El dinero, ese artificio cultural que vino a sustituir al trueque comercial y al intercambio de bienes, nos permite simbólicamente otorgar valor económico a un papel o a una moneda, llámese como se llame, con el fin de servir de medio de pago para comprar o vender cualquier producto o propiedad a un precio determinado. De hecho, el vil metal o el servil papel-moneda, se ha convertido desde hace siglos en el mejor instrumento fiduciario, representativo, mercantil o financiero para realizar cualquier transacción, por su valor intrínseco y su valor de mercado.
Actualmente, con la irrupción de internet, de los teléfonos móviles, de la inteligencia artificial y de la digitalización global de la vida humana, el dinero efectivo está perdiendo su hegemonía para dar paso al dinero en formato digital, también conocido como dinero electrónico o virtual (criptomonedas, criptodivisas, criptoactivos, paramonedas, CBDC, etc.). Este hecho está suponiendo y va a posibilitar una auténtica revolución industrial, tecnológica y social, hasta el punto de plantearse, por algunos economistas y por el propio Foro Económico Mundial, como el sistema monetario mundial al que todos los países deberán sumarse e integrarse de cara al proceso de descentralización, desnacionalización y unificación monetaria que se va a operar en las próximas décadas.
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