Lo tradicional tiene sus detractores y sus valedores.
Dicho así, el asunto no deja de ser la constatación de que la sopa de la abuela suscita adhesión hasta la lágrima de algunos mientras que otros son más del Yatekomo. Y bien podría quedar así.
Claro que bien pudiera ser que el asunto no sea estrictamente la sopa. Podría ser que la abuela estuviera dispuesta a calentar un yatekomo con tal de disfrutar de los nietos. Porque quizá era eso y no la sopa; la sopa era el mecanismo. Y ni Mafalda ni los conservadores de la sopa lo han entendido y de ahí que se enzarcen sin llegar al fondo de la cuestión.
Vivimos unos días de bullicio que se organiza en torno a dos fechas clave: el día de Todos los Santos y el día de Todos los Difuntos. La tradición los pone juntos porque ve una cierta relación. El primero señala que hay más belleza en el cielo y en la tierra de la que puede mostrar la teología, que diría Shakespeare, porque el santoral no cabe en el calendario; la segunda fiesta invita a echar una mirada amorosa a quienes nos acompañaron por la vida mientras daban sus últimos pasos.
Sobre esas celebraciones del más allá y el más acá bullen tradiciones y modernidades, de sopas y yatekomos, de buñuelos y dulces calavéricos, de visitar las tumbas y de pasearse disfrazado de zombi, de Halloween y Hallowing. Entre todas, hay una que quizá se lleve la palma. Porque ha desbordado nuestras fronteras y se ha hecho internacional. Me refiero a la representación del Tenorio. Sobre ella voy a decir unas palabras, a ver si damos con el fondo de la cuestión y no la liamos con el yatekomo y la sopa cuando visitemos a la abuela.
Como es sabido, el joven Kierkegaard asistió en el teatro Real del Copenhague a la representación del Don Giovanni al que Mozart había puesto música. De hecho, el pensador danés dedica al tema de Don Juan páginas profundamente deliciosas.
El Tenorio es el seductor y Kierkegaard muestra la psicología del personaje en diversos momentos. En Diario de un seductor, por ejemplo, se lee la frescura, la inventiva, la perseverancia, que despliega el personaje para rendir a la muchacha que será su conquista. Algo de esto parece entenderse cuando Don Juan dice de sí mismo aquello de
“la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé y a las mujeres vendí.”
Zorrilla, como es sabido, parece inspirarse en El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina. Y es que el seductor burla siempre a su víctima, le hace creer que es su ángel de amor para luego cortarle las alas, arrancarle los sueños y humillarla. Don Juan es, en fin, un seductor, un burlador. Sabe hacerse el simpático pero merece rechazo y castigo. En eso coinciden Zorrilla y Tirso. Pero ¿merece que su condena sea eterna?
Quizá la tradición de asistir a la representación del Tenorio en la víspera de Todos los Santos tiene sentido porque plantea que si la vida es puro teatro, The show must go on mientras dura la función pero la tradición invita a considerar qué ocurre cuando cae el telón. Se descubre entonces que sólo eran actores y serán juzgados por la calidad de su actuación. Al final de la jornada se descubre la auténtica realidad. Quizá ese sea el sentido del día de Los difuntos.
Tirso muestra a un burlador arrogante, irreverente. Escupe al cielo y le cae en la cara. El burlador de Sevilla se condena. Y el Don Giovanni repite la sentencia de Tirso. Zorrilla, que escribe dos siglos después de Tirso y 50 años después del Don Giovanni, muestra a un Tenorio no menos arrogante pero, eso sí, finalmente enamorado. Es consciente del lazo que une el amor y su propia salvación. Siente que Dios ha enviado a doña Inés para, a través de ella, redimirlo y guiarlo hasta el Cielo. Ha aprendido que puede engañar y seducir a Doña Inés y muchas otras pero no a sí mismo ya que, por decirlo con Kierkegaard, al final «sólo resulta engañado el que se engaña a sí mismo», el que acaba creyendo que es un rey, un seductor, cuando solo es un actor que será juzgado por la calidad de su actuación.
Don Juan se salva en la versión de Zorrilla. Por el amor. Al final de la jornada seremos examinados en el amor, sostiene Juan de la Cruz. El Tenorio de Zorrilla aprueba; el de Tirso, no.
Quizá no se trate de sopa o yatekomo, de Hallowing o Halloween, de Tirso o Zorrilla. Quizá se trate de recordar que somos mortales, seremos difuntos y que lo que contará es cómo hayamos vivido. Porque de eso depende todo si, como sostiene una tradición mil veces repetida, al final el que se salva sabe y el que no, no sabe nada.
Publicado en La Opinión el 3 de noviembre de 2017