La muerte de Dios

Viernes Santo. Nietzsche tiene razón. Otra vez. Dios ha muerto.

Si la Semana Santa consistiera en airear este acontecimiento, tendríamos la parádojica situación de que los cristianos celebrarían estos días sin Dios. Y los ateos intransigentes desfilando molestos con que los capirotes tomen las calles para celebrar que Dios ha muerto, es decir, que ya no hay Dios. Celebraríamos que no hay nada sagrado, que nada escapa al poder y control del hombre. Que no hay límites o, como recuerda Dostoievski, que todo vale.

O no. Porque siempre que nos tuteamos con lo sagrado se producen situaciones paradójicas.

Tomemos distancia para intentar entender. Como es sabido, los mayas basaban su alimentación en la panocha; de ahí que Yum Kaax, dios del maíz, fuese uno de sus dioses más populares. Es un dios benévolo que bien podría llevar el ramal del burro que monta Jesús el Domingo de Ramos.

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Cuba o Polonia

Los salarios medios españoles son nominalmente los más altos de la serie histórica. Nunca habíamos cobrado tanto. Sin embargo, no hay que dejarse engañar. De hecho, el poder adquisitivo medio ha caído a niveles de 1996, según un reciente informe de Adecco. Es como si hace 27 años hubiésemos comprado un piso y hoy no pudiéramos pedir por él ni un céntimo más que entonces. No avanzar es retroceder. Y son tres décadas de retroceso. Y aunque no es imposible, es difícil pensar que todo ese retroceso se deba sólo a la mala suerte, y no también a decisiones inadecuadas. ¿Por qué si ganamos más podemos comprar menos? La inflación es la explicación, según los que saben.

Por otro lado, según datos recientes, en España aproximadamente la mitad de los jóvenes de entre 25 y 34 años cuentan actualmente con una titulación superior, una tendencia que ha ido en aumento en las décadas anteriores. A pesar de que esta cifra contrasta con el hecho de que España duplica la media OCDE de ciudadanos en esa misma franja de edad que no alcanzan más que los estudios básicos, nunca antes había habido tantos españoles con tantos títulos, si además a ellos sumamos el total del resto de franjas de edad.

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Circulen, circulen

Javier Carrión / AGM

La responsabilidad social es algo desconocido entre los miembros del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Murcia.

Si supieran qué es y cómo se ejerce habrían explicado, con antelación suficiente y escuchando a los vecinos de los barrios su proyecto de movilidad, que aparte de generar más problemas de los que pretende resolver por no medir los impactos que provocará, nace viciado por sustentarse en mentiras como el argumento de la (falsa) peatonalización, la tala masiva de árboles que se está haciendo con el silencio de colectivos ecologistas más ideologizados y subvencionados que ecologistas, y la supuesta obligatoriedad emanada de normativas europeas y nacionales. Sí, la Unión Europa y el Gobierno de España obligan a tener áreas urbanas de bajas emisiones, pero otra cosa es cómo se consiguen y, sobre todo, cómo se llevan a cabo. Aquí los tiempos no los marcan el sentido común, la planificación bien hecha y la ejecución precisa, sino el dinero y el plazo para gastarlo. El resultado son las chapuzas en forma de aceras no aptas para la correcta evacuación de aguas pluviales o señales de tráfico y mobiliario urbano que quedan en mitad del espacio supuestamente destinado a los peatones, que en breve estará colonizado por bicicletas, patinetes y terrazas de hostelería.

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Si hubiera un buen señor…

Si le preocupa el deterioro moral que están sufriendo las sociedades occidentales siga leyendo. En ocasiones, ante determinados acontecimientos, es muy común ver cómo, para justificarlos, se alude a los valores, de forma más o menos similar pero que no terminan de convencernos del todo.

Pensemos en un ejemplo cercano. La ley que otorga personalidad jurídica al Mar Menor. Un dislate por dónde se mire, una cortina de humo para enmascarar la incompetencia de los gobiernos locales y autonómicos responsables del estado de la laguna. Podríamos seguir. No va a quedar por falta de ejemplos. Ahí está la brillante “sólo sí es sí” que también sirve para tapar miserias.

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Gasto y malgasto vital

Vivimos tiempos locos, revueltos, frenéticos, caóticos y terriblemente estresantes. Los quehaceres diarios nos devoran, las preocupaciones personales nos corroen, las exigencias interpersonales nos asfixian y los trabajos, en muchos casos, nos esclavizan. Ocupaciones, todas ellas, que provocan un estilo de vida opresivo, alienante y de innegable desgaste vital.

Este desgaste o síndrome del “burn out” vital puede convertirse en un elemento desestabilizador de la persona y afectar notablemente a la percepción de las cosas, a las relaciones con los demás y a la autocomprensión de uno mismo. Tanto es así, que el malgasto sin sentido de la vida podría abocarnos a la infelicidad o al vivir por vivir, impidiéndonos alcanzar eso que Séneca llamaba el ideal del “bien vivir” (bene vivere), bien pensar y bien actuar.

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