La indignación moral es la estrategia tipo de los idiotas para dotarse de dignidad moral.
Marshall McLuhan.
Esta frase del genio y erudito canadiense debería estar grabada a punzón en las mesas de las redacciones de periódicos y medios de comunicación audiovisuales, pero mucho me temo que la lectura y análisis de la obra de McLuhan haya dejado de ser obligatoria en las facultades españolas de ciencias de la información, a tenor de lo que estamos leyendo y escuchando estos días tras el intento de golpe de Estado en Cataluña.
El domingo por la mañana, bien provisto de palomitas y agua del Carmen, me dispuse a seguir por televisión esa road movie que fue la votación ilegal y antidemocrática convocada por los independentistas catalanes. Y la primera bofetada de realidad llegó a los pocos minutos: de entre todas las cadenas generalistas de mayor audiencia en España, sólo la Sexta había programado un maratón informativo para contar al segundo lo que sucedía. Y claro, no pude evitar el paralelismo con la hegemonía material del victimismo nacionalista: el Estado, por incomparecencia de sus servicios de información, renunciaba a dotar de contenido el único motivo que justifica la existencia misma de una televisión pública. La única ventana abierta que teníamos los españoles ante los acontecimientos quedaba custodiada por los del “sí pero no” y “la puntita nada más, que haces daño, Mariano”.
Así, escuché decir al periodista catalán sr. Juliana (trago de agua del Carmen) que (textual) “la mayoría de los que estaban en las colas para votar lo había decidido esa misma mañana tras conocer la respuesta que estaba dando el Estado”. Juro que lo dijo sin descojonarse de risa. Ahora, según la dictadura lingüística de los cursis, hay que revestirlo todo de “espontaneidad” para hacerlo más “de la gente”. Será el signo de los tiempos.
Recuperado de la impresión, trago palomitas sin descanso mientras veo a los polis y guardias civiles buenos defenderse de la turba siniestra. Los malos, como el demonio, no se aparecen como demonios. No tendría gracia. Suelen aparecerse en forma de venerables abuelitas y niños a lomos de orcos estrellados que tiran sillas y piedras, insultan y golpean a las fuerzas de orden público y les impiden cumplir los mandatos judiciales. Los malos dicen que son pacíficos pero no hacen cosas pacíficas, y salen también unos mozos que tenían órdenes del juzgado de precintar los centros de votación. Esa orden la han “cumplido” pasando antes por los centros avisando a los malos de a qué hora iban a pasar ellos para que pudieran ocuparse antes, con el fin de alegar imposibilidad de cumplir lo ordenado y no complicarse mucho, que los domingos toca paella y guitarra en casa de los padres de la patria, y el marrón, para otros. ¡Serán españolazos!
Más agua del Carmen. Una orco con cara de pacífica y el brazo en cabestrillo nos cuenta cómo (y juro que esto también es textual) “me han roto expresamente los dedos de la mano de uno en uno y me han tocado las tetas mientras se reían”. Y dicen que no les hacen falta las clases de castellano. Esta, en su delirio, creo que tendrá el acompañamiento de la brigada informativa hembrista-nacional-socialista que no tuvo aquella que apalearon entre varios hombres a la puerta de un bar de Murcia, y si no, al tiempo.
La kale–borrega adquiere aquí su culmen cuando veo barricadas de niños y ancianos frente a la policía. También sale una alcaldesa del PSC recordando que el espíritu de Lola Flores está más presente que nunca en Cataluña. Ella, más leída quizá que la Faraona, pero sólo un poco, no decía “irsen”, sólo decía “iros” a las fuerzas del orden que impedían el diálogo con los malos. Sólo queda esperar a que cada catalán ponga un centimillo de euro para pagar la multa de Más y el próximo prucés lo hacemos en Jerez de la Frontera. Otra de agua del Carmen.
Después me voy a ver al Real Murcia, que ya son ganas, y a la vuelta encuentro declaraciones de algunos líderes políticos indignadísimos. ¿Con los que incumplen las leyes vigentes? ¿Con los que violentan el Parlamento de Cataluña, el Estatuto de Autonomía y la Constitución Española para aprobar ilegalidades? ¿Con los que mienten y falsean la historia común de cinco siglos? ¿Con los que ocultan la realidad de una Cataluña independiente fuera de Europa? ¿Con los que han robado y saqueado a los catalanes durante decenios? ¿Con los que se creen superiores a sus compatriotas y en consecuencia, con más derechos? ¿Con los que quieren poner contra las cuerdas al Estado? ¿Con los que quieren privarnos a todos los españoles del derecho a decidir sobre España? ¿Contra los que orquestan campañas de agravio a nuestros símbolos nacionales y reparten pitos para denigrar el himno español? ¿Con los que corren a depositar urnas llenas de papeletas antes de que la gente vote? No. Con esos no. Porque entonces deberían estar indignados también con ellos mismos.
Dicen los catalanes independentistas que España, con los sucesos de ayer, ha perdido Cataluña. También dicen estos apestados de Europa que nuestros socios comunitarios nos van a tirar de las orejas. Mentira. No se dejen engañar por algunos titulares de prensa. Los diferentes líderes nacionalistas de algunos estados europeos y otros políticos de segunda fila no representan la opinión de sus estados ni de la población europea en general. Yo digo que en unos pocos años, Cataluña ha dilapidado la imagen que de ella se tenía en el resto de España. Entre ignorantes e ingenuos, piensan que insultando y despreciando a sus hermanos (recordad: somos unos ladrones que les robamos) tendrán esa independencia de la señorita Pepis que, federalismos mediante, les permita mejor financiación que al resto de españoles, acceso ilimitado a nuestro mercado, permanencia en Europa, selecciones propias y sus equipos jugando las ligas españolas. Y con pasaporte español, para escapar de vez en cuando a Suiza a cuenta del Estado opresor. Cuando dejen de mirarse el ombligo comprobarán que no sólo no es así, sino que Cataluña deberá ganarse otra vez las simpatías y el respeto del resto de España desde el principio. Y por más tentaciones federalistas o confederales que existan por parte de los que padecen Síndrome de Estocolmo, los españoles, votando todos en verdadera democracia, pondremos siempre las cosas en su sitio.
Termino las palomitas, y pienso en el visionario McLuhan. Contra lo que pueda parecer, la cita que abre este escrito no es del pasado domingo 1 de octubre de 2017.
Publicado en La Opinión el 6 de octubre de 2017