“Las promesas de hoy son los impuestos de mañana”.
William L. Mackenzie.
Soy autónomo. Esta característica, como todas las que me acompañan (de sexo, raza o estado civil) no me otorga condición social de víctima o vulnerabilidad en grado preventivo. Más aún, ese conjunto de caracteres son determinantes en clave política para que mi cuota de autónomo que he pagado en marzo, abril y mayo sin obtener ganancia alguna y las de otros cientos de miles sufrague parte de los gastos corrientes de un Estado que con ellas abona nóminas, pensiones y subsidios y ayudas sociales indispensables para que España siga funcionando y otras que quizá no lo sean tanto, como las nóminas de decenas de miles de personas ocupadas en el sector público o amparadas por él en situación de empleo activo que llevan dos meses sin trabajar (ni teletrabajar) pero que los días 1 de cada mes tienen su dinerito en la cuenta del banco. Por decirlo de otro modo: en este partido de fútbol en el que se mezclan profesionales y aficionados soy de los que llevan el botijo al árbitro para que éste reparta el agua a su conveniencia. Quizá deba ser así.
Me preocupa que un día la teta se seque y no puedan cobrar su nómina aquellos que desde el sector público vertebran y engrasan los grandes ejes de nuestra sociedad: sanitario, educativo, justicia, transportes y de seguridad y orden público. Es poco probable por el momento, pues las instituciones europeas y los inversores privados que compran deuda pública siguen respondiendo, pero sí que es posible. Por eso, también me preocupa mucho que, según consta en la memoria de 2019 del Banco de España, la subida de sueldos a funcionarios y pensionistas disparó el déficit público hasta convertirnos en los socios menos fiables de la Unión Europea. Mucho gasto corriente y poca inversión de futuro.
Con esta situación, ¿alguien con sentido común se cree los grandilocuentes sermones del presidente Sánchez anunciando que su Gobierno destinará 200.000 millones de euros para paliar los efectos de esta crisis sanitaria y económica? Les invito a hacer una cuenta sencilla: dicen que los trabajadores en activo antes de la pandemia que ahora están en paro o incluidos en un ERTE son aproximadamente tres millones. Si asignamos, según la media española y tirando por lo alto, a cada uno de esos puestos de trabajo un coste medio bruto (salario y cotizaciones sociales) de 2.500 euros por mes y trabajador, el coste total, vía transferencia directa a las empresas para que estas sigan cumpliendo con todas esas obligaciones sería de 7.500 millones de euros cada mes. 22.500 millones de euros en tres meses, lo que ha durado o durará el parón económico. Y lo mejor, que cada mes, automáticamente, el Estado recuperaría, de media, un 32% de esa cantidad, por ser la correspondiente a cotizaciones sociales. Por algo más de 15.000 millones de euros en tres meses se asegura la supervivencia del 100% de empresas y negocios y no se crea ni un solo parado más. La décima parte de lo que anunció el presidente. Como mucho, avalarán dentro de un par de años operaciones fallidas de créditos ICO o similares por una cantidad parecida a esos 20.000 millones, si es el caso.
Pues ya lo saben. Lo de los 200.000 millones es pura mentira, y de las gordas. Si España tuviera la décima parte de esa cantidad en líquido para poder transferirla no haría falta tanto invento financiero que terminará de arruinar a miles de pequeños negocios. A ver cómo y cuándo tienen que rescatarnos en Europa. Como también es mentira la “prohibición de despedir mientras dure la pandemia” anunciada por la Ministra de Trabajo (¡qué grande le cae ese puesto!). Sólo se ha prohibido despedir por causas objetivas con motivo de la crisis sanitaria, a efectos de la indemnización correspondiente, por lo que los despidos siguen, pero a un coste mayor para la empresa. Embusteros profesionales, que sí tienen liquidez para crear 26 nuevos puestos de alta dirección en los ministerios saltándose a la torera la Ley de Régimen Jurídico del Sector Público para colocar a amigos y familiares en lugar de a funcionarios de carrera.
Decía Albert Camus, autor de “La Peste”, tan de actualidad estos días, que nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo. Y como cada vez tenemos menos miedo, cada vez respetamos menos a esta banda que nos gobierna.
Publicado en La Opinión de Murcia