Echarse a nadar

El mundo que nos ha caído en suerte está lleno de sorpresas.

Hace no mucho puse en Facebook un vídeo en el que se veían frente a frente unos tractores y unos policías. Enseguida fui informado de que ese vídeo había sido verificado por verificadores de postín y había sido hallado “falto de contexto”.

El hecho sorprendente de que todo el sector primario europeo esté luchando por sobrevivir frente a la agresión de la normativa que aprueba la Unión Europea (con el apoyo de todos los partidos menos uno) no parece suficiente contexto.

Podría ser. Pero también podría ser que se esté aplicando, a base de bien, eso que siempre se ha llamado censura.

Fue el comunista Antonio Gramsci quien señaló el modo de conseguir que las sociedades modernas se conviertan en totalitarismos. Más cínico que Maquiavelo, señala que todo consiste en controlar la “mentalidad hegemónica”, es decir, dirigir a las masas haciéndose con el monopolio de los medios de comunicación, la educación y las creencias.

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Tanto monta PP como PSOE

Hubo elecciones autonómicas. Los resultados no acabaron de gustar al presidente ni a Tezanos ni a la progresía. Y rápidamente encontraron al culpable: los españoles, que no se enteran. A grandes problemas, se aprueba una millonada en subvenciones para la prensa y, bajo el nombre de Elecciones Generales, se les da la oportunidad a los votantes de rectificar su error.

Todo menos aceptar que no quieren ni al Psoe ni a sus aliados ni sus leyes ni sus modos.

¿Y Feijóo? Dice literalmente que un pacto PP-Psoe resolvería muchos problemas. Y que prefiere (o no, que diría Rajoy) pactar con el Psoe antes que con Vox.

De Vox se dice todo y lo contrario. Pero lo que Vox dice cuando le dejan hablar es claro: no quiere esas políticas. Si depende de Vox, derogará todas las leyes ideológicas de la izquierda.

Feijóo no es tan claro. Dice una cosa y hace otra.

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A hacer ‘flashback’

¿Quién nos iba a decir que “Amanece que no es poco”, la obra maestra de José Luis Cuerda, iba a proporcionarnos tantas coordenadas para no perdernos en el absurdo mapa de la actual política española?

Una película que, lejos de ser surrealista, constituye un hito subruralista por cuanto revela las dinámicas subterráneas de nuestra sociedad que afloran desde nuestro sentir más rural y atávico.

El alcalde del pueblo, magistralmente interpretado por Rafael Alonso, presenta el cacique estereotipado de impoluto traje, narcisista, vividor, de coche oficial con chófer, ajeno a la realidad del pueblo, pero que instrumentaliza maquiavélicamente para su provecho.

“Todos somos contingentes, pero sólo tú eres necesario” le aclaman los lugareños aleccionados cada vez que retorna de la capital; el alcalde exige alabanzas a su persona, una exhibición de relatos que, carentes de realidad, son propaganda de su persona.

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El voto útil

A dos días de las elecciones, parece conveniente reflexionar acerca de los motivos que mueven a los votantes para decantarse por una u otra opción política (o por ninguna, que no olvidemos que votar es un derecho y no una obligación). Según algunos estudios, no elegimos lo que votamos, igual que no podemos elegir aquello en lo que creemos: las tendencias progresistas o conservadoras formarían parte de nuestra personalidad, y no las podríamos modificar fácilmente. Asimismo, la Psicología social demuestra que continuamente nos dejamos llevar por sesgos y atajos cognitivos para tomar decisiones rápidamente (lo que en determinados contextos evolutivos puede significar la diferencia entre la vida y la muerte), que luego intentamos justificar racionalmente. Para que nuestro voto responda a una decisión libre, racional y fundamentada solo podemos intentar informarnos de la manera más veraz y plural posible, y realizar un análisis sosegado y desapasionado de la situación política de nuestro país; algo de lo que muy pocos son capaces.

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Deconstruyendo a Cleopatra

Las antiguas guerras de audiencias en las que se veían enfrascados los canales de televisión clásicos son cosa del pasado dado su papel casi testimonial en el ocio de los hogares. Las plataformas modernas libran sus propias batallas por atraer suscriptores, y la polémica es su mejor arma. No hay imán tan potente para sus producciones como una buena controversia los días previos a su estreno, y por eso Netflix se frota las manos con la polvareda que está levantando, a unos días de su lanzamiento, su anunciada “docuserie” sobre Cleopatra. Fiel a su agenda, la empresa ha colocado a una actriz negra, la británica Adele James, para encarnar a la última faraona. La fidelidad histórica que se supone que busca el producto (algo que ni se plantea, por ejemplo, Los Bridgerton, con sus aristócratas decimonónicos mulatos) se va al traste con la elección de la protagonista. Como todos sabemos, Cleopatra VII pertenecía a la dinastía ptolemaica, descendiente de Ptolomeo, el general macedonio que se quedó con la porción egipcia del efímero imperio de Alejandro Magno. Ni una gota de sangre egipcia, y mucho menos negra, circuló por sus venas, y las representaciones que han llegado a nuestros días (el relieve del templo de Hathor en Dendera, infinidad de dracmas o bustos romanos…) nos la muestran como lo que era: una mujer blanca. La endogamia practicada por los Ptolomeos (reinantes en Egipto entre el 323 y el 30 a.C.) preservó su genotipo europeo, y de ningún modo se justifica históricamente esta Cleopatra negra.

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