Hace mucho, mucho tiempo político (un par de años o así) cuajaba en la ciudadanía española la idea de que era necesario cambiar los paradigmas imperantes en la práctica política relativos a nombramiento de candidatos, confección de listas electorales, permanencia de una misma persona en un cargo público y modificaciones en la normativa electoral para acercar el concepto de ‘una persona, un voto’ a su verdadera esencia. Con estas medidas, jaleadas por tantos, se pretendían loables objetivos: que a la política accedieran personas preparadas intelectualmente y con demostrada valía profesional, que la ciudadanía tuviera mayor participación a la hora de nombrar candidatos (listas abiertas), mitigar las consecuencias de la simbiosis entre política y función pública, pues desde las últimas elecciones generales, los funcionarios públicos, que suponen el 3,4% de la población española ocupan el 36% de los asientos en el Congreso de los Diputados, y sobre todo, que un puñado de flequillos al hacha o de segadores sin fronteras no tuvieran tan fácil dar tanto por saco, de forma regular e inmisericorde, a millones de conciudadanos.
Todo muy español. Estábamos tan ocupados maldiciendo la falta de ética de nuestra clase política mientras circulábamos con la bici por la acera y olvidábamos pagar el IVA en la factura, que no fuimos capaces de darnos cuenta del trampantojo democrático con que venían a obsequiarnos, unos con juvenil entusiasmo y otros arrastrados por la opinión más publicada que pública. Sí, las primarias para elegir a los cabezas de listas electorales. Si lo piensan, la ventaja para sus promotores es clara: le damos a usted la oportunidad de elegir previo pago de una cuota de afiliado. Algo así como una promoción comercial que busca la fidelidad del cliente. Nada de modificar la ley electoral para que todos los ciudadanos elijan libre y directamente a sus aspirantes a representante, no vaya a ser que se equivoquen, sobre todo, incluyendo libremente entre sus preferencias más mujeres que hombres o viceversa en la lista definitiva que, no lo olviden, parece democrática porque es (casi) paritaria, aunque sea impuesta.
Continuar leyendo “Crecepelo para incautos”