La británica es una democracia de mesa camilla. El Primer Ministro vive en un sencillo adosado en el 10 de Dowing Street, la Cámara de los Comunes es un claustrofóbico parlamento en el que seiscientos cincuenta electos se apretujan en horribles bancos corridos tapizados con pegajoso skay verde y con una mesa en el centro llena de libros viejos que recuerdan a una antigua enciclopedia del Círculo de Lectores, y es tal el civismo que al segundo partido con mayor representación lo llaman oficialmente La Muy Leal Oposición a Su Majestad. Las lealtades y deslealtades políticas británicas quedan perfectamente formuladas en la frase que cómodamente podemos atribuir a Churchill (quien, si no la dijo, a buen seguro la pensó, o la pudo pensar), de que “en la política británica, el rival está en la bancada de enfrente; el enemigo, en la bancada propia”.
El parlamentarismo español también cuenta con su leal oposición, sólo que no sabemos quién la encarna. La lealtad de la oposición británica se refiere a la Corona y al modelo de Estado, no tanto al Gobierno. En ese sentido, en España tenemos leal oposición al más puro estilo británico ejercida por el Partido Popular. En pocos países estructuralmente bipartidistas las coincidencias entre los dos partidos hegemónicos son tantas: ambos defienden la misma forma de Estado (son monárquicos), el mismo modelo territorial (son autonomistas), el mismo sistema económico (son liberales, cada uno a su manera), el mismo alineamiento internacional (son europeístas) y militar (son atlantistas). Ambos, al fin, han abrazado las causas identitarias posmodernas (Día del Orgullo, feminismos…) para no perder su cuota de popularidad y renunciando a la batalla ideológica, que entre ellos es nula. Pablo Casado fue, en ese sentido, un perfecto opositor leal, especialmente en los meses más desquiciantes de la pandemia. Pero el Gobierno tiene otra oposición, de dudosa lealtad, que es la que encarna el segundo partido de la coalición que lo sustenta. A la acción de gobierno de Pedro Sánchez le sucede una furibunda reacción por parte de Unidas Podemos, propia del auténtico partido de la oposición e impropia de un socio de gobierno. La materia sobre la que se polemice es lo de menos, porque la disensión es continua y muy ruidosa: ley de vivienda, reforma fiscal, reforma laboral, incremento del precio de la luz, viraje en la política sobre el Sáhara Occidental y en las relaciones diplomáticas con Marruecos, apoyo militar a Ucrania ante la agresión rusa, celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid… y qué decir de los valleinclanescos episodios del ocioso ministro de Consumo Garzón, rectificado sucesivamente por el ministro de Alimentación, la portavoz del Gobierno y el propio Presidente.
Ni la escurridiza Isabel Rodríguez García, experta en salirse por la tangente cuando se le pregunta por el sistemático torpedeo a la labor de gobierno que desde dentro realiza Unidas Podemos, ni la beatífica y conciliadora Yolanda Díaz logran apagar el continuo incendio de la Moncloa porque en los propios sillones ministeriales hay varios pirómanos que ejercen la labor de oposición de una forma admirable y entregada. Si la oposición del PP es la leal, la de la mesa camilla y sin aspavientos, es decir, la oposición inexistente, la auténtica y real la ejercen Unidas Podemos desde dentro y Vox desde fuera. Sólo así se puede entender la demencial situación política española en la que, desparecido Ciudadanos, los dos grandes partidos del sistema, ferozmente oficialistas y prácticamente calcados en su visión de la política pese a ser teóricamente rivales, tienen como a sus auténticas némesis a los recién llegados (PSOE a Unidas Podemos, PP a Vox), a quienes a la vez detestan pero con los que al mismo tiempo pactan porque hay que mantener la ficción del enfrentamiento entre los dos pilares del régimen del 78. Que en España la oposición al Gobierno la ejerzan una treintena de diputados de Unidas Podemos con sus cinco ministros al frente, y los cincuenta y dos diputados de Vox que han colocado por ahí en el gallinero para que se les escuche menos, y no las casi nueve decenas de somnolientos diputados del PP, es una señal clarísima de que aquí algo no funciona bien.
Publicado en La Verdad de Murcia (1 de julio de 2022)