¿Saben las mujeres lo que les conviene?

El gobierno regional va a destinar 3,5 millones de euros a promocionar las carreras de ingenierías entre las chicas ya que las mujeres se empeñan, mayoritariamente, en elegir Grados como Enfermería, Magisterio, Veterinaria o Farmacia (en los que representan entre un 65 y un 80% de los estudiantes). Los chicos, por el contrario, se decantan en mayor medida por las Ingenierías, Ciencias del Deporte o Informática (donde son entre el 75 y el 85%). Curiosamente, a nadie se le ha ocurrido aumentar la presencia masculina en la Universidad, ya que los hombres constituyen el 40% de los estudiantes. La premisa de la que parten los responsables del gobierno es que estas diferencias no pueden deberse a las preferencias naturales de unas y otros, sino que se debe a los condicionamientos culturales. Y así como algunas feministas proponen imponer a las mujeres determinadas cuestiones, asumiendo que si se les deja elegir optarán por lo que menos les conviene, los políticos han decidido abrir los ojos, con nuestro dinero, a tantas chicas que eligen erróneamente lo que quieren estudiar.

El problema de fondo consiste en creer que el ser humano es una página en blanco cuando viene al mundo, y que su personalidad se configura, únicamente, a partir de la influencia cultural del entorno en el que crece, negando que exista ninguna diferencia biológica entre los comportamientos masculino y femenino. Consideran que si las niñas eligen jugar con muñecas y los niños con coches es porque están sometidos, desde que nacieron, a la presión de una sociedad machista que tiene decidido de antemano aquello en lo que deben convertirse. Y cuando son mayores, si una chica elige estudiar Medicina o Filología, o se decanta por realizar un módulo de peluquería o de guardería, y un chico opta por matricularse en Ingeniería Industrial o Informática, o decide hacerse militar o policía, o cursar un módulo de mecánica, no es porque lo quieran así; simplemente, responden al lavado de cerebro al que les han sometido desde que nacieron. Aquellas chicas que inician un Grado en telecomunicaciones son heroínas que se han rebelado contra el opresor sistema; los niños que se hacen peluqueros son errores de la maquinaria de modelado de conducta que no ha conseguido transformarlos, de manera efectiva, en amantes de la grasa en el mono azul o de la programación de ordenadores.

Existen algunas evidencias, no obstante, que parecen contradecir estos postulados. En primer lugar, afirmar que un determinado comportamiento se debe a la influencia cultural, no es determinar su verdadero origen, ya que no se explica por qué la cultura se orientó en este sentido y no en otro. En segundo lugar, los animales más próximos a nosotros tienden a reproducir los mismos estereotipos que se dan en la sociedad humana, por lo que habrá que colegir que también ellos son víctimas de la cultura machista: cuando a las crías de chimpancé se les ofrece una serie de juguetes, las hembras deciden, mayoritariamente, jugar con muñecas o peluches, y con todo aquello que implique interacción con otros animales o con seres humanos, mientras que los machos prefieren los objetos que se mueven (como los coches o las pelotas) o que disponen de botones y resortes mecánicos.

No pretendo negar que, debido a las diferencias de origen biológico, en la mayoría de las sociedades humanas han existido los estereotipos basados en la imposición del hombre sobre la mujer, y que, a pesar de los avances logrados, aún persisten actitudes machistas contra las que habrá que seguir combatiendo. Pero negar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres es absurdo. Y considerar que la libre elección de las mujeres responde a que, condicionadas por su educación, no saben lo que en realidad les conviene, es tratarlas como si fueran menores de edad.

Asimismo, se suele atribuir a la influencia cultural que las mujeres, en promedio, obtengan peores resultados en las pruebas que miden el razonamiento espacial o numérico, mientras que no se argumenta lo mismo para los mejores resultados que obtienen en otras destrezas (como el razonamiento verbal o la capacidad lectora). Que las chicas prefieran determinadas carreras, y no otras, sería culpa de que los docentes (que curiosamente son mujeres, en su mayoría) se empeñan en orientar a las niñas a “carreras de letras” o a las sanitarias. La escasa incidencia en ellas de dislexia y tartamudez, el menor índice de fracaso escolar, y su abrumadora presencia en carreras como Medicina, por la misma razón, debería responder a una discriminación hacia los niños por parte de sus padres y profesores, que se empeñan en que destaquen menos en las pruebas de destreza verbal y que les orientan, exclusivamente, hacia carreras técnicas, en vez de a las sanitarias. A pesar de que hace un siglo casi no había mujeres que estudiaran Medicina (ni Ingeniería, ni Derecho), tras vencer la resistencia a que las mujeres accedieran a la Universidad, eligieron unas carreras y no otras, cuando la oposición a que una mujer pudiera hacer un reconocimiento médico a un hombre era mucho mayor a que pudiera diseñar un motor. Simplemente, no les interesó. Los estudios demuestran que las mujeres prefieren, mayoritariamente, aquellas profesiones que implican trato hacia otros seres humanos o con animales, mientras que a muchos hombres les llama la atención trabajar con máquinas. Y no hay nada malo en ello, siempre que se respete la libertad de cada uno para escoger.

En definitiva, no se sienta mal por ceder a la petición de su hija de que le compre una muñeca, o su hijo, un balón; no pasa nada si, al mismo tiempo, les educa en la igualdad de derechos y obligaciones (que no en la equiparación forzosa en todos los aspectos), para que, cuando sean mayores, elijan libremente lo que quieren ser.

La tentación de corregir las decisiones particulares que no se ajustan a su particular concepción de cómo deben ser las cosas, llevará a algún político a imponer una cuota paritaria en las carreras técnicas, impidiendo a las mujeres estudiar lo que desean. Solo es cuestión de tiempo.

Publicado en La Opinión de Murcia.

Alfonso González

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