La afluencia de series de zombis en la última década deja en evidencia el terrible gusto humano por los escenarios apocalípticos. Desde su inicio en 2009 hasta hoy, The Walking Dead cuenta ya con nueve temporadas.
Los zombis ganan de nuevo. Asómense a cualquier centro comercial y verán hordas caminando entre los pasillos o rondando cerca de la sección de electrónica. Cuentan los clientes habituales que todavía se atisban zombis ilustrados ojeando revistas y libros en secciones colindantes.
La victoria de los zombis ha hecho que la cepa sea cada vez más virulenta facilitando así su contagio y siendo cada vez más difícil establecer diferencias entre los portadores y no portadores del virus. Los modos de organización humana son más limpios y asépticos que los improvisados en las hordas, sirva como ejemplo, el vertiginoso ritmo con el que nacen grupos de WhatsApp, espacios donde diluir los conflictos desencadenados por la convivencia entre zombis y humanos. Este punto de vista no deja de ser una idea peregrina, por más que los zombis reclamen su derecho al voto (como bien nos mostró Joe Dante en El regreso), no hay posibilidad de reconciliación alguna entre ellos y nosotros.
La peste como ya advirtió Albert Camus, ha vuelto y no solo en forma de horda. Las ratas tan eficaces como un sistema de mensajería, golpean las puertas de nuestros hogares dejando variantes de las cepas clásicas.
Las ratas con sus silbidos ponen en evidencia una triste y frívola realidad: No solo las modas son cíclicas sino que las desgracias históricas y políticas también lo son.
Asistimos al renacimiento de enfermedades propias de otros tiempos: Vuelve el sarampión, brote acelerado en gran medida por cuestionar la eficacia del sistema de vacunación y rechazarlo, socavando así nuestros derechos sanitarios a través de malas y peligrosas decisiones.
La peste se va expandiendo por Europa, recorriendo sus tierras y captando adeptos ilusionados con la promesa de un mañana mejor. Las epidemias bien sean en forma de horda o en forma de peste dejan en evidencia la capacidad de sacrificio de hombres y mujeres cuando se trata de prestar ayuda y luchar así contra un enemigo común, un virus que atenta contra su parte más humana, pues las epidemias también muestran la vileza de muchos. El compartimiento humano retrata con claridad si en este entorno hostil nos encontramos con defensores de una ética de mínimos o con oportunistas propulsores de una ética de las circunstancias. Por suerte, son mayoría los que defienden a sus congéneres, conocidos o no. Ante estas plagas hay rebeldía, las epidemias no se aceptan como destinos. Esta no-aceptación es una actitud más que digna para encarar la enfermedad: Se pelea aún sabiendo que el final es la derrota.
La lucha dinamiza las capacidades humanas prestando ayuda al otro (ese otro puede ser en cualquier momento uno mismo) y permitiendo así el ejercicio de la libertad individual. Es esta actitud la que nos hace vivir en paz, normalizar las desgracias y dormir cada noche sin preocupaciones. La lucha continua al día siguiente, no habrá paz, quizá alguna tregua. Estos héroes anónimos defienden y cuidan al desvalido. Hacen lo que tienen que hacer y por eso algunas batallas están ya ganadas.
Los poderes estatales trivializan nuestra capacidad de acción y de elección y como individuos el ejercicio de nuestra libertad es cada vez más reducido. Continuamente diluimos responsabilidades en los grupos y ocultamos consecuencias poco deseadas de nuestros actos en ellos. Ante semejante panorama cabe preguntarse si seremos capaces de plantarle cara a la epidemia.
Sufrimos una nueva peste, no dejemos que las ratas nos enfrenten. No dejemos que nos engañen con promesas vacías. Si se pudiera mejorar el mundo en un día, deberíamos preguntarnos cómo y cuál sería el precio a pagar. Por desgracia, en un instante, es fácil perder los derechos conquistados bajo la bandera de la seguridad y de la protección o por la propia inacción humana. Es entonces fácil aumentar el dolor y el sufrimiento que produce la peste, es fácil abandonar la lucha y dejar la solidaridad en manos de otros.
Estamos a tiempo de gritar basta, de luchar como humanos contra la plaga. Estamos todavía a tiempo de ponérselo un poco más difícil a los zombis e incluso, con un poco de suerte, podremos recuperar a los humanos que allí vivían días antes de la infección.
Publicado en La Opinión de Murcia