Los hijos nos acercan a distintas realidades que, sin ellos, seguro no habríamos tocado. Hablo, por ejemplo, de las decenas de veces que he visto Blancanieves con pasión, o mi afición a los dibujos animados de Postman Pat y la Oveja Shaun.
Estas navidades me han acercado a la mundialmente famosa serie Élite y tengo que confesar que me encanta el personaje de Nadia interpretado por Mina El-Hammani, como referente de la democratización del talento, del esfuerzo y del empoderamiento de la mujer por su memorable frase en el primer episodio: «Cuando termine mis estudios quiero ser diplomática de las Naciones Unidas». Hay que ser muy valiente para decir eso en un entorno desconocido, no quiere pasar desapercibida, no tiene miedo al qué dirán y no le importa destacar. ¡Olé!
El concepto de élite en la serie es muy claro; la élite es la formada por la clase alta, por personas adineradas que viven en un ecosistema poco permeable.
Me recreo pensando en la palabra élite y en sus connotaciones, casi siempre negativas. Teniendo en cuenta la única acepción de la Real Academia de la Lengua refiriéndose a «minoría selecta o rectora», o que Wikipedia dice que es un grupo minoritario de personas que tienen un estatus superior al resto de las personas de la sociedad.
En una sociedad, y en particular en la nuestra, existen distintas élites, dependiendo de los intereses particulares de cada una de ellas. La existencia de estas élites en plural se relaciona con la creciente diferenciación de la sociedad. No todos somos iguales, somos diferentes sin olvidar que todos tenemos los mismos derechos y obligaciones.
El término élite viene del francés y está íntimamente relacionado con los ideales republicanos, en cuanto que el concepto simboliza la demanda de que quienes ejercen el poder deben ser escogidos «por sus virtudes y sus méritos» y no por su origen familiar. A lo largo de la historia, este concepto ha sido estudiado a partir de conceptos de sabiduría y virtud. Destaco que a su vez el término francés viene del latín electus, electi , ‘elegido’ (en función de su dinero, su poder, su inteligencia, su belleza).
En la medida que distintos campos sociales se van haciendo cada vez más autónomos como, por ejemplo, en el arte, la economía, la ciencia, la política o el deporte, la élite se segmenta al emerger élites sectoriales que defienden sus propios puntos de vista.
Hablando de una de ellas, la élite deportiva está bien vista. Además, todos estaremos de acuerdo en que en el caso del fútbol, las figuras deportivas son el referente para montones de chavales y adultos en nuestro país. En este caso, el acceso a ella es posible, existen montones de escuelas deportivas y federaciones que cultivan la cantera para quedarse con lo mejor de lo mejor. Es un proceso de selección, se elige a los mejores.
Lo interesante de una élite es que el acceso a ella sea democrático, que una persona pueda acceder a ese grupo por su valía, por lo que es capaz de hacer, de aportar, por su esfuerzo, por su condición física o por sus ideas innovadoras. Para ello la clave está en la democratización del acceso a la educación de calidad que permita desarrollar el talento del individuo y que para ello no sea necesario que los chavales asistan a clases de colegios como el de Las Encinas que, pensándolo bien, no puedo asegurar que ese cole pertenezca a ninguna élite académica. Parece que tienen más clases de natación que de matemáticas por la cantidad de conversaciones en bañador alrededor de la piscina.
Sería fantástico que nuestro sistema fuera capaz de ofrecer herramientas potentes para que nuestros jóvenes pudieran incorporarse a la élite que encaje con su perfil. Necesitamos a los mejores para el desarrollo y progreso de nuestro país. Todos tenemos un lugar y cada cual debe aportar aquello de lo que sea capaz.
Tomarse en serio esto es tomarse en serio el futuro de nuestro país al mismo tiempo que le futuro de los chicos con talento y a sus propias familias. Hagamos como en el fútbol, empecemos a cuidar el talento desde pequeños; cuanto antes se vaya haciendo cantera, mejor. Para ello no es necesario inventar la rueda: funciona en el ámbito deportivo y en el ámbito del conocimiento: fijémonos en los clubes académicos en otros países. Recientemente hemos conocido el caso de Diego, un niño murciano lleno de pasión, esfuerzo y perseverancia que ha descubierto una supernova antes de los diez años con el apoyo de una cantera de la astronomía (el Círculo de Astronomía de Moscú) y, por supuesto, con el apoyo de sus padres: ¿no podría haber tenido también el apoyo de la institución encargada de la educación? ¿Por qué no creamos cantera también en el ámbito de las matemáticas, la economía, la lingüística, la filosofía, la ingeniería, la medicina, etc.? En fútbol funciona, en otros países funciona. A lo mejor también nos funciona a nosotros.
Publicado en La Opinión de Murcia