Peter Pan, internauta

Los millennials son lo más. Las cosas como son. No faltarán gentes ignorantes del inglés o simples socarrones que no atinen a ver la diferencia entre un noble millennial y un simple mileurista. Y no. Mileuristas los hay de distintas generaciones pero el millennial (mileurista o no) tiene caché, es palabra distinguida que refiere a gente fina e ilustre: son toda una generación.

En mi etapa escolar estudiábamos la generación del 98 o del 27, gentes que habían nacido más o menos en la misma época y entre las que se apreciaba unas características semejantes ante un quehacer común (la poesía, el ensayo). Coincidencia en el tiempo pero sobre todo similar enfoque o talante viene a ser, en definitiva, lo que permite hablar de una generación determinada.

Cuando las vidas eran ríos que iban a dar mansamente al mar, la generación de los abuelos coincidía con la de sus hijos y veía alborear la de sus nietos. Y los abuelos eran venerados porque sabían más de la vida. Hoy la cosa va más rápida: las ciencias adelantan una barbaridad y las aguas del río de la vida bajan briosas y turbulentas. De modo que los de mi generación hemos visto desfilar ya a los muchachos de la generación X, la Z y la T, aparte de los millennials (la generación Y) que, como todo el mundo sabe, se sitúan entre la X y la Z.

Los de mi generación no tenemos más letra y número que los del DNI o el CIF. Es lo que hay. Somos unos dinosaurios que usamos gafas de cerca y tenemos los dedos demasiado gordos para tocar una sola tecla del móvil mientras que los muchachos de la generación T (la táctil, para los no iniciados) escriben velozmente con dos dedos a la vez. Nada, que no hay manera de nombrarnos, cuesta hasta en inglés (que todo lo puede, excepto conseguir que los “bilinguals” sepan más); sería algo así como BBG (Babyboomber generation), aunque se corre el riesgo de que la confundan con nombre de hamburguesa o con la Generación de Brigitte Bardot.

Determinar dónde comienza y qué rasgos definen a una determinada generación es asunto tan complejo como interesante y ha de quedar para textos más eruditos. Ahora bien, un acercamiento conciso podría reparar en el impacto de las tecnologías, criterio que permite distinguir a los dinosaurios BBG de los nativos digitales (en cuyo saco se puede meter todas las generaciones posteriores a la BBG).

Los millennials nacieron entrados los 80, es decir, vivieron y usaron lo último de las tecnologías de los disquetes o la telefonía fija; todo lo digital les pilló entre niños y jóvenes. Son, por eso, gentes con gran capacidad de adaptación, que llaman a sus padres al fijo desde su teléfono inteligente y guardan sus documentos en la nube. Quizá por la democratización del acceso a la información que ha supuesto internet, son gente de mentalidad abierta, progresistas; desde el punto de vista profesional, destacan por su actitud emprendedora y su dificultad para integrarse en estructuras laborales (especialmente donde la jerarquía juega un papel importante). Entre sus rasgos característicos no podemos olvidar la inmediatez, la hiperconexión, la hiperexpresión o el hiperinterés por las finanzas, la salud o las nuevas experiencias.

En fin, los millennials son la caña, el alivio de España: los que van a pagar nuestras pensiones, ni más ni menos.

Trajinar la cacharrería digital suele expresarse con el verbo navegar. Término noble que en repetidas ocasiones y con acierto ha sido empleado como sinónimo del vivir. Porque si las vidas son ríos, ¿qué otra cosa será vivir sino el mismo navegar? Los millennials, primogénitos digitales, son expertos navegantes, inter-nautas (por decirlo en latín). Si queremos asumir la metáfora hemos de concluir que son expertos en el arte de vivir. Y sabrían sobre la vida más que sus padres o abuelos, lo cual supondría una auténtica revolución cultural que sólo puedo señalar.

Claro que con tanto vídeo, chat, Instagram, Facebook, Twitter y demás asuntillos de la nube puede ocurrir que estén en las nubes, que tengan más vida virtual que mundo real. Quizá por eso Kathleen Shaputis ha decidido llamarlos la Generación Peter Pan, que por nombres no va a quedar. Argumenta que, junto a las cualidades que hemos señalado, destaca cierto retraimiento en otros aspectos. Ritos de paso le llaman los antropólogos. Al parecer, el millennial tiende a retrasarlos.

Esos aplazamientos vitales, ese decir que lo de madurar lo dejamos para después, ya si eso… se relacionan con diversas cuestiones fácilmente identificables: que en casita se vive muy bien, que la rapidez con que cambian las cosas tira para atrás a la hora de tomar decisiones estables (de relaciones y amoríos, de compromiso y paternidad, por mencionar alguno). Esto en las generaciones que vienen después (la Z, la T) no ha mejorado mucho. Y, aunque ellos son la caña, a este paso sus hijos no van a resolver las pensiones de España.

Cualquiera (incluso un dinosaurio BBG) puede averiguar en un golpe de click (o un libro) que, aunque Disney ha intentado vendernos otra cosa, lo de Peter Pan es una historia femenina, es decir, del alma (o sea, de todos). Es la historia de Wendy. La acción se desencadena cuando ella va a cumplir años y le toca madurar, va a iniciar el paso de niña a mujer. Es el rito de paso de Wendy, la toma de conciencia de que madurar significa dejar atrás la infancia e iniciar una nueva vida. La historia de Peter Pan tiene sentido porque se incorpora como elemento en la de Wendy: ella es la importante. En todo momento Peter Pan es el intrépido, el que domina la escena, el que disfruta de las aventuras… pero porque no asume responsabilidades, no madura, es y seguirá siendo siempre un in-maduro. Navegar es vivir, pero Wendy descubre que Peter Pan vive en las estrellas (es un astro-nauta, por tanto), es divertido pero vivir así es ser niño siempre, no realizar el rito de paso cuando toca, quedar un poco rezagado, un poco millennial. El millennial, Peter Pan, vive en un eterno presente. Su enemigo es el tiempo, su enemigo es el capitán Garfio, un pirata, un hacker que estropea la fiesta. Como el tiempo, algo tan esencial a los ritos de paso, a la vida humana, es hostil al millennial, Peter Pan tiene que limitarse a ser un (brillante) actor secundario de la historia principal: la vida real de Wendy.

Desde la altura de la BBG podríamos plantearnos si, a pesar de lo mucho bueno que incorporan los muchachos de la generación millennial, no podría ocurrirles como a Peter Pan y acabar siendo (magníficos) actores secundarios ¡de su propia vida! Me refiero, a la vida real. Que está claro que en la virtual son la caña.

Porque la cuestión que reclama a Wendy es madurar: navegar de un modo y no de otro, navegar sabiendo cuál es el rumbo y, por tanto, tomar el timón de la propia existencia: ser autor de nuestra vida y no meros actores. Vivir pero con responsabilidad y sentido. Y Wendy decide. Pero esa es otra historia y ha de ser contada en otro momento y lugar.

Publicado en La Opinión de Murcia

Manuel Ballester

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