Son muchas las amenazas que se ciernen sobre la humanidad, algunas como consecuencia directa de nuestras acciones en el mundo y, otras muchas, fruto del puro azar. Al respecto, estas últimas semanas estamos asistiendo a un espectáculo sin precedentes debido a la pandemia provocada por el virus denominado Coronavirus (COVID-19), que está causando estragos considerables en la población mundial y provocando incertidumbres, temores y desasosiegos sobre cuál es su origen y qué efectos tendrá en nuestro futuro. Esta amenaza, junto a otras muchas, nos lleva a reconsiderar la necesidad de asumir, de manera urgente y compartida, la responsabilidad ética de proteger la vida en todas sus dimensiones (humana, animal y vegetal) y de atender con cuidado extremo los problemas de degradación, contaminación y deterioro del medio que habitamos (aire, tierra y agua), adoptando medidas educativas, económicas y sanitarias que permitan nuestra supervivencia y la viabilidad de las generaciones venideras.
El mundo de hoy, el que nos ha tocado vivir, atraviesa momentos difíciles y complejos. Las incesantes alteraciones en el ecosistema y los continuos cambios en la economía mundial, unidos a situaciones como la pandemia coronavírica que estamos padeciendo, están suscitando en muchos de nosotros la idea de un futuro incierto, incitándonos incluso a pensar que pudieran existir, por parte de algunas oligarquías o corporaciones transnacionales, oscuros intereses o planes ideológicos perfectamente trazados para el futuro de la humanidad.
Somos conscientes de que estar atravesando una crisis moral sin precedentes y, lo que es más terrible todavía, viviendo un vacío de lo ético en nuestra praxis cotidiana. Vacío que podría traer consecuencias fatales para nuestra subsistencia como especie pues, aunque el ser humano nunca ha dejado de crear nuevos horizontes de desarrollo y progreso, está olvidando, en detrimento de su propia humanidad o por intereses abyectos, la importancia de la sustentabilidad global.
Constantemente leemos y oímos en diferentes medios una serie de palabras que han pasado a incorporarse a nuestra mundanidad y que forman ya parte de nuestras vidas. Estas son: globalización, desarrollo sostenible, diálogo intercultural, nuevo orden mundial, economías emergentes, pobreza extrema, bomba poblacional, fanatismo terrorista, fundamentalismo religioso, carrera armamentística, guerras biológicas, cambio climático, etc. Expresiones, que nos describen el rostro malo de nuestro mundo, el paradigma histórico, ideológico y transcultural que compartimos los 7.770 millones de personas que ya poblamos nuestro frágil planeta.
Es indudable que los innumerables desafíos mundiales que tenemos actualmente ante nuestros ojos representan una seria amenaza a la supervivencia del planeta. De hecho, los datos son bastante reveladores: cada año mueren de hambre y desnutrición millones de personas, casi la mitad de la población mundial vive en el umbral de la pobreza, los conflictos violentos y las enfermedades merman la expectativa de vida de las poblaciones más desfavorecidas, los movimientos migratorios provocados por problemas de subsistencia generan tensiones políticas y económicas difíciles de afrontar, la dependencia de los países desarrollados hacia los recursos naturales (agua, petróleo, nuevas tecnologías, etc.) está provocando serios disturbios internacionales, el fenómeno del terrorismo supone una gran amenaza para la estabilidad y el orden de muchos países, la proliferación de armas de destrucción masiva acrecienta el índice de inseguridad mundial, la pérdida de biodiversidad animal y vegetal provoca problemas de abastecimiento, las agresiones continuas e imparables a la biosfera, al explosivo aumento de la población mundial, etc. Hechos, todos ellos, que no hacen presagiar nada bueno y que exigen a gritos un cambio de mentalidad individual y planetaria.
El panorama no puede ser más desalentador: vivimos en un mundo con infinitos peligros, con exiguos recursos y con escasos intereses por evitar que esta gran bola de amenazas irrumpa y destruya el proyecto de civilización que los humanos hemos venido desarrollando en el transcurso de los miles de millones de años que llevamos poblando la tierra. Somos depredadores de nuestra naturaleza, de nuestras culturas y de nuestro devenir evolutivo. Y este afán dominador nos puede pasar factura más pronto que tarde porque, como dijo Albert Einstein, “tendremos el destino que nos hayamos merecido”.
Sin ánimos de ser agoreros o catastrofistas, es evidente que el mundo está cambiando y probablemente, en las próximas décadas no será como lo conocemos hoy día. No obstante, aún estamos a tiempo de mantener viva la esperanza, siempre y cuando se ponga en valor la concienciación ética ciudadana, empresarial y gubernamental para luchar contra los males que aquejan nuestro mundo, algunos de los cuales provenientes de mentes malévolas y de corazones perversos.
El genial Erich Fromm ya planteaba esta exigencia de un cambio de conciencia ética en su libro “Tener y Ser” apuntando, precisamente, a perseguir este sueño: “por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible si ocurren grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo”.
Está claro que entre el mundo que tenemos y el mundo que queremos tener dista un abismo considerable, pero no imposible para aquellos que deseamos un futuro mejor. La idea de que un “mundo mejor es posible”, que bien podría sonarnos a eslogan político o a ideal utópico, no debe desdeñar la importancia que realmente merece pues, si no creyéramos en una vida futura viable, estaríamos destruyendo lo más genuino y auténtico que tenemos los humanos: la confianza en la humanidad, el amor a la vida y la esperanza de mantener un mundo deseable y habitable. Aún así, me aventuro a afirmar, con deseo de equivocarme, que nos aguarda un futuro incierto y que si no pensamos y sentimos de un modo más humano, procurando nuestro cuidado y el de los demás, la humanidad, con Coronavirus o sin él, puede tener los días contados.
Publicado en La Opinión de Murcia