El tema del aborto ha sido siempre un asunto controvertido. Sin embargo, puede que estemos cerca de resolver el conflicto moral que representa acabar con la vida de un feto humano en gestación (empecemos por erradicar el eufemismo “interrupción del embarazo”, puesto que interrumpir algo implica que se puede reanudar), gracias a que recientemente un grupo de investigadores del Hospital Infantil de Filadelfia han culminado el desarrollo de un útero artificial, que ya ha sido probado con éxito en otras especies de mamíferos.
Por centrar la cuestión: la dificultad para establecer el comienzo de la existencia de un ser humano de pleno derecho se debe al problema del esencialismo. Admitamos que un cigoto y un feto de, por ejemplo, seis meses son muy diferentes. Pero cuando una transformación ocurre de manera lenta y continua, sin saltos cualitativos, es imposible delimitar en qué momento se adquiere una determinada propiedad. Esto sucede, por ejemplo, en el proceso evolutivo. Las especies actuales evolucionaron a partir de otras anteriores y, sin embargo, nunca ha sucedido que un animal naciera de otro perteneciente a una especie distinta. Entonces, ¿en qué momento exacto dejó de existir una especie para pasar a ser otra diferente? No es posible determinarlo. Tampoco podemos fijar cuándo termina la infancia y comienza la adolescencia, ni podemos delimitar las distintas etapas del desarrollo embrionario para establecer en qué momento surge la condición de una vida humana (si no es en el mismo momento de la concepción), susceptible de ser protegida legalmente, incluso, frente a la propia madre gestante.
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