El voto útil

A dos días de las elecciones, parece conveniente reflexionar acerca de los motivos que mueven a los votantes para decantarse por una u otra opción política (o por ninguna, que no olvidemos que votar es un derecho y no una obligación). Según algunos estudios, no elegimos lo que votamos, igual que no podemos elegir aquello en lo que creemos: las tendencias progresistas o conservadoras formarían parte de nuestra personalidad, y no las podríamos modificar fácilmente. Asimismo, la Psicología social demuestra que continuamente nos dejamos llevar por sesgos y atajos cognitivos para tomar decisiones rápidamente (lo que en determinados contextos evolutivos puede significar la diferencia entre la vida y la muerte), que luego intentamos justificar racionalmente. Para que nuestro voto responda a una decisión libre, racional y fundamentada solo podemos intentar informarnos de la manera más veraz y plural posible, y realizar un análisis sosegado y desapasionado de la situación política de nuestro país; algo de lo que muy pocos son capaces.

Así pues, la ciencia política suele clasificar al electorado, respecto a los intereses de un partido, en cuatro colectivos: el voto duro, constituido por el votante incondicional; el voto blando, formado por simpatizantes más o menos próximos ideológicamente a los postulados de un partido; el voto opositor, que constituye el voto duro de los otros partidos; y el voto indeciso, formado por los electores menos informados y posicionados ideológicamente. Como es lógico, todas las campañas se dirigen a fidelizar el voto blando y a captar el voto indeciso, pues los otros dos son completamente impermeables a la realidad objetiva y a la fuerza de los argumentos.

Por lo tanto, el electorado se divide entre aquellos que, como los miembros de una secta, siempre votarán a las mismas siglas, al margen de cómo haya sido su labor de gobierno o de oposición y de quiénes sean los candidatos (son los responsables del llamado “suelo” de los partidos tradicionales, es decir, el porcentaje de voto mínimo que siempre obtendrán, independientemente de su gestión); el votante indiferente hacia la política (o desencantado con ella), normalmente poco informado y que suele optar por no votar, pero que puede decantarse en el último momento por cualquiera de las opciones, basándose en la simpatía o antipatía personal que le despiertan los candidatos; y, por último, el votante con posicionamientos ideológicos bien fundamentados, pero que se muestra crítico con la actuación de los diferentes partidos. Este tipo de votante, que es el más culto e informado, oscilará en los distintos comicios entre votar al partido más próximo a sus planteamientos ideológicos, explorar una nueva opción política que aún no le haya decepcionado, quedarse en casa o votar en blanco. Esta selecta minoría de votantes críticos, capaces de retirar su apoyo al partido al que habían votado anteriormente, por sus malas prácticas o su mala gestión, es la que permite la tan necesaria alternancia democrática en el poder. Sin estos electores, los errores de gobierno y los engaños intencionados no tendrían consecuencia alguna para los gobernantes. Pero a pesar de su mayor formación y su capacidad de análisis ponderado y ecuánime, estos votantes también pueden caer en la trampa del voto útil, azuzados por el miedo a que otros lo puedan hacer peor, y acabar votando a los mismos de los que se han estado quejando durante cuatro años, a pesar de ser perfectamente conscientes de sus errores y conductas poco éticas. De este modo, terminan comportándose como los más fanáticos representantes del voto duro de un partido, recurriendo a los diversos refranes (“más vale malo conocido…”) que en estas circunstancias les ayudan a mitigar su flagrante disonancia cognitiva.

Durante esta campaña asistimos a un gran número de consignas y estrategias políticas diseñadas para quebrantar la firme decisión de estos votantes de no volver a caer en el error de votar a los mismos que una y otra vez incumplen sus promesas, hacen gala de una completa falta de ética o demuestran una absoluta incapacidad de gestión. Pero no debemos olvidar que, en democracia, no hay un voto más útil que el que premia o castiga la actuación de sus políticos. Feliz jornada de reflexión.

Publicado en La Verdad de Murcia (19 de mayo de 2023)

Alfonso González

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