
¿Quién, de niño, no se sintió especial viendo las películas de Supermán? Los relatos de gran pantalla impresionaban y, en cierto modo, empoderaban pero nunca perdíamos el sentido de lo real; de eso que, señala Savater, nos ofrece resistencia y no se doblega a nuestros deseos ni subjetividades. Salvo escasísimas y trágicas excepciones, nadie saltaba de una azotea con una capa exigiendo volar. Los evolucionistas dirían que, hace siglos, los genes de quienes exigieran que lo real se plegara a su subjetividad se debieron perder en las fauces de algún depredador.
Tuvimos la suerte de vivir en una sociedad que, sin opulencias, daba cuenta cotidiana de lo real y, por lo tanto, de la Verdad como ajuste o concordancia de lo que se piensa con la realidad. Conocedores de nuestra caverna de Platón y sus sombras, comprendíamos una Verdad externa. En nuestra arqueología del pensamiento, la máxima cristiana “La Verdad os hará libres” consolidaba el sustrato para edificar ideas, cultura y sociedad.
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