La maldición de Elena de Paz y la niña de Rajoy

El pasado sábado 22 de enero pasó por el Romea la obra “Malvivir”, con Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda, un montaje muy bien armado a partir de las novelas de pícaras del siglo XVII. En una hora y tres cuartos que pasaron sin sentir, con un ritmo trepidante cuajado de gracietas, tensiones y dramas, se levantó un retrato de aquella época, aquellas circunstancias y aquellas mujeres a través de las andanzas y hechuras de la figura de Elena de Paz, «libre, rebelde, ladrona, ingeniosa, embustera y fugitiva”, y otra docena de personajes en un magistral ñaque que tejieron sin casi respirar sus dos protagonistas actrices, haciendo un ejercicio de interpretación soberbio.

La obra no oculta lo disoluto de la vida de la pícara, pero tampoco renuncia a reivindicar su vitalidad. Da igual de donde nazca. Sean cuales sean las injusticias estas no detendrán el camino de una mujer libre. Ese es el blasón del pícaro: vida y libertad. La cosa, como era de esperar, no acaba bien para Elena de Paz. Pero, ¿qué vida le esperaba a una mujer sin nombre, sin familia, sin hacienda, sin iglesia, sin educación y sin oficio? Es muy comprensible que Elenita maldijera amargamente a la nación en la que nació varias veces a lo largo de la obra.

Qué diferente habría sido su vida si a pesar de ser huérfana y pobre hubiera al menos recibido una instrucción y una educación básica excelente. Como la de la niña de Rajoy, ¿no? Podría haber llegado a ser, qué sé yo, investigadora del CSIC, doctora cum laude de una escuela de ingeniería industrial o consultora del big data, pues es fama que la escuela española en general y la murciana en particular garantiza que todas las Elenitas puedan soñar, si quieren, con ese futuro. Además, ahora “todos” tenemos comida en el frigo. Los apellidos ya “no”importan. La ley “protege” la igualdad de oportunidades. La discriminación es “perseguida”. Y siendo conscientes de que “una de las funciones más importantes de la educación formal, especialmente en una democracia, es asegurar un nivel cultural lo más alto posible” (W. Bagley) y sabiendo que la educación universal básica, que es condición necesaria para todo lo anterior, “funciona”, ¿de qué preocuparse?

Por eso, no hagamos caso a los indicadores internacionales que hablan de un bajo rendimiento escolar español, de unos pobres resultados en lectura y cálculo. Que estos no correspondan ni de lejos con nuestro nivel de renta, que no levanten cabeza y que sigan cayendo en muchos casos debe ser una anécdota. Solo son parámetros de la perversa lógica de la competitividad y la producción, que no busca más que resultados, anda ya. Tampoco hagamos caso del hecho de que la escuela ya no sea el “ascensor social” de antaño y que el que nace pobre, siga siendo igual de pobre o más con mayor probabilidad que antes, pero con título. O de que el cociente intelectual medio baje a la vez que el rendimiento escolar. Que Singapur, líder de esos denostados indicadores de evaluaciones internacionales, que no era más que una pobre marisma de pescadores hace apenas unas décadas hoy sea un modelo de éxito de integración social, escolar y económico, o los recientes éxitos de Polonia o Estonia, lugares que han empezado a huir de un modelo de escuela centrada en los procesos (aprender a aprender), anti-contenidos, anti-intelectual, anti-memoria, anti-académica y anti-evaluación, son solo una coincidencia. Y, faltaría más: cómo queden los indicadores murcianos en esos paneles internacionales no tiene ningún interés.

Hoy lamentamos martirizar querubines sacrificando su debida instrucción intelectual por unas supuestas destrezas formales y digitales más molonas. Así que tampoco hagamos caso a los que como Hirsch (La escuela que necesitamos) muestran una acumulación de evidencias bastante abultada a favor del hecho de que la escuela que asegura la transmisión de un mínimo capital intelectual sea el factor de cambio clave. Total, si todo está en Google y en YouTube. Está claro. Nuestra educación universal básica, primaria y secundaria, funciona. La niña de Rajoy nunca podrá ser Elenita de Paz. Ni “jamás” tendrá motivos para maldecir su nación.

Publicado en La Verdad de Murcia (28/1/2022)

Marco A. Oma

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