonos móviles, de la inteligencia artificial y de la digitalización global de la vida humana, el dinero efectivo está perdiendo su hegemonía para dar paso al dinero en formato digital, también conocido como dinero electrónico o virtual (criptomonedas, criptodivisas, criptoactivos, paramonedas, CBDC, etc.). Este hecho está suponiendo y va a posibilitar una auténtica revolución industrial, tecnológica y social, hasta el punto de plantearse, por algunos economistas y por el propio Foro Económico Mundial, como el sistema monetario mundial al que todos los países deberán sumarse e integrarse de cara al proceso de descentralización, desnacionalización y unificación monetaria que se va a operar en las próximas décadas.
La digitalización del dinero y la abolición del dinero efectivo resulta ya indiscutible e imparable, pues se ha planteado por los gurús de la economía mundial como un dogma económico-político irrefutable, que además está sustentado y promovido por organismos supranacionales, corporaciones empresariales, gobiernos nacionales, bancos y colectivos ciudadanos. Dogma incuestionable para algunos (los bien pensados), pero no exento de criticidad para otros (los mal pensados), pues si bien son ciertas las bondades del uso del dinero digital, no es menos cierto que subyacen múltiples interrogantes al respecto y, para muchos, no resultan del todo clarividentes los contextos, las formas, el control, la monopolización y la fiabilidad que el mismo va a acarrear para la ciudadanía, a nivel particular y general.
Este asunto, como otros muchos, viene auspiciado por los teóricos del globalismo, movimiento ideológico, político y económico que defiende a ultranza la unicidad mundial de todo, esto es, la propuesta futurible de una gobernanza mundial donde todos los aspectos de la vida planetaria y societaria (dinero, educación, sanidad, seguridad, sociabilidad, etc.), estén centralizados, controlados y tutelados con el pretendido fin de garantizar un futuro ecosostenible, un bienestar poblacional y una estabilidad financiera.
Ahora bien, actualmente existen ciertos recelos hacia esta tendencia de la digitalización monetaria, no sólo por las sospechas y dudas que suscita entre los destinatarios/usuarios, sino porque puede acarrear riesgos operacionales, fraudes electrónicos, fines ilícitos, robos virtuales, falsificaciones criptográficas, desconfianza bancaria, inseguridad del consumidor e incluso temor a abusos por parte de los responsables máximos de su custodia (bancos centrales o los propios Estados) al ostentar estos la posibilidad de disponer, mediante leyes o regulaciones ad hoc, del dinero digital de los ciudadanos con o sin el consentimiento de estos. O, incluso peor aún, temor a que dichos custodios nos impongan categorías como la volatibilidad potencial o la caducidad virtual del mismo.
Como vemos, el futuro del dinero digital es incierto, pero todo apunta a que si o si terminará implantándose, para complacencia de unos y disconformidad de otros. El dinero efectivo será reemplazado por el dinero digital y ello se llevará a cabo, a buen seguro, de forma progresiva y gradual. Es más, el dólar digital y el euro digital están ya en fase de preparación por el Banco Central de EEUU o Reserva Federal de América (FED) y el Banco Central Europeo (BCE), con una alta aceptabilidad política y social, por lo que la sustitución de los dólares y euros actuales por los virtuales está casi consolidada. El problema inicial estriba en la emisión, gestión, distribución y operatividad de dicho dinero digital, con las dificultades añadidas de su control eficaz, fiable y legal. Sin embargo, una vez sorteado dicho problema y los subsiguientes se impondrán los CBDC o monedas digitales emitidas por bancos centrales (central bank digital currency), casi con total seguridad, bajo el pretexto de ser un dinero transparente, eficiente y seguro, como sistema de pago universal entre países y ciudadanos.
El camino está trazado y el dinero digital como base monetaria mundial, con sus riesgos y beneficios, está prácticamente definido. Eso sí, habrá que confiar en la equidad de las políticas financieras de sus emisores, en la justicia de sus controladores y en la responsabilidad de sus usuarios. Y, por supuesto, hemos de ser muy cautelosos con su implantación, no sólo a la hora de valorar la conveniencia y viabilidad de su desarrollo, sino por el elevado grado de escepticismo que, a mi juicio, puede generar la ficción, el poder y la vigilancia sobre el mismo, así como por la posible vulneración del derecho a la privacidad digital y a la libertad de uso de dicho dinero por parte de los usuarios.