Al margen de pudiera o no preverse, hemos vivido una situación inédita en el pasado reciente. Acierto y eficacia es lo que se pide de quienes son responsables.
Junto con el sanitario, el ámbito de la enseñanza, al que me dedico, ha sido de los más afectados. Cientos de centros educativos, miles de profesores, cientos de miles de alumnos, y las familias de todos. Total, que lo que ocurre en el entorno escolar afecta directamente a un elevadísimo porcentaje de la población.
Ante la novedad que viene apretando, hay que salvar los muebles. Es un tópico que los españoles somos muy de improvisar; y nos han dado la oportunidad de oro para lucirnos.
Se entiende que hayamos ido a golpe de ocurrencias, máxime teniendo en cuenta que el “mando único” iba soltando sugerencias y dando volantazos. Pero lo que quiero subrayar es que, de hecho, el peso de toda esta improvisación ha recaído en el profesorado. A falta de orientaciones fiables y claras, han sido algunos (muchos) profesores concretos quienes han salvado del caos total esta contrariedad del trabajo en casa de los alumnos. Han puesto su empeño en sortear las nuevas dificultades, en aprender nuevas estrategias, nuevos modos de transmitir conocimientos a los alumnos, de incorporar vídeos e impartir clases online, de seguir la evolución, de corregir las tareas.
Una vez más ha quedado patente la excelente salud profesional y la enorme capacitación de buena parte de los profesores. Y, como todo buen profesional, aunque cansados por el esfuerzo, han disfrutado con los nuevos retos.
La sabiduría, el esfuerzo, la competencia y demás cualidades que adornan al buen profesional, son estrictamente personales y, por eso, es justo señalar que también ha habido algún que otro profesor despistado que ha aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para tomar unas supervacaciones de marzo hasta septiembre. Ha sido una minoría, ciertamente, pero como la Administración educativa hace años que no hace nada desde hace años por fomentar la excelencia entre el profesorado, nos encontramos con estas paradojas.
La tendencia a minusvalorar la excelencia ha vuelto a hacer acto de presencia cuando se ha difundido la idea del gratis total, aprobado sin estudiar, superar el curso sin obtener los resultados correspondientes. ¿Y por qué habrían de esforzarse los alumnos si, al final, obtendrán el paso al siguiente curso? ¿Y qué valor tendrán unos títulos obtenidos sin que el respaldo de unos conocimientos?
No parece un descuido. Por el contrario, el dejar a un lado el conocimiento y la excelencia, es una estrategia perfectamente reconocible en ciertos partidos políticos. Entienden la enseñanza como el ámbito que les permite imponer su agenda ideológica, vulnerando el derecho de los padres (artículo 27 de la Constitución) o el principio de neutralidad ideológica del Estado, que son rasgos típicos del Estado de derecho típico de una sociedad democrática.
Con este derrotero por el que avanza el sistema educativo desde hace algunas décadas, normal que se evidencie el fracaso académico de nuestros alumnos. Como prueba, podemos mirar el último informe PISA (año 2019). Ahí obtuvimos posiciones muy mejorables (más si obviamos de la clasificación a países como Uruguay, Chile o Méjico… y nos comparamos solamente con los países de nuestro entorno como Francia, Italia o Alemania). Pero nuestras autoridades subrayaron que, si bien es cierto que nuestros alumnos eran flojos académicamente, eran campeones en solidaridad o que son de los más felices, un 7% por encima de la media.
Nuestros dirigentes siguen sin querer o sin atreverse a decir a la población que para sostener nuestra civilización es necesario trabajar. Y el trabajo de nuestros alumnos, es estudiar, progresar académicamente, aprender, saber. ¡¡Fíjense que fácil!! Inger Enkvist dice que “la nueva pedagogía es un error. Parece que se va a la escuela a hacer actividades y no a trabajar y a estudiar”. Gregorio Luri afirma que “la escuela no es un parque de atracciones”. Si no se tiene el coraje de decir la verdad y obrar en consecuencia, pagaremos las consecuencias, sin duda, de la incompetencia o maldad de nuestros políticos.
Publicado en La Verdad de Murcia.