Soy una mallorquina afincada en Murcia desde hace décadas. Parte de mi familia vive allí y me mantengo al corriente de las noticias.
Recientemente quisieron festejar por allí el Día Internacional de la Familia. Se pidieron los permisos oportunos para organizar una paella. Las familias interesadas se apuntarían previamente para calcular el arroz necesario y ¡adelante con la fiesta! Con abuelos, niños, amigos y vecinos.
El alcalde dudó pero alguien le recordó que recientemente había hablado allí Oriol Junqueras (delincuente convicto, confeso: ho tornarem a fer, encarcelado e indultado). El señor alcalde no quiso arriesgar su sosiego y cedió, no fueran a acusarle de prevaricación.
Quien no cedió (“¡No pasarán!”, dijo) fue la jefa de prensa de la concejala independista de Palma. En horario de trabajo, con el sueldo que cobra para servir a todos, organiza una manifestación en contra de esas familias. Movió a los medios de comunicación, a las asociaciones contrarias al evento y montó autobuses.
El asunto no parece ser tanto el arroz sino que quién promovía la paella festiva era Vox. Parece que lo importante no es lo que se haga sino quién lo haga.
Para no alargarme. A pesar de la presión, del temor a llevar a niños y ancianos a ser escracheados, días antes se completó el aforo. Éxito rotundo, porque la gente hizo lo que le dio la gana: quien quiso ir fue y quien no, no.
La manifestación contra el acto impulsada por la jefa de prensa allí estaba. Asistieron 8 personas según las organizaciones habitualmente convocantes, 7 según la policía. En fin.
El caso de la paella es solo uno de una lista interminable que muestra el modo habitual de proceder de esta progresía que nos quiere imponer todas sus ocurrencias.
Recuerden el reciente intento de anulación de la candidatura de Macarena Olona. Cuando las cosas no son como ellos quieren, se saltan la ley sin pestañear.
El alcalde de la paella lo vio venir. La alcaldesa de Salobreña, no. Y así le va. Tirada a los pies de los caballos. ¡Pobrecita! Si ella lo único que ha hecho ha sido lo que siempre se hace. Pero esta vez, en vez de una condena airada de la derechita acomplejada, se ha encontrado una denuncia en el juzgado. Aviso a navegantes: ojo a peones sumisos (políticos, funcionarios o periodistas, tanto da) que en democracia todos estamos sometidos a la ley.
Es verdad que tras la condena judicial puede venir el indulto, siempre que el indultador sea de la misma cuerda. Ahí tenemos, también de estos días, a la condenada por secuestrar a su hijo y arruinarle, además, la vida al padre de la criatura, con el jaleo de ministras y medios de manipulación masiva. Indultada, claro. Pero se oye un runrún de que esto no ha terminado: nos vemos en el juzgado, ha dicho el padre a quienes le difamaron públicamente.
Demasiado tiempo lleva la sociedad española sometiéndose a quienes se han empeñado en destruir nuestras tradiciones, nuestros valores, nuestros gustos… No somos una sociedad uniforme: sólo los totalitarismos son uniformes. Es una sociedad que respeta y se hace respetar. Y este último aspecto se había dejado un poco de lado por parte de la prensa sumisa y la derechita cobarde. Fuera complejos: hay que exigir respeto, con cortesía y denuncia en el juzgado. Esta nueva forma de entender las relaciones puede salvarnos, puede hacer que convivamos los que no pensamos igual pero que no se nos ocurre ir a escrachar una paella ni adoctrinar a hijos ajenos.
El intento totalitario de la izquierda de someter a la población a su ruinosa ideología sólo funcionará si someten antes a la prensa, si liquidan la independencia del poder judicial y si nosotros no nos acostumbramos a respetar y exigir respeto. Da igual que sea el alcalde del arroz, la jefa de prensa, la alcaldesa de Salobreña o el vecino de escalera, que haya nacido en Villagarcía o en Marruecos. Eso da igual. Lo que no da igual es que unos tengan carta blanca para pisotear los derechos de los otros. Por ahí no.
Publicado en La Verdad de Murcia (3/6/2022)