Hace diecinueve años, el atentado de las Torres Gemelas cambió cómo entendíamos el mundo en el cauce de la globalización. La humanidad se congregaba como espectador común ante la retransmisión de un acontecimiento que ponía en evidencia la vulnerabilidad. Mientras cientos de personas se precipitaban al vacío entre los colosos del comercio mundial, se desmoronaba la esperanza de un nuevo siglo sin las masacres del anterior. Nuestra aparente sensación de seguridad se evaporaba tan rápido como en la película Funny Games de Haneke. Un límite a nuestro mundo cambiaba nuestra forma de entenderlo y de relacionarnos. No sólo en lo geopolítico, también en lo individual. Todos pasamos a ser potenciales terroristas a los que cachear al subir a un avión.
En la Edad Media, se pensaba el mundo limitado por voluntad divina. En El nombre de la Rosa de Eco, Jorge de Burgos destruye el segundo libro de la Poética de Aristóteles porque retaba el límite del temor de Dios. Prefiere morir en los límites de su biblioteca antes que ampliar su mundo. La Edad Media finalizaba con el descubrimiento de América porque Colón fulminaba el límite geográfico del viejo mundo.
Aunque en el s. XX, las ideas del electrón, el cuanto, el gen y el inconsciente dibujaban un horizonte sin límite transformando los fundamentos desde la física hasta la psicología, las ideas totalitarias comunistas, fascistas y nazis sacrificaron la libertad de pensamiento por un supuesto bien mayor, alzando muros que persistieron hasta la caída del de Berlín. Además, la ciencia fue topándose con nuestras vulnerabilidades. La bomba de Hiroshima certificaba una era atómica donde el suicidio escalaba de lo individual a toda la especie; constatar la finitud de nuestro planeta desde la Luna gestó una preocupación medioambiental global; en la presente pandemia, una amenaza invisible ha puesto en jaque la vulnerabilidad de nuestra salud. Estos límites de la Tierra, la seguridad y la salud transforman nuestro mundo y nuestras relaciones.
En su obra maestra El Séptimo Sello, Bergman plantea el dilema existencial frente el límite más definitivo, la Muerte. Antonius, caballero cruzado, vuelve a su hogar, sus raíces, en una Suecia asolada por la peste. Cuando lo visita la Muerte, le propone una partida de ajedrez sabiéndose inexorablemente perdedor, aunque ganará un precioso tiempo de reflexión. Frente al silencio de Dios, Antonius necesita entender qué hay más allá. Desespera ante la Nada. Como hombre recto responsable de sí mismo por elección, necesita razonar. En cambio, su escudero Jöns, nihilista posmoderno únicamente preocupado por satisfacerse, viaja sin hogar ni arraigo; vive cada momento asumiendo la Nada. En su viaje encuentran a un predicador apocalíptico y su procesión de flagelantes. Los penitentes se someten al relato del iluminado para sostener la esperanza de que sus actos podrán ahorrarles la oscuridad. Viven un mundo impermeable a la realidad donde el disidente acaba en la hoguera. El relato es su salvación.
Actualmente, ante nuestras vulnerabilidades persisten estas mismas actitudes: quienes luchan desesperadamente con su razón, ampliando el mundo, para perseguir y entender una esperanza; quienes viven como ínsulas desde el nihilismo y desarraigo; y quienes eligen refugiarse en asfixiantes mundos de relatos políticos anestesiantes. Éstos son elaborados por nuevos Jorges de Burgos del pensamiento único que bajo su materialismo histórico erigen piras y flagelos revisionistas, o por quienes apuntalan ataques preventivos para su paz mundial, o modas terraplanistas, de dominación del “chís”, de negación o afirmación ajena a lo real.
Ni la razón, ni el nihilismo, ni los tiranos conformadores de voluntades ofrecen respuestas satisfactorias; la esperanza que propone Bergman reside en el encuentro profundo en comunión con el otro. Compartir leche y fresas con la familia de Jof, Mia y su bebé transfigura a Antonius. Decide entonces despistar a la Muerte olvidándose de sí mismo, perdiendo la partida, para facilitar que la familia escape de su guadaña.
Este siglo de 11S y pandemia despunta incierto entre tanto Jöns y Jorges de Burgos. Gracias a Dios, persisten Antonius que optan seguir luchando porque entienden que en esa experiencia de comunión profunda reside la Esperanza.
Dedicado a los Antonius actuales, en especial sanitarios, que en comunión con sus pacientes entregaron hasta la vida para ayudar a que escabulleran de la Muerte ad limitem.
Publicado en La Verdad de Murcia (11/9/2020)