Ante la muerte de su padre, el príncipe Hamlet vuelve a una Dinamarca que olía a podrido. La corte tiene nuevo rey y una realidad escondida. Su tío, el nuevo regente, había asesinado al predecesor conspirando con su amada reina. En el cementerio, Hamlet, en una de las escenas más simbólicas de la obra, llora la ausencia de su fallecido amigo Yorick, bufón de la Corte, sosteniendo su cráneo entre las manos. “Nadie se ríe ahora de tus muecas” suspira.
Con este pasaje, Shakespeare no sólo evocaba la melancolía de la infancia de Hamlet sino que, sobre todo, reivindicaba la importante figura del bufón en la corte. Como describía mi admirado amigo Higinio Marín en su artículo “Estar a la altura“, hay que desconfiar de toda épica que no soporte la comedia. En una corte sin bufón que haga el contrapunto necesario al rey, difícilmente se evitará que el poder se enquiste y que el aire estancado acabe pudriéndose, tornándose irrespirable. Aunque no sin riesgo, el bufón emplea el humor para cantarle las verdades al regente. Tomás Moro, de inteligencia probada pero probablemente sin dotes para el humor, le cantó las verdades a Enrique VIII con el nefasto resultado conocido: perdió la cabeza. Literalmente.
Hamlet llega a una corte que ya no ríe. Sin oídos para voces discordantes, nadie se encuentra en disposición de discutir el relato forjado desde el poder Continuar leyendo «El cráneo de Hamlet, los bufones y los «followers»»