En el mundo antiguo, se forjaban mitos para dar respuesta a cuestiones sociales y vitales de nuestra naturaleza humana. En nuestro mundo globalizado, persiste la creación de relatos pero no para ofrecer respuestas. Nuestra capacidad de cuestionar la realidad está en extinción. En su lugar, los relatos sirven para construir realidades no para explicar las existentes. El experimento radiofónico de Orson Wells en 1938, que recreó la novela de H.G. Wells “La guerra de los mundos” como acontecimiento real, constató que la realidad social se construye. Muchos vivieron como real la invasión alienígena y actuaron bajo el pánico. Los mass media se revelaron determinantes para que los relatos se constituyeran en la argamasa de la realidad.
Por aquel entonces, George Orwell, que se había alistado a la Guerra Civil para defender la República ante la ola de fascismos que azotaban Europa, conseguía huir de una Barcelona caótica perseguido por camaradas de su propio bando. Sufrió en primera persona el acoso por realidades alejadas de la Verdad que propagaban ambos bandos. La posverdad no es algo nuevo. Orwell se llevó una experiencia inolvidable que plasmaría en su “Homenaje a Cataluña” y diez años después sería fuente para su célebre obra, “1984”. Su gran preocupación, incluso más que la propia guerra, fue cómo el totalitarismo deforma la Historia para someter el futuro.
En Política, lo ideal consistiría en asumir y comprender el pasado para diseñar políticas del presente con la intención de proyectar un futuro común. No obstante, en la distopía orweliana, la máxima del totalitarismo reza “quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. Por eso la propaganda constantemente forja y cambia el pasado a conveniencia, y como justificación, del presente para controlar el futuro.
Como el pasado se refugia en los documentos y en las personas, en “1984” los agentes del partido reescriben constantemente la hemeroteca y la Historia, sustituyen el entendimiento de la gente por el odio, su comprensión por la vacuidad propagandista, sus afectos por la emocionalidad del partido y su voluntad por la adoración al Gran Hermano.
Pero Orwell se equivocaba, y no de fecha. Presuponía que en el futuro seguirían importando los hechos del pasado, la Historia; para esquivar el juicio crítico se precisaría grandes recursos planificados para reescribir el pasado y asegurar la justificación coherente del presente.
En la era de la virtualización, ya no se requiere asimilar la Historia. La profundidad histórica del pasado se sustituye por la intensidad histérica del ahora y la reflexión social, por la exaltación digital. El espacio político es copado por noticias que duran 48 horas, más allá son pasado y no interesan. Para controlar el futuro ya no se necesita controlar un pasado que se olvida demasiado rápido. Quien controla el presente, simplemente controlará el futuro.
Así pues en la política actual, es más importante la secuencia de relatos que construyen realidades efímeras y solapadas que la coherencia de un discurso razonado con principios; el marketing y la política de comunicación se imponen a la Política sin tener que rendir cuentas con el pasado. Es posible que el digo Diego se recrimine por una maldita hemeroteca pero el rápido olvido lo eximirá del castigo político. El pasado es irrelevante.
Sin debate de propuestas políticas, sólo hay pugna entre relatos que construyen realidades eternas de una portada y dos telediarios. Se sustituye la democracia por la demoscopia y el político ya no permanece en la vanguardia sino que mide riesgos en la retaguardia del barómetro parapetado en su gabinete de prensa.
Así, los puigdemoniacos forjan relatos secesionistas para una parroquia entregada dispuesta a tragar cualquier reescritura ridícula de la Historia con la intención de controlar un futuro que se les escapa. Los pablistos organizan sus bolos en el Congreso. Los arRiveristas cambian de propuesta como de chaqueta a golpe de encuestas mostrándose adalides de una regeneración carente en su pasado. Los pedristas no saben ya qué relato necesitan para construir la realidad que les conviene y un M.Rajoy vende status quo sin acabar de escapar de múltiples hilillos de plastilina que acaban por enredarle en cada entrevista de Alsina. Y aquí, al presidente regional, López Miras, le duran los relatos lo que tardan en declarar que su partido sí iba a lavar la imagen de Barreiro. Relatan por encima de sus posibilidades.
Si Orwell hubiera conocido Twitter habría plasmado que el Gran Hermano de 1984 ya no necesitaba revisar el pasado, ni estar vigilante desde una pantalla para controlarlos a todos. En la obra de Tolkien, el anillo de poder se ajusta al dedo de Smeagol para reducir su mundo al relato del anillo y hacerle olvidar su pasado. De igual modo, el Gran Hermano sólo precisaba ajustar el mundo virtual de cada follower con relatos que les devolvieran los ecos-retuits de su propia voz. Y es que la realidad política actual cada vez está más poblada de Gollums que repiten el relato de turno de su partido-tesoro olvidando la advertencia de Santayana: “Los que olvidan la Historia están condenados a repetirla”
Publicado en La Verdad el 20 de febrero de 2018