La violencia machista existe. Hay hombres violentos con pulsiones tiránicas que pretenden, utilizando la agresión física o psicológica anular la voluntad y la libre determinación de sus parejas o exparejas, llegando incluso al asesinato. Otras formas de violencia en el ámbito familiar no son ejercidas exclusivamente por hombres, pues aquella se ejerce también por mujeres hacia sus maridos, de padres y madres hacia los hijos, ancianos o personas vulnerables a su cargo y por supuesto, entre parejas del mismo sexo, sean estos hombres o mujeres. Y los resultados pueden ser igual de dramáticos independientemente del número de afectados por razón de sexo. Entonces, ¿por qué en España existe esa sensibilidad extrema hacia la violencia de carácter machista y, sin embargo, se ignora sistemáticamente la realidad de la violencia intrafamiliar en todas sus formas y expresiones?
La respuesta la encontramos en un cúmulo de factores que se explican y confluyen en la apropiación del victimismo y la colectivización como herramientas de cohesión política y social con intereses espurios. El hembrismo que domina la opinión publicada ha sabido rentabilizar muy bien ese aspecto, otorgando siempre a la mujer el papel de víctima sistémica por el hecho de serlo. Para entendernos: eso que llaman ‘heteropatriarcado’ tambiénsignifica que la consejera delegada de una importante empresa es una víctima frente a un señor sin trabajo y con familia a su cargo. Como un homosexual famoso y millonario siempre será una víctima sistémica frente a un heterosexual pobre e ignorado socialmente. Resumiendo, la indigencia intelectual convertida en herramienta de acción y control político.
A partir de ahí cualquier forma de violencia que un hombre ejerza sobre una mujer es considerada machista por el sistema y sus voceros mediáticos, aunque el origen y objeto de esa violencia adolezca de cualquier signo de dominación, como sería repeler una agresión física previa por parte de una mujer usando los mismos medios.
Cuando la Ley Integral de Violencia de Género se sometió al dictamen del Tribunal Constitucional, se advertía que para calificar de machista la violencia del varón sobre la mujer, aquella debía responder a una pulsión que usara esa forma de expresión violenta para anular la libertad y la capacidad de decisión de la víctima. Tristemente, y tras las oportunas presiones políticas del tipo ‘recuerde usted quién le ha puesto ahí’ el asunto se resolvió con los enjuagues acostumbrados, enviando a la papelera la decencia y la ética en beneficio del populismo penal.
Con estos mimbres, la mayor parte de nuestra clase política, con la honrosa excepción de Vox, ha promovido y amparado cambios legales en este ámbito que nos sitúan como el único país del mundo en el que se anula la igualdad efectiva entre hombres y mujeres otorgando a estas últimas, en determinados supuestos penales, mayor valor a su palabra que a la del varón, creando tribunales específicos para hombres e imponiendo penasdistintas para el mismo tipo de delito según sea cometido por hombres (más altas para ellos) o mujeres, en una suerte de ‘sharía progre’, a pesar de que nuestras tasas de violencia intrafamiliar ejercida por el hombre sobre su pareja femenina son de las más bajas del mundo. Esto se llama ideología de género. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué en el ámbito familiar sólo se cuentan mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas? ¿Conoce alguna estadística que nos diga cuantos niños o ancianos mueren asesinados en el ámbito familiar y por quién? ¿O cuántas mujeres asesinan a sus parejas o exparejas? ¿Podría ser que las mujeres mataran más niños y ancianos que los hombres en el ámbito familiar? ¿Importa más la vida de una mujer adulta que la de hombres, niños y ancianos? Yo quiero saber. ¿Y usted? Ocultar la realidad impide desarrollar políticas efectivas que aseguren una verdadera protección a todos los vulnerables desde los ámbitos preventivo y punitivo. Negacionismo absurdo y criminal que eleva a categoría de progresosocial una ley nefasta que en sus casi veinte años de existencia no ha servido más que para mantener o aumentar las tasas de violencia sobre las mujeres en el ámbito afectivo o familiar, confundiendo el oportunismo político con consenso social, como tantas veces se confunde la opinión pública con la opinión publicada.