Los úteros artificiales y el fin del aborto

El tema del aborto ha sido siempre un asunto controvertido. Sin embargo, puede que estemos cerca de resolver el conflicto moral que representa acabar con la vida de un feto humano en gestación (empecemos por erradicar el eufemismo “interrupción del embarazo”, puesto que interrumpir algo implica que se puede reanudar), gracias a que recientemente un grupo de investigadores del Hospital Infantil de Filadelfia han culminado el desarrollo de un útero artificial, que ya ha sido probado con éxito en otras especies de mamíferos.

Por centrar la cuestión: la dificultad para establecer el comienzo de la existencia de un ser humano de pleno derecho se debe al problema del esencialismo. Admitamos que un cigoto y un feto de, por ejemplo, seis meses son muy diferentes. Pero cuando una transformación ocurre de manera lenta y continua, sin saltos cualitativos, es imposible delimitar en qué momento se adquiere una determinada propiedad. Esto sucede, por ejemplo, en el proceso evolutivo. Las especies actuales evolucionaron a partir de otras anteriores y, sin embargo, nunca ha sucedido que un animal naciera de otro perteneciente a una especie distinta. Entonces, ¿en qué momento exacto dejó de existir una especie para pasar a ser otra diferente? No es posible determinarlo. Tampoco podemos fijar cuándo termina la infancia y comienza la adolescencia, ni podemos delimitar las distintas etapas del desarrollo embrionario para establecer en qué momento surge la condición de una vida humana (si no es en el mismo momento de la concepción), susceptible de ser protegida legalmente, incluso, frente a la propia madre gestante.

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Sacudiendo la alfombra

Las izquierdas españolas tienen unas peculiaridades que las diferencian de las izquierdas europeas. Desde el monárquico, liberal, autonomista, atlantista y europeísta (vaya, igual que el PP) PSOE hasta su aséptica marca blanca zen que es Sumar, pasando por los cuatro internos del freonopático en que se ha convertido Podemos y el resto de grupúsculos sin presencia institucional, todos ofrecen las siguientes singularidades frente a sus homólogos europeos que a continuación comentaremos.

Mientras que cada facción se considera la izquierda “pura” (la izquierda fundamentalista, en la taxonomía de Gustavo Bueno), les encanta adjetivar a la derecha, que invariablemente y en bloque es clasista, explotadora, machista, clerical, retrógrada, xenófoba y racista. En segundo lugar, las izquierdas españolas viven instaladas en unos mitos y referentes históricos de los que, como mucho, son herederos legales: el PSOE liberal refundado en Suresnes y reconstruido con el dinero la Fundación Friedrich Ebert sólo tiene en común con el PSOE anterior las siglas, y en cuanto al histórico Partido Comunista, vive diluido desde hace décadas en federaciones y coaliciones de partidos cainitas. Esas genealogías constituyen mitos y referentes que las izquierdas consideran que les  proporcionan una pátina de prestigio de la que carecen las derechas actuales, que por nada del mundo quieren mirar a nada anterior a la UCD o la AP de 1977. De ahí que, en tercer lugar, las izquierdas españolas experimenten la nostalgia de una época no vivida. A diferencia de las derechas, nuestras izquierdas añoran la Segunda República, o más concretamente las legislaturas en las que las izquierdas gobernaron, y reivindican un periodo convulso y violento al que recuerdan poco menos que como la Edad de Oro descrita por Hesíodo y recreada por don Quijote en el famoso discurso del capítulo XI de la primera parte. La cuarta peculiaridad de nuestras izquierdas es su asombrosa capacidad de esconder debajo de la alfombra las miserias de ese pasado arcádico de los años 1931-1933 / 1936-1939. 

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Violencia machista, tiranía hembrista

La violencia machista existe. Hay hombres violentos con pulsiones tiránicas que pretenden, utilizando la agresión física o psicológica anular la voluntad y la libre determinación de sus parejas o exparejas, llegando incluso al asesinato. Otras formas de violencia en el ámbito familiar no son ejercidas exclusivamente por hombres, pues aquella se ejerce también por mujeres hacia sus maridos, de padres y madres hacia los hijos, ancianos o personas vulnerables a su cargo y por supuesto, entre parejas del mismo sexo, sean estos hombres o mujeres. Y los resultados pueden ser igual de dramáticos independientemente del número de afectados por razón de sexo. Entonces, ¿por qué en España existe esa sensibilidad extrema hacia la violencia de carácter machista y, sin embargo, se ignora sistemáticamente la realidad de la violencia intrafamiliar en todas sus formas y expresiones?

La respuesta la encontramos en un cúmulo de factores que se explican y confluyen en la apropiación del victimismo y la colectivización como herramientas de cohesión política y social con intereses espurios. El hembrismo que domina la opinión publicada ha sabido rentabilizar muy bien ese aspecto, otorgando siempre a la mujer el papel de víctima sistémica por el hecho de serlo. Para entendernos: eso que llaman ‘heteropatriarcado’ tambiénsignifica que la consejera delegada de una importante empresa es una víctima frente a un señor sin trabajo y con familia a su cargo. Como un homosexual famoso y millonario siempre será una víctima sistémica frente a un heterosexual pobre e ignorado socialmente. Resumiendo, la indigencia intelectual convertida en herramienta de acción y control político.

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Echarse a nadar

El mundo que nos ha caído en suerte está lleno de sorpresas.

Hace no mucho puse en Facebook un vídeo en el que se veían frente a frente unos tractores y unos policías. Enseguida fui informado de que ese vídeo había sido verificado por verificadores de postín y había sido hallado “falto de contexto”.

El hecho sorprendente de que todo el sector primario europeo esté luchando por sobrevivir frente a la agresión de la normativa que aprueba la Unión Europea (con el apoyo de todos los partidos menos uno) no parece suficiente contexto.

Podría ser. Pero también podría ser que se esté aplicando, a base de bien, eso que siempre se ha llamado censura.

Fue el comunista Antonio Gramsci quien señaló el modo de conseguir que las sociedades modernas se conviertan en totalitarismos. Más cínico que Maquiavelo, señala que todo consiste en controlar la “mentalidad hegemónica”, es decir, dirigir a las masas haciéndose con el monopolio de los medios de comunicación, la educación y las creencias.

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Tanto monta PP como PSOE

Hubo elecciones autonómicas. Los resultados no acabaron de gustar al presidente ni a Tezanos ni a la progresía. Y rápidamente encontraron al culpable: los españoles, que no se enteran. A grandes problemas, se aprueba una millonada en subvenciones para la prensa y, bajo el nombre de Elecciones Generales, se les da la oportunidad a los votantes de rectificar su error.

Todo menos aceptar que no quieren ni al Psoe ni a sus aliados ni sus leyes ni sus modos.

¿Y Feijóo? Dice literalmente que un pacto PP-Psoe resolvería muchos problemas. Y que prefiere (o no, que diría Rajoy) pactar con el Psoe antes que con Vox.

De Vox se dice todo y lo contrario. Pero lo que Vox dice cuando le dejan hablar es claro: no quiere esas políticas. Si depende de Vox, derogará todas las leyes ideológicas de la izquierda.

Feijóo no es tan claro. Dice una cosa y hace otra.

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