
Viernes Santo. Nietzsche tiene razón. Otra vez. Dios ha muerto.
Si la Semana Santa consistiera en airear este acontecimiento, tendríamos la parádojica situación de que los cristianos celebrarían estos días sin Dios. Y los ateos intransigentes desfilando molestos con que los capirotes tomen las calles para celebrar que Dios ha muerto, es decir, que ya no hay Dios. Celebraríamos que no hay nada sagrado, que nada escapa al poder y control del hombre. Que no hay límites o, como recuerda Dostoievski, que todo vale.
O no. Porque siempre que nos tuteamos con lo sagrado se producen situaciones paradójicas.
Tomemos distancia para intentar entender. Como es sabido, los mayas basaban su alimentación en la panocha; de ahí que Yum Kaax, dios del maíz, fuese uno de sus dioses más populares. Es un dios benévolo que bien podría llevar el ramal del burro que monta Jesús el Domingo de Ramos.
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